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De Política y Cosas Peores

Por Armando Camorra

Don Senilio y doña Autumnia celebraban sus 50 años de matrimonio, y fueron a pasar una segunda luna de miel en Acapulco. Ya en la habitación de su hotel, y ya en la cama, dice ella con voz ensoñadora: "-Recuerdo nuestra noche de bodas. Tú empezaste a mordisquearme la orejita, y entonces...". Sin oír lo demás don Senilio se levanta. "-¿A dónde vas?" -pregunta con extrañeza doña Autumnia. Responde él con feble voz: "-A ponerme la dentadura"... El padre Arsilio fue a visitar a don Algón en su oficina. Iba a pedirle un donativo para su parroquia. Cuando llegó no estaba la secretaria en su escritorio de la recepción, de modo que don Arsilio entreabrió la puerta de la oficina a ver si don Algón estaba ahí. Sí estaba. Estaba sobre la secretaria, que a su vez estaba sobre el escritorio de su jefe, cuando debía haber estado frente el suyo. Turbados, llenos de confusión, los sorprendidos folladores se ponen trabajosa-mente en pie y proceden a arreglarse la ropa con desmaño. "-Perdone, padre -farfulla don Poseidón todo azarado-. Creo que me pescó usted en mal momento". "-Quizá en muy mal momento para usted -responde con una gran sonrisa el padre Arsilio-, pero en magnífico momento para mi parroquia"... Aquel famoso toro de granja tenía dos grandes atributos que acreditaban su calidad de semental. Con tal motivo su dueño lo bautizó con sonoroso nombre: le puso "Ferdinando el Blanquillón". Cierto día a la granja del vecino llegó una nueva vaca. La vio Ferdinando y se encendieron al instante sus rijosos ímpetus de genitor. Decidido a refocilarse con la apetitosa vecina saltó la cerca de maderos para estar con ella. Entorna la vaquita sus ojos de Juno y le pregunta llena de coquetería: "-¿Eres tú Ferdinando el Blanquillón?". "-Ferdinando a secas ahora -responde el toro con gemebunda voz-. No alcancé a brincar bien la cerca"... Don Astasio, viajante de comercio, cerró la venta un día antes de lo esperado, y le puso un mail a su señora anunciándole su regreso. Cuando a la mañana siguiente entró en su casa oyó ruidos que provenían de la recámara. ¿Qué ruidos eran esos? Lo diré. Eran suspiros, ayes, acezos, resuellos, espasmos, resoplidos, exhalaciones, silbos, estertores, rebufos, crispaciones y jadeos. Abrió la puerta de la alcoba don Astasio y lo que vio lo dejó sin habla. ¡A él, que había ganado el concurso de oratoria en la secundaria! Su mujer estaba en trance adulterino con un membrudo mocetón en quien el lacerado esposo reconoció al repartidor de pizzas. "-¿Qué es esto, pecatriz?" -clama don Astasio mesándose la exigua cabellera como hacía don Fernando Díaz de Mendoza en la escena final de "La jaula de la leona", alta comedia de don Manuel Linares Rivas. "-Ay, Astasio -contesta ella sin dejar de ocuparse en su tarea-. Tú tienes la culpa, por no avisar con oportunidad de tu llegada. La misma mala costumbre tienes, de no hacer reservación en el hotel. Un día te vas a encontrar con que no hay habitación". "-¡Pero si te puse un correo a primera hora de la mañana!" -intenta justificarse don Astasio. "-No lo dudo -concede ella generosamente, otra vez sin suspender su actividad-. Pero tú sigues teniendo la culpa: sabes muy bien que no abro mi correo sino hasta el mediodía"... Doña Gorgolota estaba viviendo sus últimos momentos. Junto a su lecho de agonía estaban su hija y el marido de ésta. "-Me estoy muriendo" -dice con feble voz la moribunda. "-¡No te vayas, mamita, no te vayas!" -prorrumpe con desesperación la hija. La señora vuelve los ojos hacia la ventana y mira la primera luz del alba. "-¡Qué hermoso amanecer!" -exclama conmovida. Y le dice muy apurado el yerno: "-¡No se me distraiga, suegra; no se me distraiga!"... FIN.

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