Pocas veces se habrá narrado en lengua castellana un chascarrillo tan absurdo como el que ahora viene. Léanlo mis cuatro lectores y juzguen si no es verdad lo que les digo... Tres indocumentados mexicanos lograron pasar el río Bravo y consiguieron llegar hasta Chicago. Ahí encontraron trabajo de limpiadores de ventanas. Su primer empleo consistió en lavar las vidrieras de un rascacielos de cien pisos. Llegaron los tres a trabajar una mañana. Apenas se habían alzado en el andamio al quinto piso cuando uno de ellos sintió la imperiosa necesidad de dar desahogo a una necesidad de ésas que no admiten tardanza ni demora. "-Por favor, amigos míos -rogó a sus compañeros-, llévenme abajo. Debo ir al baño”. "-¿Cómo no se te ocurrió antes?” -refunfuña malhumorado el que la hacía de jefe. Pero viendo la angustia y los sudores de su compañero procedieron a bajar el andamio, y el hombre entró en el edificio a pagar el obligado tributo a la Naturaleza. Lo estaban esperando los otros dos cuando llegó el gringo encargado de la cuadrilla. "-¿Qué hacer ustedes aquí? -les pregunta con enojo-. Ser ya las 8 y media de la mañana. Deber ustedes estar arriba, trabajando”. Explica uno: "-Es que a Uremio le dieron ganas de ir al baño. Lo estamos esperando”. "-Nada de esperarlo -ordena el capataz-. Subir ustedes, y él alcanzarlos luego en otro andamio”. Suben los dos, en efecto, mientras su compañero hacía lo que tenía que hacer. Cuando Uremio salió del edificio vio que un grupo de gente se había congregado en la acera. Se oyeron sirenas de ambulancia; llegó la policía. Uremio se abrió paso entre el corro de curiosos, y lo que vio lo llenó de espanto y de dolor: el andamio de sus compañeros se había desplomado. Acortemos la historia. Volvió Uremio a su pueblo, en el sur de México, llevando con él los restos de los difuntitos. Lloroso y atribulado asistió a su sepelio. Con su esposa -que vestía toda de negro- acompañó a las viudas. Pasó un mes. Y el domingo siguiente las viudas salieron a pasear a la plaza, y por la noche se les vio muy contentas en la serenata. Una vestía de rojo; la otra de amarillo. Sin embargo la esposa de Uremio vestía aún de negro. No salía de su casa, y andaba llorosa y afligida. "-¿Por qué sigues de luto? -le pregunta Uremio-. Las comadres ya andan de color; se les ve muy contentas, y tú todavía llorando, toda triste”. "-Pos claro -masculla la mujer-. Ellas recibieron cien mil dólares de indemnización cada una, y yo aquí, hodida, todo por andar tú meando”... No entiendo uno de los últimos vocablos empleados en la historietilla. La palabra "hodida” no está en el diccionario de la Academia. Viene "hodierno”, que significa: "Perteneciente o relativo al día de hoy o al tiempo presente”, pero "hodido” no viene, así como tampoco el femenino "hodida". ¡Cuán difícil es entender lo que alguien dice cuando no usa palabras apropiadas! "La claridad de pensamiento -decía don Rufino José Cuervo- ha de verse en la claridad de la expresión”... Recordemos ahora a aquel sujeto que bien borracho gritaba en una cantina de Ciudad Juárez: "-¡Devuélvanos El Chamizal, jijos de la tiznada! ¡Devuélvanos El Chamizal!”. "-Oiga, amigo -le dice el cantinero-. Hace muchos años que los americanos nos devolvieron El Chamizal”. "-¡Pos por eso! -clama indignado el borrachín-. ¡Yo soy ciudadano americano! ¡Devuélvanos El Chamizal!”. Hagamos un trato con nuestros vecinos del norte: nosotros les damos El Chamizal y ellos que nos quiten a Bush. Porque después de lo de Iraq, y de la postura que México asumió, no podremos librarnos ya de su rencor en lo que queda de su período... FIN.