A aquella muchacha le decían “El semáforo”. Después de las 12 de la noche ya nadie la respetaba... Un hombre muy religioso tuvo la inquietud de saber si podía hacer el amor en día domingo. Para eso empezó a preguntar si el sexo era placer o era trabajo. Si era trabajo no se podría hacer en domingo. Nadie pudo contestarle aquella peregrina pregunta, de modo que decidió acudir a hombres de religión. Le preguntó primero a un sacerdote católico: “-Padre: el sexo ¿es placer o es trabajo?”. “-Es trabajo, hijo –le contestó el sacerdote-. Por tanto no puede hacerse el amor en domingo”. La misma respuesta le dio un ministro protestante. Fue entonces con un rabino judío, y le preguntó si el sexo era placer o era trabajo, y si se podía hacer el amor en el día dedicado al Señor. “-Sí se puede hacer el amor ese día –responde sin vacilar el rabino-. El sexo no es trabajo, es placer”. “-¿Por qué lo dice?” –pregunta el hombre. Responde el rabino: “-Porque si fuera trabajo mi mujer ya se lo habría encargado a la criada”... Un astuto agente viajero llegó a la plaza de aquella pequeña ciudad, capital de provincia. Traía consigo un maletín lleno de relojes que confiaba vender entre los lugareños. Se dirigió al primero que vio sentado en una banca y le ofreció su mercancía. "-Yo no tengo dinero -contesta el individuo-, pero aquel tipo que ve usted allá está medio loco. Ese compra de todo. Si se pone usted listo le puede vender cinco o seis relojes''. El viajero volvió la vista y miró al hombre que el otro le indicaba. Con las dos manos apoyadas en uno de los muros de la catedral el sujeto parecía estar empujando trabajosamente. "-¿Qué hace?'' -le pregunta intrigado el viajero a su informante-. "-Le digo que está loco -responde éste-. Según él, va a cambiar de sitio la catedral porque le quita el sol''. Al vendedor se le ocurrió una idea: buscaría congraciarse con el orate y luego le ofrecería los relojes. Fue hacia él y le dijo: "-¿Me permite ayudarle, caballero?''. "-¡Claro que sí, amigo! -contesta agradecido el loco-. Pesa mucho esta catedral. Entre los dos la moveremos mejor''. El viajero pone su maletín en el suelo y empieza a simular que empujaba con denuedo. Buen rato acompañó al loquito en la tarea, fingiendo que se esforzaba mucho. De pronto voltea y se da cuenta de que su maletín no estaba ya donde lo había dejado. "-¡Dios mío! -exclama con angustia-. ¡Yo traía un maletín lleno de relojes! ¡Lo puse en el suelo cuando empecé a empujar la catedral!''. "-¡Uh! -le dice el loquito-. ¡Entonces ya debe haber quedado muy atrás!''. El desolado vendedor creyó advertir en el orate un asomo de irónica sonrisa. Dirigió la mirada hacia la banca: el otro tipo ya no estaba ahí. Demasiado tarde se dio cuenta de que la locura del hombre era fingida, lo mismo que la información del evidente cómplice. Lo que era muy real era su necedad... El cuento tiene una moraleja. A nosotros, los mexicanos, se nos han demandado sacrificios sexenio tras sexenio. Es decir, se nos ha pedido que empujemos la catedral. Y lo hemos hecho: nos hemos sacrificado una y otra vez. Mientras nosotros empujamos otros se han llevado el maletín, o sea la riqueza. Por ejemplo, esos funcionarios judiciales que se fijan a sí mismos pensiones y sueldos cuantiosísimos. El pueblo se sacrifica una y otra vez, pero quienes tienen poder no comparten ese sacrificio. ¿Cuánto tiempo más vamos a seguir empujando la catedral?... FIN.