Doña Avidia quería tener dinero para sus propios gastos. Así, impuso en su casa una muy terminante condición: si su marido quería ejercitar en la recámara sus derechos de esposo debería pagarle a su mujer una cuota de 500 pesos. (Hacía mal en esto doña Avidia, y se apartaba de la ley. En efecto, el Código Civil establece en el capítulo relativo al contrato de matrimonio el llamado "débito conyugal”, por el cual los esposos deben hacerse mutua dación de sus cuerpos a fin de procurar la perpetuación de la especie, propiciar la ayuda mutua de los cónyuges y conseguir la sedación de la concupiscencia. Imponer los casados honorarios, cuota, gravamen, alcabala, estanco, tributo, gabela o arancel por la cesión de su cuerpo no solamente viola esa prescripción legal: también atenta contra los sanos principios de la moralidad y es una grave falta al respeto que se deben los esposos entre sí. Conservemos la integridad de la familia, célula básica de la sociedad: hagámoslo de gorra. Veo, sin embargo, que me estoy apartando del relato. Continúo). Cierta noche el esposo de doña Avidia, don Vehemencio, llegó poseído por impulsos eróticos intensos que lo llevaron a buscar el trato carnal con su mujer. "-Pero nada más traigo 100 pesos” -le dijo atribulado. "-Por 100 pesos -contesta ella inflexible- sólo te puedo dar un avance de lo que podrías tener si trajeras los 500”. En efecto, empezaron los escarceos amorosos, los besos torcaces, las intensas caricias de libídine, todo lo que en inglés se llama "foreplay”. Contagiada de la amorosa urgencia exclama ella con agitado acento: "-¡Hagámoslo de todo a todo, Vehemencio! ¡Yo pongo los 400 pesos que faltan!”... Rosilí, casta doncella, le dice a su novio con ternura: "-Te voy a hacer un suéter de lana virgen”. Pregunta él: "-¿No sería más calientito si me lo hicieras de lana -uta?”... Dejó la selva Jane, la de Tarzan, para visitar a su familia en Nueva York. Ya en la gran urbe le preguntaron sus amigas: "-¿Por qué te casaste con ese hombre?”. Explica Jane: "-Es muy mono”... Pompilia Granderriére, joven mujer dotada de muníficos atributos posteriores, caminaba por la calle meneando en forma provocativa el doble encanto que a título gratuito le había dado la Naturaleza. Un borrachín observa aquel despliegue y dirigiéndose a Pompilia le pregunta: "-Perdone usted: ¿vende las éstas?”. Pompilia responde con indignación: "-¡Por supuesto que no, pelado majadero!”. Le dice el borrachín: "-Entonces no las anuncie tanto”... Uglilio Picio, el hombre más feo del condado, le contó a un amigo: "-Le pedí a una chica que saliera conmigo y me rechazó”. "-Sigue insistiendo -le aconseja el amigo-. Cuando una mujer dice ‘no’ realmente está diciendo ‘quizá”’. "-Pero ella no dijo ‘no’ -responde Uglilio con tristeza-. Dijo ‘guácala”’... Le dice el cicatero galán a la muchacha: "-No es que el anillo que te regalé sea corriente, Pirulina. ¿Acaso no has oído hablar del oro verde?”... Llegó un viejito a confesarse con el Padre Arsilio. "-Me acuso, señor cura -le dice-, de que acabo de estar con una muchacha. Le hice el amor tres veces”. El Padre Arsilio creyó haber oído mal. Le pregunta al viejecito: "-¿Puede repetir eso?”. "-Sí puedo -contesta el viejito muy orgulloso-. Pero la voy a ver hasta hoy en la noche”... Don Cornulio le pidió al juez que lo divorciara de su esposa. "-¿Por qué?” -pregunta el juez. Explica don Cornulio: "-Es que la hallé indiferente”. "-¿Indiferente?” -se extraña el juzgador-. "-Sí, -confirma don Cornulio-. In-diferente cama”... FIN.