En su cama de hospital el señor abrió los ojos al volver en sí de la operación. A su lado vio a su mujer. "-¡Qué hermosa eres!" -le dijo. Volvió a cerrar los ojos y se quedó dormido. Ella, halagada y conmovida, permaneció junto a su esposo. Horas después él despertó. Mira a su señora y le dice: "-No estás tan mal". "-¿No estoy tan mal? -protesta ella-. ¿Qué pasó con aquello de: ‘¡Qué hermosa eres!’?". Replica el marido: "-Es que ya están pasando los efectos de la anestesia"... Babalucas llamó por teléfono a un amigo. "-¡Estoy desesperado! -le dice con angustia-. ¡Tengo ya tres días armando un rompecabezas y no he logrado unir ni siquiera un par de piezas!". Pregunta el amigo: "-¿De qué es el rompecabezas?". Contesta Babalucas: "-Es de un gallo, pero está muy difícil; ninguna pieza pega con otra. ¡Ven a ayudarme, por favor, o me volveré loco!". "-Allá voy" -dice el amigo. En efecto, llega poco después. Babalucas lo conduce a la mesa donde estaba trabajando. Ahí le muestra las piezas -todas- que había sacado de la caja, y le enseña también la caja con el dibujo del gallo. "-Con razón estás batallando -suspira el amigo-. Esto no es rompecabezas; es una caja de Corn-Flakes"... Los jóvenes esposos iban a ir a una fiesta, de modo que contrataron a una muchacha para que les cuidara a sus hijos, un niño de seis años y una niña de cinco. Vistió la joven señora su mejor vestido, se calzó sus zapatos con tacones de cinco pulgadas, se aplicó un añadido capilar, se puso pestañas postizas, se pintó los ojos con sombra morada y los labios con rímel color azul eléctrico. Luego fue a despedirse de los niños. "-Pórtense bien -les dice-; obedezcan a la niñera y acuéstense temprano". Y así diciendo les da un beso y sale de la habitación. Los niños se miran entre sí, y la niña le pregunta a su hermanito: "-¿Quién era, eh?"... No pasa un día sin que los bisoños y asustados soldados norteamericanos dejen de causar una nueva y absurda muerte "accidental" en las ciudades irakíes. Dentro de algunos años los cineastas estadouni-denses, en quienes parece residir ahora la conciencia crítica de la nación, tendrán que hacer películas sobre esta injusta guerra del petróleo como las que hicieron para revelar las atrocidades cometidas en Vietnam. Los malos políticos, igual que los malos hombres de religión, viven del miedo de la gente. Bush ha condenado al miedo a sus conciudadanos. Sólo si los mantiene en el temor conseguirá reelegirse. Por eso se obstina en sus mentiras sobre las armas secretas de Hussein, por eso hace creer al pueblo norteamericano que cada irakí muerto es un terrorista menos. Una y otra vez le he hecho ver al obcecado Presidente yanqui la sinrazón de su conducta, pero él no escucha mis requisitorias ni hace aprecio de mis admoniciones. No puedo hacerme responsable, entonces, de lo que suceda en el Cercano Oriente. Y menos aún en el Lejano, que me cae más lejos, como su nombre indica. Juzgue la historia en consecuencia... Un señor de edad madura les comentaba a sus amigos: "-He llegado a la edad en que los placeres de la mesa empiezan a atraer más que los de la cama. Precisamente acabo de mandar poner un espejo en el techo de mi comedor"... Afrodisio Pitorreal, galán concupiscente, asediaba con urticantes demandas de erotismo a Dulcilí, joven mujer sin ciencia de la vida. Ella se resistía a sus embates lúbricos, pero el labioso seductor no levantaba el sitio. Finalmente una noche Susiflor le dice a Pitorreal con timidez de paloma zurita: "-Si hago lo que me pides ¿me respetarás mañana?". "-Desde luego que sí -promete Afrodisio-. Claro, si lo haces bien"... FIN.