Llegó una señora a la farmacia y le pidió al dueño que le vendiera 100 gramos de arsénico. "-¡100 gramos de arsénico! -exclama con alarma el farmacéutico-. ¡Imposible, señora! ¡El arsénico es un tósigo poderosísimo! ¡Con 100 gramos de esa sustancia podría usted envenenar no digo a un caballo: a toda una caballería, incluidos caballeros, caballerangos y caballerizos! ¡No puedo yo venderle eso que pide!". "-Sé que me lo venderá -declara la señora muy tranquila-, y aun sospecho que me regalará el arsénico". "-No entiendo lo que me dice -contesta el hombre de la farmacia, inquieto-. Tengo el producto, ciertamente, pues el arsénico (del griego ársen, que significa macho) es un elemento sólido, lustroso y grisáceo, que da olor a ajo cuando se quema sobre carbón, y cuyas sales o arseniatos usamos en farmacia para combatir el paludismo crónico, la anemia, la escrófula y eccema, la sífilis y la tripanosomiasis, según las enseñanzas de Boudin, Fowler y Dioscórides. Sin embargo es imposible que yo ponga en sus manos ese violento "metaloide". Explica la señora: "-Es que lo necesito para envenenar a mi marido". "-¡Hipócrates me valga! -clama el farmacéutico, que siempre adaptaba sus voces interjectivas al oficio-. ¡Entonces menos aún puedo venderle el arsénico que pide! Pero, dígame: ¿por qué quiere usted envenenar a su señor esposo?". "-Me engaña -replica la mujer-. Desde hace tiempo yo sospechaba de él, y lo hice seguir por un investigador privado. El detective me entregó esta foto sacada en un cuarto de hotel". Así diciendo le extiende una fotografía. Mira el de la farmacia la fotografía y luego dice: "-Aquí veo a un hombre haciéndole el amor a una mujer. ¡Por Galeno! ¡La mujer es mi esposa!". "-Efectivamente -confirma con toda calma la señora-. Ahora deme el arsénico". "-Está bien -responde el farmacéutico-. Así con receta sí"... Antes el país estaba en manos de un partido político. Ahora está en manos de tres o cuatro. Vivimos en un régimen de partidos que consideran a México su propiedad particular y que exprimen el erario para sostener a una cáfila de burócratas políticos que pesan onerosamente sobre la Nación y no le aportan más que grillas, manipuleos y transas de la peor especie. Detentan esos partidos un indebido monopolio, pues a los mexicanos se nos prohíbe hacer política sin el permiso o patente de un partido. Como de esos partidos salen los legisladores, y como éstos deben fidelidad a la organización que los llevó a su cargo, entonces todas las leyes favorecen el mantenimiento de ese monopolio, y nada puede hacerse en la Nación sin el concurso de los dirigentes partidistas, los cuales acaban teniendo más poder que quienes fueron electos por los ciudadanos. Aun el IFE, institución que debería estar por encima de todos los partidos, ya que es el órgano encargado de juzgar su conducta y fiscalizar sus actuaciones, se ve ahora sitiado por ellos, pues todos los partidos reclaman posiciones en el organismo electoral, como en el viejo sistema corporativista. ¡Qué caros nos están saliendo esos partidos, y qué poco están sirviendo a México!... El encuestador entrevistaba a la señora, que lo recibió rodeada por sus cinco hijos. "-¿Usa usted el aceite de oliva?". "-Yo no -contesta ella-, pero mi marido sí". "-¿Cocina su esposo?" -pregunta el de la encuesta. "-No -responde la señora-. Lo usa con propósitos sexuales". "-¿Con propósitos sexuales? -se asombra el tipo-. ¿Cómo es eso?". Explica la señora: "-Cuando vamos a hacer el amor embarra con aceite de oliva la perilla de la puerta de la recámara, y así los niños no pueden entrar a interrumpirnos"... FIN.