Esta columna se ha fijado una modestísima misión: ayudar a que se mantenga el equilibrio universal. Ayer conté un chiste blanco. Contaré hoy uno de color subido a fin de restablecer el equilibrio mencionado... Tres generales norteamericanos llegaron a la edad del retiro. En Washington el Pentágono les dijo que tenían derecho a un bono de jubilación: recibirían mil dólares por cada centímetro de distancia que hubiera entre dos puntos de sus respectivos cuerpos. Cada uno podría escoger con libertad esos dos puntos. El primer general pidió que lo midieran de la cabeza a los pies. Su estatura era de 1.85 metros, de modo que recibió 185 mil dólares. El segundo abrió los brazos a toda su extensión. La midieron, y el jubilado recibió 200 mil dólares. El tercer general hizo una insólita solicitud: pidió que lo midieran -dijo- "de la puntita a los éstos". La distancia entre esos dos puntos, por grande que fuese, era pequeña, de modo que los funcionarios del Pentágono se rieron por lo bajo. Uno de ellos procedió a tomar la medida. Puso el extremo de la cinta en la puntita, y al llevarla al segundo punto preguntó estupefacto: "-Pero ¿dónde están los éstos?". Replica con toda calma el general: "-En Vietnam"... (Caón, ni todas las reservas de Fort Knox alcanzaban para cubrirle el bono)... Dos ejecutivos fueron a comer a un restorán. Al entrar uno de ellos vio a dos damas que estaban en una mesa al fondo. "-¡Vámonos! -le dice con alarma al otro-. ¡Una de esas señoras es mi esposa, y la otra mi amante!" Las ve el otro y exclama: "-¡Qué coincidencia!"... Desde mi condición de heterosexual -condición accidental, por cierto, pues lo mismo pude nacer homosexual- simpatizo abiertamente con la lucha de los homosexuales, gays y lesbianas, por conseguir respeto a sus derechos y evitar la discriminación y hostilidades de que son objeto. Cada uno de ellos, por su misma condición de persona humana, tiene derecho a que sea respetada su dignidad. Para hacer esa consideración yo parto de un principio elemental que la propia Iglesia Católica, tan adversa a los homosexuales, postula en su Catecismo cuando dice: "... Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales instintivas. No eligen su condición homosexual...". Si en ellos, pues, tal condición deriva de la naturaleza -es decir, de la voluntad de Dios-, tal condición se debe respetar, y no someter a quienes la tienen a injustas diferenciaciones. Pero sucede que la Iglesia sigue tratando con rigor a los homosexuales. Dice que "... no pueden recibir aprobación en ningún caso"; afirma que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados, y tacha al homosexualismo de "depravación grave", aun reconociendo que muchos no eligen esa condición. (O sea que hay depravados por naturaleza). Hace unos días el Vaticano llamó a los gobiernos del mundo a oponerse a las uniones legales entre homosexuales. Poco después -respuesta de político en apuros- ese gran asesino que es George Bush habló de la santidad del matrimonio -¡hágame usted el refabrón cavor!- y expresó su rechazo a las legislaciones estatales que permiten aquellas uniones. Pero el amor homosexual existe, y nada debería privar a dos homosexuales del derecho a consagrar su unión lo mismo ante los hombres que ante Dios, que a todos nos llama a la santidad y a todos por igual extiende su misericordia. Cada vez en mayor medida las lesbianas y los gays irán saliendo del closet, y cada vez en medida mayor la sociedad les dará su aceptación. Cualquier signo de hostilidad y discriminación contra ellos es ahora seña segura de atraso social y de injusticia... FIN.