Hoy no hablaré de política. Haré algo mejor: por medio de un cuentecito daré a mis cuatro lectores la fórmula infalible para conquistar a cualquier mujer, por difícil que sea, con la ventaja de que esa fórmula puede aplicarse también a otros aspectos de la vida. He aquí el relato... En cierto pueblo vivían dos amigos, uno de nombre Libidiano, el otro llamado Malventurio. Libidiano gozaba fama de tenorio: no había mujer que se le resistiera. En cambio Malventurio tenía poca o ninguna suerte con las damas. Se desesperaba, naturalmente, y más porque él era muy guapo, y en cambio Libidiano era bastante desgarbado y hasta algo feúcho. Un día Malventurio ya no se pudo contener y fue con Libidiano. "-Buen amigo -le rogó-. Dime qué haces para tener tanto éxito con las mujeres”. Responde Libidiano: "-Soy dueño de una fórmula infalible, pero es muy difícil de seguir”. "-¡Por favor! -suplica el otro-. ¡Dime esa fórmula mirífica! ¡Por difícil que sea la seguiré!”. "-¿Juras que seguirás mi fórmula?" -pregunta solemnemente Libidiano. "-¡Lo juro!” -responde con gran vehemencia Malventurio. "-Muy bien -concede el seductor-. Entonces escucha atentamente. Lo primero que vas a hacer es tratar de amores a don Crésido”. "-¿A quién?” -pregunta Malventurio, que creyó no haber oído bien. "-A don Crésido -repite Libidiano-. El ricachón del pueblo”. "-¡Estás loco! -prorrumpe espantado Malventurio-. ¡Cómo voy a tratar de amores a don Crésido! ¡Es hombre, y además señor muy respetable y prominente, pilar de la comunidad!”. "-Pues ya te digo -declara con mucha flema Libidiano-. Si quieres conocer mi receta tendrás que proponerle amores a don Crésido”. Suda y se angustia el pobre Malventurio, pero como a toda costa quería conocer la receta para tener éxito con las mujeres va en busca de don Crésido. Le dice tembloroso: "-Don Crésido, señor de todos mis respetos: perdone usted mi atrevimiento, pero estoy seducido por su talento y su personalidad. Quiero tener con usted trato de amor, aunque sea una sola vez”. "-¡¡¡¿¿¿Queeeé???!!!” -grita furioso el pilar de la comunidad. "-No se enoje, don Crésido -suplica Malventurio-. Vengo con buena intención”. "-¡Largo de aquí, desvergonzado! -bufa el pilar hecho un obelisco, que es peor aún que basilisco-. ¿Por quién me ha tomado usted, majadero? ¡Largo!”. Con la cola entre las piernas regresa Malventurio a donde estaba Libidiano. "-¿Lo ves? -le dice mohíno-. Don Crésido se enojó mucho, y con razón. Por poco me saca a patadas de su despacho”. "-Pues si quieres mi fórmula tendrás que insistir” -decreta Libidiano. Mal de su grado regresó Malventurio con don Crésido y renovó la inusitada petición. Otra vez el severo señor lo echó a empellones. No voy a hacer muy largo el cuento. Malventurio, acatando la demanda de su amigo, siguió insistiendo ante don Creso. Lo traía asolado: noche y día iba tras él; ahí donde lo hallaba repetía su solicitud; lo llamaba por teléfono a su oficina y a su casa; lo esperaba a la salida del banco; todos los días le mandaba flores con recaditos amorosos. Después de algunos meses, para sorpresa de Malventurio, don Crésido lo citó en un paraje apartado del pueblo. Malventurio pensó que ahí lo mataría, pero el viejón le dice: "-Señor mío: me está usted haciendo la vida imposible. Ya no puedo trabajar ni estar a gusto en mi casa por su culpa. Mire: voy a hacer lo que me pide con una sola condición: que ya me deje en paz”. Después de la cumplida cita fue Malventurio con Libidiano y lleno de asombro le relató lo sucedido. "-Ahora sí -le pide-, revélame la ansiada fórmula. Dime cómo haces para conquistar a cualquier mujer”. Le contesta Libidiano: "-La fórmula es la misma que usaste con don Crésido: terqueando”... FIN.