A los cuatro años de edad, que te vaya bien significa que no te meas en los pantalones. A los 10 años de edad, que te vaya bien significa que juegas bien al futbol. A los 15 años de edad, que te vaya bien significa que eres bien aceptado por tus compañeros. A los 20 años de edad, que te vaya bien significa que sales con varias chicas. A los 30 años de edad, que te vaya bien significa que tienes un buen empleo. A los 40 años de edad, que te vaya bien significa que has formado una linda familia, manejas un buen coche y vives en una buena casa o un cómodo departamento. A los 50 años de edad, que te vaya bien significa que tienes ya tu propia empresa y que el negocio marcha. A los 60 años de edad que te vaya bien significa que tus hijos ya se casaron y están perfectamente establecidos. A los 70 años de edad, que te vaya bien significa que gozas de buena salud. A los 80 años de edad, que te vaya bien significa que no te meas en los pantalones... Ya en el asiento de atrás del automóvil, estacionado en un paraje alejado de la población, ella le dice a su ardoroso galán: "-Quizá debí haber mencionado antes un detalle. Soy prostituta. Si quieres tener sexo conmigo deberás pagarme 300 pesos". Él, de mala gana pero movido por la urgencia del instante, aceptó el trato. Cuando todo termina le paga a la muchacha. Luego le dice: "-Quizá debí haber mencionado antes un detalle. Soy taxista. Si no quieres tener que regresar a pie a la ciudad, deberás pagarme 350 pesos"... Murió un abogado, y se presentó en las puertas del Cielo. San Pedro, encargado de las admisiones, le preguntó su profesión, y cuando el abogado, sin ningún recato, se la dijo, el portero celestial le informó que por ese sólo hecho, y sin necesidad de mayores consideraciones, le estaba vedado el ingreso en el Edén. Le contó que en toda la historia de la humanidad únicamente un abogado había logrado entrar en el Paraíso: San Ivo. Y su entrada en el Cielo causó tan grande asombro que hasta hay una frase latina que comenta el hecho: "Advocatus et non latro, res miranda populo". "Fue abogado, pero no ladrón, y eso era cosa que llenaba de admiración al pueblo". El abogado oyó, impaciente, los considerandos de San Pedro, y de inmediato opuso una excepción de falta de personalidad. Pidió al portero que le mostrara su nombramiento, y cuando el pobre apóstol, aturrullado, confesó que no tenía tal papel, el abogado le dijo que entonces no tenía facultades para negarle la admisión, y lo amenazó con presentar una denuncia en su contra por usurpación de funciones. Todo nervioso San Pedro le pidió un minuto para ir a hacer una consulta. Acudió ante Jesucristo y le comunicó el problema que tenía. Jesús decidió atender el asunto por sí mismo. Fue con el abogado y le explicó que no podía entrar. Había ciertas normas, le dijo, ciertos mandamientos de los cuales él, por su misma condición profesional, se había apartado. Aquello de "No mentirás", "No robarás", etcétera. El abogado, desafiante, le preguntó a Jesús: "-¿Y usted por qué interviene en este asunto? ¿Es acaso tercero interesado? ¿Con qué personalidad concurre a esta audiencia?". "-Soy el Hijo de Dios" -replica Cristo. "-¿Ah sí? -duplica el abogado-. Presente usted la prueba documental correspondiente, el acta de nacimiento que acredita esa personalidad". Jesús, desconcertado, fue con Dios Padre. Le dice: "-Está en la puerta un abogado que demanda ser admitido en el Cielo. Le dije que soy tu Hijo, y me pidió el acta de nacimiento. ¿Existe esa acta, Padre? Si no existe ¿qué debo hacer con el abogado?". "-Déjalo entrar -contesta Dios Padre inmediatamente-, no sea que me pida a mí el acta de matrimonio"... FIN.
