Un mexicano estaba en el bar de cierto hotel de Las Vegas. El hombre era chaparrito y escuchimizado, enclenque, canijo, desmirriado. De pronto se levanta de su mesa, y ante el asombro de los ahí reunidos prorrumpe en un grito sonoroso: "-¡Tiznen a su madre los de California!". Había ahí algunos de ese estado de la Unión Americana, pero eran de San Francisco, de modo que no dijeron nada. Se puso en pie otra vez el chaparrín y gritó de nuevo con estentórea voz: "-¡Tiznen a su madre los de Nevada!". En la cantina estaban muchos de Nevada, pero ellos saben que en un bar o casino de Las Vegas no conviene que haya escándalos, de modo que también callaron. Otra vez se levanta el hombrecito y grita con voz más recia aún: "-¡Tiznen a su madre los de Arizona!". No había nadie de ese estado, cuyo nombre viene del vasco y significa "roble bueno". Lo dice Félix Urabayen en su precioso libro "Bajo los robles navarros". Nadie, pues, se le encaró tampoco al belicoso ñango, que prosiguió con su denostación: "-¡Tiznen a su madre los de Nuevo México!". Igual dicterio lanzó a los de Utah, Colorado y Oklahoma. Iba de poniente a oriente el lenguaraz. Nadie tampoco reclamó: o no había vecinos de esas entidades, o no querían meterse en líos. Pero gritó el chaparro: "-¡Tiznen a su madre los de Texas!", y entonces sí, un texano que estaba en la cantina se levantó irritado. Medía 2 metros 20 el gigantón; pesaba como 200 kilos; parecía búfalo de las planicies del Panhandle. Le propinó al chaparro una golpiza que lo dejó tirado en el suelo, todo maltrecho y dolorido. El cantinero, compasivo como todos los de su oficio, recoge al lacerado, lo sienta en una silla y le dice lleno de conmiseración: "-Ya ve, amigo, lo que le sucedió por hablador". "-No fue por hablador -contesta el chaparrín-. Lo que pasó fue que abarqué demasiado territorio"... Yo me pregunto si Manuel López Obrador no está abarcando también demasiado territorio. Es dueño de todo el pastel en la Ciudad de México, pero conforme se aleja de la capital el suyo disminuye hasta volverse casi cero en los estados del norte del país. "Fuera de México todo es Cuautitlán", dijo la simpatiquísima Güera Rodríguez. Si fuera verdad aún ese apotegma el tabasqueño tendría en el bolsillo la Presidencia desde ahora. Sucede, sin embargo, que en la periferia hay más votos que en el centro, y López Obrador empieza a ser un desconocido apenas pasando los Indios Verdes. Sólo por la televisión se le conoce. En muchos estados de la República el PRD obtiene menos votos que un carterista en congreso de canguras. Ciertamente la caballada de los demás partidos está hoy por hoy tan flaca que López Obrador -¡quién lo dijera ayer, cuando quemaba pozos petroleros!- está a la cabeza en la carrera por la sucesión presidencial. Con esta democracia de reality show, con esa ola de populismo socialista que rila en los países latinoamericanos, bien podría llegar a suceder que López Obrador siguiera a Fox. La cosa suena lógica: demagogia de izquierda después de demagogia de derecha. Pero si el Peje quiere que eso pase tendrá que hacerse conocer fuera de los estrechos límites del Distrito Federal, cuyos límites, aunque no lo conciban muchos de sus habitantes, son en verdad muy limitados. Con frecuencia quienes viven en una ciudad grande, llámese México, llámese París, llámese Roma, llámese Saltillo, son víctimas de un espejismo: el de pensar que ahí principia y ahí termina la vida nacional. Eso no es cierto: existe "El Moquetito", Tamaulipas, y los moquetitenses también votan. Si López Obrador no sale del DeEfe, ahí se quedará... FIN.