Martha Sahagún de Fox esgrime como defensa el argumento de que se le ataca por el sólo hecho de ser mujer. La afirmación es falsa. Se le critica, sí, por mostrar fallas de carácter y conducta que igualmente serían reprobables en un hombre: desmesurada ambición, egocentrismo desbordado, manipulación de personas y recursos para lograr la propia conveniencia. Por ser esposa -no ya por ser esposa del Presidente- debería armonizar sus actuaciones con las de su marido para cumplir el fin de la pareja. En el caso especialísimo de ésta que uno de sus dos integrantes llamó "la pareja presidencial", toca a quienes la forman considerar el bien de la República, un bien que por valioso y trascendente, y por atañer a millones de personas, se debe poner por encima aun del mismo bien particular de los esposos. A pesar de sus repetidos discursos sobre México la señora Sahagún no muestra ningún interés en la protección de ese valor, y ni siquiera parece preocuparle lo que conviene a su marido. Ya es un tópico, un lugar común, hablar del excesivo protagonismo de "La jefa", de su insaciable avidez de reflectores, cámaras y todo lo que pueda situarla en el lugar principal de la atención. Se pega como lapa a su consorte, aunque quizás eso se deba -digámoslo en su abono- a una extremada dependencia del esposo en relación con ella. Resulta ya chocante el espectáculo del Presidente y su mitad (sus nueve novenos en opinión de algunos) yendo y viniendo cogiditos de la mano como chamacos estrenando su primer noviazgo. Pese a quien le pesare la señora Marta dará más qué decir. Si de algo no se le puede acusar es de arredrarse ante las críticas. Se ve que cosas como la institucionalidad son para ella ñoñerías, anacronismos vanos. La señora es diferente de todas las Primeras Damas. Lo repite una y otra y otra vez. Seguirá yéndose por la libre; tratará de imponer su voluntad, que la tiene de sobra y vigorosa, en contraste cada vez más acentuado y evidente con el aturrullado apocamiento que muestra ahora su marido, buen candidato soltero, no tan buen Presidente casado. Obviamente sería absurdo, a más de injusto, atribuir a la Primera Dama todos los yerros y omisiones del Segundo Caballero. Se ha visto que para desbarrar no necesita ayuda Fox. Sin embargo es necesario estar atentos, pues puede llegar a suceder que de algún modo la vida privada de estos esposos, ámbito que sólo a ellos incumbe, se refleje de modo inconveniente en la República -en la res pública-, ámbito que nos incumbe a todos... Se iba a casar Eglogio, primogénito de don Poseidón. El viejo llama a su hijo para decirle cosas de la vida. Le muestra la mano derecha abierta, con los dedos separados, y le dice con tono grave y serio: "-Mire, m’hijo. Con estos cinco dedos podrá usted manejar su matrimonio. El más importante es el de enmedio". "-¿Por qué, ‘apá?" -pregunta con interés el mocetón". "-Se lo diré después -declara el viejo-. Mire: el dedo pulgar le servirá para contar los billetes. El índice para pedir lo que desea. El de enmedio... ya le diré después para qué sirve. En el anular llevará el anillo de casado. El meñique levantado le servirá para mostrar elegancia al tomar la taza en las ocasiones sociales". "-¿Y el de enmedio, ‘apá?" -inquiere el mancebo, ansioso. "-Ahora lo verá -contesta don Poseidón-. La noche de bodas le cumplirá usted a su esposa una vez, y otra, y una más quizá, porque es joven y fuerte. Pero a lo mejor ella le pedirá una cuarta vez. Usted ya estará agotado. Ahí es donde le servirá el dedo de enmedio. Tóquese con él varias veces la sien derecha y dígale a su mujer: ‘-¿Pero qué tienes en la cabeza? ¿Acaso te has creído que soy Supermán?"... FIN.