Lord Feebledick se enteró sin lugar a dudas de que su esposa, lady Loosebloomers, le era infiel. No lo tomó a la tremenda: debía hacer honor a la flema británica. (Los maridos ingleses se dan cuenta de que sus esposas han muerto sólo porque los platos empiezan a apilarse en el fregadero de la cocina). Ejemplo de esa flema es el siguiente cuento. Cierto inglés hacía un viaje en tren por la India. En el vagón iban solamente él y otro sujeto. Al cabo de un día de viaje le pregunta el británico al individuo: "-¿Inglés?". "-No" -responde el tipo. Dice el inglés: "-Lástima". Transcurren otras 24 horas, y vuelve a preguntar el súbdito de Su Majestad: "-¿Ajedrecista?". Contesta el otro: "-No". Y dice otra vez el británico: "-Lástima". Pasan 48 horas más. Pregunta el inglés: "-¿Homosexual?". Responde el individuo: "-No". Y vuelve a decir el inglés: "-Lástima"... Toda flema es flemática, pero ninguna como la británica. Así pues, lord Feebledick no incurrió en ningún extremo cuando se enteró de que su mujer le mitraba la cabeza, es decir que le ponía los cuernos. Le preguntó: "-¿Verdad que tu amante es lord Prickfort, mi amigo en la Brigada de Lanceros de Bombay?". Negó lady Loosebloomers. "-Entonces -trató de adivinar milord- tu cómplice adulterino es sir Lingam, mi amigo en el club de bridge". La señora volvió a negar. "-En ese caso -insistió lord Feebledick- tu amasio debe ser master Cicisbeo, mi amigo de cacerías". "-¡Bueno! -estalla lady Loosebloomers-. ¿Tú te has pensado que yo no tengo mis propios amigos?"... Un pequeño señor entró en el saloon de aquel villorrio en el Salvaje Oeste. Un hombrón, texano él, se le acaró y le preguntó con voz ronca: "-Usted es forastero ¿cierto?". "-Así es -responde el chaparrín-. Vengo de Boston a buscar oro". "-No nos gustan los forasteros -gruñe el fortachón- a menos que bailen para divertirnos. ¿Sabe usted bailar?". "-No sé" -contesta el señorcito. "-Verá qué pronto aprende" -le dice el texano. Y así diciendo desenfunda su pistola y empieza a disparar a los pies del visitante, que se ve obligado a saltar para evitar ser herido de las balas. Todos ríen la ocurrencia, y entre las carcajadas de la plebe sale de la cantina el señorcito. Horas después sale también el texano. Apenas había puesto los pies en la calle cuando escuchó dos clics atrás de sí. Volvió la vista, y a cinco centímetros de su cara vio los dos cañones de una escopeta cuata. La esgrimía el señorcito, que pregunta al texano con voz dulce: "-¿Ha besado usted alguna vez el trasero de una mula?". "-No -responde sin vacilar el fortachón-, pero siempre he tenido tentación de hacerlo"... Una de dos: Paul Wolfowitz es un babieca o un santo. Este señor es el subsecretario de Defensa de Estados Unidos. En Singapur le preguntaron los periodistas por qué Bush había atacado a Iraq en vez de a Corea del Norte, que representa un peligro mayor y más inminente para la seguridad internacional. Respondió Wolfowitz: "Económicamente la decisión era muy simple: Iraq nada en un mar de petróleo". Sólo un tonto o un santo hablan con tal candidez; sólo esa especie de hombres -y los niños- dicen tan claramente la verdad. Queda confirmado lo que en este espacio dí a conocer al mundo: la brutal embestida de Bush contra Iraq no se debió a la existencia de armas letales que el dictador Hussein usaría contra las naciones de Occidente. Su mira principal era arrebatar el petróleo iraquí para Estados Unidos y sus cómplices. No incurrirá en calumnia, pues, quien diga que el Presidente yanqui es un ladrón y un asesino. En suma, un gran bribón... Y aquí termino, pues estoy muy encaboronado... FIN.