Fui ayer a votar. Y fui por un motivo muy importante: porque no tenía ningún motivo para ir a votar. Muchas razones, en cambio, tenía para abstenerme de entregar mi voto. Esa abstención habría sido protesta contra las vergonzosas campañas que en mi ciudad hicieron los dos partidos principales, campañas al nivel del suelo -fangoso suelo-, llenas de indignidad y de vilezas. Se cacheteaban mutuamente esos partidos con dimes y diretes de la más baja estofa; cada día sacaban una calumnia nueva y una denigración más basta. Los electores seguíamos irritados de esos manipuleos que rebajaban el nivel político de la comunidad, y nuestra irritación era más grande al ver que los representantes de esos partidos salían de la oficina donde habían interpuesto denuncias el uno contra el otro, y al encontrarse se abrazaban como grandes amigos, embaucadores que juegan la misma farsa de engaño y de simulación. Abstenerse de ir a las urnas habría sido también una protesta contra el dispendio de recursos que hacen los políticos a costa de un pueblo empobrecido. Carteles, mantas y pendones eran basura lo mismo para los ojos que para el buen sentido; los medios de comunicación -la tele, especialmente- eran los gananciosos que medraban con esta nueva democracia fincada en la publicidad y el mercadeo, donde los administrado-res de la cosa pública, del Presidente abajo, se disputan el rating igual que las telenovelas. Además la elección en mi Estado y mi ciudad carecía de interés local. No elegíamos Gobernador ni alcaldes. Se trataba de elegir sólo diputados federales, y ya se sabe que esos señores -y señoras- no sirven actualmente para nada si no es para velar por el interés de la agencia de colocaciones que les buscó la chamba, o sea su partido. Hay que mirarlos bien en sus campañas, porque después ya no los volverás a ver. Además el vicioso sistema partidocráctico que ahora sufrimos te impone esos diputados y diputadas plurinominales por los cuales ni siquiera votas, y que supuestamente serán tu representación en un Congreso multitudinario, caótico, estéril, que nada aporta al bien de la Nación. ¡Cuántas razones para no haber ido a votar! Abstención: muda protesta de la ciudadanía contra esa política y esos políticos que ya nos tienen hartos por sus complicidades, sus engaños y sus simulaciones, y sobre todo por sus derroches, por el mucho dinero que chupan del erario, porque lucran parasitariamente y se enriquecen en un país de pobres. Y sin embargo fui a votar. Y fui a votar porque -lo dice una manida frase- la política es un asunto demasiado importante para dejarlo en manos de los políticos. Fui a votar porque en la vida pública de tu comunidad debes estar presente siquiera sea con la expresión de tu voluntad el día de elección, y así será tu voto una forma de premio o de castigo para los gobernantes. Fui a votar, finalmente, porque aunque no votara hubiera sido expresar mi desconfianza en los partidos, votar fue la expresión de mi confianza en México. Yo amo profundamente a mi país; creo en él, soy optimista en cuanto a su futuro. Y dí mi voto para decirle que aquí estoy, con mi fe, mi esperanza, y con mi amor. Virtudes cardinales son las tres, y se acabalan cuando participamos -contra todos los vientos y todas las mareas- en la obra de hacer mejor lo que degradan otros, y de dignificar lo que otros envilecen. Ya dije que fui a votar. Mañana voy a decir por quién voté... Frase que se hará célebre: "Con los políticos hay que ir al parejo. Ni adelante ni atrás de ellos, porque si vas atrás te zurran, y si vas adelante te fornican"... FIN.
