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De Política y Cosas Peores

Por Armando Camorra

Se exorna hoy esta columneja con "el chiste más cruel desde que Sonof Abitch, guardia de la prisión de Huntsville, Texas, le puso al condenado a muerte una tachuela en el asiento de la silla eléctrica”. Dice así el mencionado chascarrillo: “Sincondo N. era marido infiel. Tenía tratos en decúbito lateral, supino y prono con toda suerte de daifas y busconas, mujeres fáciles de cuerpo y con virtud precaria. No sólo andaba el lúbrico sujeto en esos adulterinos avatares: además era promiscuo, igual que gallo corralero. (Ya lo dijo el grosero dicharacho: "‘¡Ay, quién tuviera la dicha del gallo, que nomás se le antoja y se monta a caballo!”). Andaba con una y otra el tal Sincondo; en cuestión de faldas practicaba la democracia. Obra de Dios que no se le atravesó algún escocés. Para colmo era como los hermanos Esqueda, famosos trapecistas que actuaban sin red: no usaba ninguna protección. Consecuencia de todo eso fue que un día sintió los pródromos o síntomas de algo que al principio creyó simple catarro. "-Debo traer gripa” -se dijo. (NOTA: La Academia escribe "gripe”. Sólo que entonces los académicos no pueden decir que andan "agripados”. Deben decir de otra manera a fin de conservar lo radical de la palabra). Como pasaron los días y no cejaba el malestar, Sincondo fue a consultar al médico. Después de algunos exámenes el facultativo rindió su diagnóstico: Sincondo había contraído un mal venéreo, y lo tenía tan avanzado que el pronóstico era grave. (¡Qué caro precio pagó el desventurado por sus eróticos devaneos, y por actuar sin protección! ¡Ya que no pudo ser casto debió haber sido cauto!). "-¡No lo puedo creer, doctor! -clamó Sincondo-. ¿Hay algo que se pueda hacer?”. "-Sí, -responde el médico-. Todos los días cúbrase con lodo la piel del cuerpo, y espere a que se seque”. “-Y ¿con eso me curaré?” -pregunta ansiosamente el lacerado. "-No, -le contesta con franqueza el médico-. Pero se irá acostumbrando a la tierrita”... Está bien que hagamos de México un país changarrero con olvido de todos los principios de la superación personal, sobre todo del que prescribe que no debemos conformarnos con ser gallinas si podemos ser águilas. (Y yo pregunto: ¿quién come huevos de águila?). Lo malo es que el Gobierno actúa ante las empresas con criterio changarrero, pues las somete a un cúmulo de reglamentaciones para cumplir las cuales se necesita tener la paciencia del castor, la astucia de la zorra, la diligencia de la abeja, el tiempo de la tortuga y la perseverancia de la hormiga. Los extranjeros dicen que es más fácil conseguir la paz perpetua que soñó Immanuel Kant (1724-1804) que fundar una empresa en México; así son de abundantes, complicados, prolongados y lentos los requisitos que se deben cumplir, eso sin contar con que todavía está en uso el famosísimo “unto mexicano”, que así llegó a llamarse en Europa eso que nosotros llamamos la “mordida”. En un tiempo se intentó la simplificación administrativa, pero se complicó. No fue posible cumplir los trámites para llevarla a cabo. Debemos sacudirnos el lastre burocrático que cargamos desde los tiempos coloniales, y suprimir ese afán regulatorio del Gobierno, que tanto daño causa... Aquel señor era ventripotente. Panzón, para decirlo con más llaneza y propiedad. En una fiesta una invitada lo ve y comenta en voz baja: “-Si esa panza estuviera en una mujer, todos dirían que estaba embarazada”. El señor escucha el comentario y le dice: “-Estuvo, señora. Y está”... FIN.

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