Contrariamente a lo que suelo hacer todos los días, hoy no cimbraré la fábrica de la República, ni moveré desde el cimiento su estructura. Nada importante voy a decir en esta fecha: sólo revelaré el origen de la corrupción política. No lo haré, sin embargo, antes de dar salida a algunos chascarrillos de variada invención y diferente trama... Un señor invita a su amigo. "-Ven a cenar a mi casa -le pide-. Mi señora cocina muy bien”. Cuando ya están ahí se dirige con mucha cortesía el amigo a la señora: "-Me dice Evodio que es usted buenísima para el arte culinario”. "-Ay, Evodio -reclama ella muy ruborizada a su marido-. Ya te he dicho que no hables de nuestra vida íntima”... El ejecutivo presenta a su exuberante secretaria con un amigo. "-Te presento a Rosibel -le dice muy orgulloso-. Es tan buena que hace las funciones de tres secretarias y dos esposas”... Todos los pensadores que han elucubrado acerca de la naturaleza humana han llegado a una desoladora conclusión: el hombre es proclive a la maldad. La doctrina cristiana del pecado original se finca en tal criterio: ya en su mismo nacimiento la criatura humana está contaminada por el mal. Desde Agustín de Hipona y Tomás de Aquino hasta Marx, Freud, Sartre y Kierkegaard -pasando por Rivas Larrauri y don Antonio Plaza- todos los estudiosos de la antropología filosófica han arribado al mismo término: el hombre es un ser despreciable a quien convocan viles apetitos de materia. En medio de tantas voces pesimistas una sola opinión afirma la bondad natural del hombre. Tal es la tesis de Rousseau. Nace inocente el hombre -dice él-, pero la sociedad lo corrompe fatalmente. Soy partidario de esa idea. Profeso un optimismo irreductible acerca de la naturaleza humana. Quizá soy un ingenuo. Confieso paladinamente que pertenezco a la especie de aquellos que han comprado el Puente de Brooklyn o la Torre Eiffel. Sin embargo prefiero estar del lado de los que cándidamente compran eso, y no entre quienes con artería lo venden. En México la corrupción ha sido siempre mal endémico. El sistema político bajo el cual vivimos durante 70 años derivó fatalmente hacia la corrupción, y esa corrupción inficionó toda la vida mexicana. Siempre se atribuyen los actos de corrupción a quienes detentan una función pública. Se habla siempre de "los políticos corruptos”. Tal punto de vista peca de parcialidad. Los políticos no tienen el monopolio de la corrupción. Ésta es siempre un camino de ida y vuelta. Para que haya corrupción se necesitan siempre dos. Por eso ya hemos visto que algunos empresarios han aventajado a los políticos en la carrera del delito. Un sistema corrupto tiende a corromper a quienes viven en él. Acabado aquel antiguo régimen debemos evitar que se repita la corrupción que creó. El caso de los Amigos de Fox es todavía, para decirlo con expresión de moda, una asignatura pendiente... ¡Qué bárbaro eres, columnista! Nos has dejado el ánimo lleno de trascendente turbación. Aligera ahora tu estro y termina tu columneja con otros chascarrillos de menor entidad... A aquella muchacha le decían "La Tuerca”. A la hora de la hora se apretaba... El Señor formó a Adán del polvo de la tierra. Después tomó una de las costillas de Adán, y con ella hizo a Eva. Dijo enseguida el Creador al hombre y la mujer: “-Creced y multiplicaos”. Vio Adán a Eva, hermosa en su radiante desnudez; se vio luego a sí mismo, y luego preguntó al Señor: “-Yo ya crecí. Ahora: ¿cómo me multiplico?”... (No le entendí)... FIN.