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De Política y Cosas Peores

Por Armando Camorra

Le decía la señora a su marido: “-No sé cómo la vecina se da tantos lujos: vestidos, abrigos de piel, joyas... Su esposo es un haragán, y ni se mueve”. Responde el señor: “-Es cierto, él no se mueve, pero me dicen que su mujer sí, y muy bien”... La señorita Peripalda fue a confesarse. “-¿Es usted el padre Arsilio?” -pregunta por la cortinilla al hombre que estaba en el confesionario. “-No -responde él-. Soy un carpintero-. “-¿Y el padre Arsilio dónde está?” -pregunta la señorita-. “-No sé -responde el carpintero-. Pero si ha oído lo que yo he estado oyendo las últimas cuatro horas, seguramente fue a dar parte a la policía”... Le dice un político a otro señalándole a una dama: “-Yo he dormido con ella”. “-¿Ah sí?” -pregunta el otro con interés. “-Sí –confirma el primero-. Nos tocó sentarnos juntos en el informe de un Gobernador, y los dos nos quedamos dormidos”... El señor había invitado a su casa a varios amigos, pero se le hizo un poco tarde en la oficina. Cuando llegó a su casa se sorprendió al no ver a nadie. Subió a la recámara, y ahí estaban todos sus amigos, en divertidos juegos amatorios con su esposa. Antes de que el señor pudiera articular palabra le dice su mujer: “-Acuérdate, Sofronio: me dijiste que entretuviera a tus invitados hasta que tú llegaras”... Aquel tipo entró con una atractiva rubia en la elegante tienda de pieles y escogió el abrigo más caro. Era sábado en la tarde. “-Le haré un cheque -dice al dueño-. Ya sé que no hay banco sino hasta el lunes, pero dejaré aquí el abrigo hasta que certifique usted que el cheque es bueno, y entonces recogeré el abrigo”. El lunes llegó otra vez el tipo a la tienda. Ahora iba solo. “-Oiga usted -le dice el dueño muy molesto-. No sólo no tenía usted dinero en su cuenta, sino que ni siquiera tiene cuenta en ese banco”. “-Ya lo sé -responde el tipo-. No vengo por el abrigo, vengo nada más a darle las gracias por el estupendo fin de semana que me pasé”... Todos los mexicanos deberíamos hacer un examen de conciencia. De conciencia cívica. Hemos de preguntarnos: ¿me intereso en lo que pasa en mi país, o creo que vivo en el mejor de los mundos posibles y por eso no participo ni siquiera en forma mínima en las cuestiones que atañen al bien de la comunidad? ¿Soy de aquéllos que en día de elecciones le niegan a México hasta la pequeña aportación de su voto? Y luego, en el café, en la tertulia de amigos o en la conversación familiar ¿digo pestes de los gobernantes, sin reconocer que por mi abstencionismo y mi apatía no hice nada ni para ponerlos donde están ni para evitar que ahí llegaran? Participación significa bien comunitario. La indiferencia, en cambio, es causa de muchos males para una sociedad... Una monjita llegó a su convento con los hábitos en desorden y una gran sonrisa en la cara. “-¿Por qué viene así, hermana?” -le pregunta asustada la madre superiora-. “-¡Qué bien maneja ese taxista!” -responde con expresión extática la monja. “-No entiendo” -se alarma la superiora. “-¡Qué bien maneja ese taxista!” -repite la monjita. “-¡Por favor, hermana! -clama la superiora al borde de la angustia-. ¡Explíquese! ¿Por qué sus hábitos están desarreglados? ¿Por qué esa sonrisa no se le borra de la cara? ¿Qué significa eso de ‘-¡Qué bien maneja ese taxista!’?”... Replica la monjita: “-Déjeme contarle, madre. Venía en taxi al convento cuando por una cuesta vino contra nosotros un trailer que no traía frenos. De seguro íbamos a chocar con él; nos íbamos a matar. Yo le grité al taxista: ‘-¡Si nos salva, podrá hacer conmigo lo que quiera!’. Y, madre... ¡qué bien maneja ese taxista!”... FIN.

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