Don Bútago Pedales se salía todas las noches de su casa. "-Voy a la cantina a echarme una cervecita -decía a su mujer-. Vuelvo enseguida". No volvía el grandísimo bellaco sino hasta que el Sol asomaba el nalgatorio por los confines del oriente. Cansada de tales desmesuras la esposa de don Bútago se dispuso a hacer frente a los desvíos de su dipsómano marido. Una de tantas noches éste le dijo, como de costumbre: "-Ahorita vengo, vieja. Voy a la cantina a tomarme una cervecita". "-¿Quiere una cervecita mi amorcito? -dice melosa la señora, con aviesa sonrisa de través-. Aquí tengo toda la cerveza que mi viejito quiera". Así diciendo abre la puerta del refrigerador, y el temulento pudo ver 50 botellas de cerveza, de todas marcas, tipos y procedencias: pilsen, pale ale, porter, Munich, lager, stout... "-Qué bien, vieja -vacila el borrachón-. Pero, tú sabes: en la cantina me sirven la cerveza en un tarro bien frío". Sin decir palabra la mujer va al congelador y saca un bock perfectamente helado. (Bock. Esta palabra, que designa también a un tipo especial de cerveza más pesada, oscura y de sabor más intenso que la cerveza común, viene del nombre de la ciudad alemana donde se producía esa cerveza: Einbeck. Se confundió esa voz con ein Bock, palabras que en alemán significan "una cabra". Por eso el dibujo de ese animal aparece en varias marcas de cerveza oscura). El marido, sintiéndose acorralado, farfulla: "-Está bien, querida, pero ¿sabes? En la cantina dan unas botanas muy sabrosas". Va a la despensa la señora y regresa con dos charolas repletas de exquisitas botanas variadísimas: ostiones ahumados, angulas, anchoas, camarones, arenques, mejillones, quesos de diferentes variedades, palmito, cebollines, aceitunas, caviar, y -sobre todo- chicharrón de aldilla, delicia indescriptible que sólo en mi ciudad, Saltillo, se produce y disfruta, insigne creación de los señores Alanís, a quienes Dios ha de premiar por darnos ese gozo palatino que habría hecho fenecer de envidia a los chefs encomiados por Brillat. Quien no conoce el chicharrón de aldilla de Saltillo no sabe nada de gastronomías. El marido, con ansias de irse ya a su bebentina, dice como último recurso: "-Todo eso está muy bien, querida, pero necesito el ambiente de la cantina: las maldiciones, las majaderías...". Replica la señora: "-Si eso es lo que te hace falta, chinche caborón indejo, tizna a tu madre, pero de aquí no sales"... Jamás en lo que llevo de memoria la política mexicana había alcanzado el extremo de descomposición en que la vemos hoy. Nuestra política anda a la altura del betún, como dice la gente de Tabasco para significar que algo anda por los suelos. (El tal betún es el que se usa para dar lustre a los zapatos). Injurias, denuncias electoreras, difamación, calumnias (de las ilegales, no de las que se difunden dentro de la ley, según novísima tesis jurídica enunciada por el Presidente Fox); todo eso es hoy por hoy arma corriente de los candidatos. ¿Esto es lo que entendemos por democracia? ¿En eso consiste la transición, el cambio? ¿Merecemos los ciudadanos esa pedestre forma de política? ¿Influyó el arte bizantino en la pintura de El Greco? ¿Cuántas variedades distintas hay de fanerógamas? ¿Existe la raíz cuadrada de 923? Y finalmente: ¿cuál es la capital de Dakota del Sur?... Le cuenta una señora a otra: "-Mi marido tiene 80 años, pero en la cama es como un león". "-¿Una fiera al hacer el amor?" -se asombra la otra-. "-No -explica la otra-, es como un león porque moja las sábanas para marcar su territorio"... FIN.