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De Política y Cosas Peores

Por Armando Camorra

Jactancio, sujeto elato, presuntuoso, llegó a una fiesta en compañía de su mujer. La señora iba ataviada con un vestido caro. Pregunta con vanidad Jactancio a uno de sus amigos: "-¿Qué te parece como se viste mi señora?”. El amigo, que estaba distraído, responde: "-Muy despacio”... Don Cornulio fue con un abogado. "-Quiero demandar a mi vecino -le dice-. Llamó a mi esposa: ‘mujer pública’”. "-Muy bien -propone el letrado-. Podemos presentar una denuncia por injurias”. "-Dígame -vacila don Cornulio-. ¿Qué pasa si el vecino está diciendo la verdad?”... La madre superiora se sintió algo indispuesta. Sus monjitas solicitaron la presencia de un médico. Tras examinar a la reverenda el facultativo dio sus indicaciones: "-Llamen a un gastroenterólogo, y en el ínterin pónganle a la madre una cataplasma de mostaza”. Horas después pregunta el doctor por teléfono. "-¿Llegó ya el especialista?”. "-Todavía no” -contesta una de las hermanas. Inquiere el médico: "-¿Y ya le pusieron la cataplasma a la madre?”. "-Tampoco -responde la monjita muy apenada-. No sabemos dónde tiene el ínterin nuestra reverenda madre”... (¡Ingenua religiosa de candidez querúbica! ¡El ínterin no es una parte de la anatomía humana, y menos, como pareces pensar -¡bendita de Dios!-, una de esas partes llamadas "ocultas”, "pudendas” o "verendas”. El vocablo “ínterin” significa "entretanto”. Te ruego tomes nota de lo anterior, y aprovecho la ocasión para suplicarte le transmitas a la madre superiora mis votos personales por la pronta recuperación de su salud)... Hubo un tiempo en que los gobernantes de Atenas solían contratar mercenarios para la defensa de la población. Esos soldados provenían de diversos pueblos. Alguien preguntó a Bías, uno de los famosos siete sabios de la Grecia antigua, cuáles eran los mejores guardianes para custodiar a la ciudad. “Son los guardianes de madera” –respondió el filósofo. Al principio nadie entendió esa críptica respuesta, hasta que alguien recordó que las leyes de Atenas eran inscritas en tablas de madera que se fijaban en las puertas de la ciudad para conocimiento de sus habitantes. En efecto, el orden jurídico y su acatamiento por todos es garantía de seguridad, buen orden y sana convivencia. Contra el imperio de la ley nadie puede alegar consideraciones de justicia. Por un lado este concepto es eminentemente subjetivo, y por otro se supone que la ley positiva es expresión de esa justicia. Puede suceder, ciertamente, que no lo sea. Más todavía: es muy posible que alguna ley sea injusta. Aun en ese caso la ley obliga, y su cumplimiento es necesario –sin perjuicio de buscar la derogación de la ley injusta-, pues su desobediencia autorizaría a violar también las leyes justas. Tal razonamiento llevó a Sócrates a acatar la injusta sentencia que lo condenaba a muerte. La anterior sonorosa perorata me sirve de prefacio para solicitar atentamente al señor López Obrador que no se erija en exégeta de la ley, ni la interprete según su particular opinión o conveniencia. Debe cumplir las sentencias judiciales, o recurrirlas -si algún recurso cabe- en la forma que la misma ley prescribe. Mostrar rebeldía ante el orden jurídico a nada conduce, y en su caso es además proponer un mal ejemplo... Los recién casados decidieron pasar su noche de bodas en un motel de la ciudad. "-Pirulina -le anuncia solemne el novio a su flamante mujercita-. Voy a ser muy gentil, muy delicado. Sé que esto es nuevo para ti”. Pirulina pasea la mirada por la habitación y luego dice: "-Nada más las cortinas”... FIN.

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