Cuando acabó la guerra volvió el soldado al pueblo. Regresó él solo: su hermano gemelo, con quien fue a combatir, había perecido en la contienda. Otra desgracia sufrió el pobre: un golpe de metralla en la cabeza lo hizo perder la memoria, de modo que no recordaba nada de su vida anterior. Surgió un grave problema: ¿cuál de las dos esposas de los gemelos se quedaría con él y con la jugosa pensión de invalidez que iba a recibir? Las dos lo reclamaron como suyo; cada una invocaba señas de identidad secretas e íntimas, y aportaba pruebas diversas para probar ser la mujer del sobreviviente. No se pudo dilucidar el caso, y entonces las madres de las dos muchachas intervinieron en el pleito, pues ninguna deseaba que su hija fuera la viuda y la otra la afortunada dueña del marido y el dinero. Como ya casi llegaban a las manos, acordaron llevar el caso ante el juez del lugar, un hombre famoso por su sabiduría y su prudencia. Después de interrogar al soldado y a las dos mujeres el juzgador determinó que era imposible establecer con certidumbre la identidad del joven, y decidir con cuál de las dos mujeres debía irse. "-Entonces -dijo- para que se acabe el pleito voy a hacer lo que Salomón.”. Ante la expectación de todos los presentes hizo llamar al carnicero del pueblo y le ordenó partir en dos al muchacho. "-Entregaré un trozo a cada una de las dos esposas -indicó, severo-. Así se arreglará el problema”. "-¡Oh, no! -clamó angustiada una de las madres-. ¿Cómo vamos a cometer tal crimen? ¡No puedo permitir que se le quite la vida a este pobre muchacho! ¡Prefiero que mi rival se quede con él para su hija!”. La otra mujer, en cambio, se desató en alaridos destemplados. "-¡Sí! -gritaba con ferocidad-. ¡Que lo maten! ¡Que lo hagan pedazos! ¡Que lo descuarticen!”. Al oír eso el juez suspiró. "-Entréguenle el soldado a esta feróstica mujer -sentenció con voz llena de tristeza-. Ella es la verdadera suegra”... Capronia, la mujer más mala del condado, tenía una amiga de su misma edad -madura ya-, a la que cortejaba un caballero. Cierto día le dice el galán a su añosa ninfa: "-¡Qué bonita dentadura tienes, Otoñilia!”. Se dirige Capronia a su amiga: "-Quítatela, Otoñilia, para que el señor la pueda ver mejor”... Uglicio era más feo que un coche por abajo. Era tan feo que la mamá del Viejo del Costal le decía a su hijo: "-Si no te duermes va a venir Uglicio”. Un día Uglicio conoció a una muchacha y le propuso: "-¿Qué te parece si compramos una pizza, vamos a mi departamento, cenamos y hacemos el amor?”. "-¡Guácala!” -exclama la muchacha al ver la extrema fealdad del tipo. "-¿Qué? -se desconcierta Uglicio-. ¿No te gusta la pizza?”... Los dos compadres iban de cacería. Uno de ellos lo único que llevaba era una garrafa de cuatro litros de mezcal. "-Y tanto mezcal ¿para qué lo quieren?” -le pregunta con suspicacia su mujer. Responde el individuo: "-Es por si nos muerde un perro, para curarnos la mordida”. Inquiere la señora: "-Y el compadre ¿qué lleva?”. Responde el otro: "-El perro”... Babalucas puso una barra de hielo al lado del televisor. "-Es para congelar la imagen” -explicaba... Dice el conferencista: "-Todos aquellos que crean en la kinestesia, posibilidad de mover objetos con la fuerza de la mente, por favor, levanten mi mano”... Lord Feebledick hablaba en el club acerca de su mujer, lady Loosebloomers. "-Siempre ha sido extremadamente tímida -decía a sus amigos-. Imagínense ustedes: no empezó a salir con hombres sino hasta después de casarse conmigo”... FIN.