La señorita Peripalda, encargada del catecismo, llegó a la casa parroquial. El padre Arsilio se alarmó sobremanera: la catequista -madura señorita soltera- mostraba grandes arañazos y rasguños en rostro, cuello y brazos. "-¡San Mateo! -profirió conturbado el sacerdote, cuyas expresiones interjectivas correspondían siempre al santo del día (esto se escribió ayer)-. Quid istuc quaeso? ¿Qué te sucedió? ¿Por qué vienes así, hija mía, con tales arañamientos, rasgaduras o uñadas. Quid ita istuc? ¿Cómo te aconteció tal cosa?". Responde le señorita Peripalda: "-Iba yo en mi bicicleta, y al caer en unos matorrales me arañé toda". "-Sic factum? ¿De veras? -contesta el señor cura-. Quamobrem istuc? ¿Cómo es eso? No tienes bicicleta, y ni siquiera sabes cómo andar en una. Non intellego. No entiendo". "-Bueno -se corrige la señorita Peripalda-. Iba por el parque en mi patín del diablo, caí entre unos arbustos y quedé toda rasguñada". Replica el padre Arsilio con tono dubitante: "-Satin’ hoc certum est? ¿Estás diciendo la verdad? En primer lugar, ¿cómo puede ir una catequista, que se ocupa de las cosas de Dios, en un patín del diablo? Y en segundo, tú nunca has tenido un patín del diablo. Non est opus! ¡No es posible!". "-Bueno -vuelve a enmendarse la señorita Peripalda-. Iba yo en mi patineta...". "-Aisne? ¿Será posible? -exclama el padre Arsilio, que empezaba a irritarse ya-. ¡Tú no tienes patineta! Non hercle vero! ¡No puede ser verdad!". "-Bueno -se corrige de nueva cuenta la señorita Peripalda-. Iba yo en mis patines por una calle empedrada, caí y me rasguñé la cara y los brazos". "-Non inquam! ¡No me digas! -rebufa el padre Arsilio ya francamente enojado-. Deliras! ¡Deliras! ¡No tienes patines, ni sabes patinar!". "-¡Bueno! -estalla la señorita Peripalda, harta ya del interrogatorio-. ¡Ultimadamente el gato es mío, y yo hago con él lo que me da la gana!"... (No le entendí)... Las cardenalicias rabotadas de Sandoval Íñiguez -hay que apearle todo tratamiento a aquél cuya soberbia llega a extremos que serían risibles de no ser deplorables- me hicieron recordar una película de imperecedera fama, "El crimen del padre Amaro". (En lo que hace a las películas actuales las famas imperecederas duran un mes. Después llega otra película, también de imperecedera fama). Excelente filme es aquél, y no creo incurrir en demasía si digo que el guión de Vicente Leñero tiene más dramatismo y más substancia que la novela original. Arriesgaré una tesis: lo que de esa película irritó a algunos jerarcas de la Iglesia no fue el crimen del padre Amaro, es decir, los amores del joven sacerdote con una muchacha. Esos amores fueron con mujer, no cosa de sodomía o pederastia, de modo que la clerecía salió más o menos bien librada. Lo que debe haber encalabrinado a ciertos dignatarios fue más bien la figura del obispo que tenía tratos con narcotraficantes y que de ellos recibía limosnas suculentas. Eso fue poner el dedo en la llaga, pues no cabe duda de que algunos dignatarios de la Iglesia Católica han andado en concilio de malos, para usar una bíblica expresión. El juego con apuestas, por citar un caso, es una actividad moralmente reprobable, causante de la ruina de muchos hombres, mujeres y familias. Sin embargo altos jerarcas de la Iglesia han andado de bracete con el llamado Zar del Juego, y le han extendido recomendaciones para favorecer su actividad. En eso no hay delito, es cierto, pero sí gran imprudencia y mal ejemplo. ¿Se extrañarán, entonces, de que la gente piense mal de ellos, y de que su conducta sea investigada? ¿Tienen derecho a pedir, como hace con su acostumbrada altanería Sandoval Íñiguez, que la autoridad se disculpe con ellos por hacer tal investigación?... FIN.