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De Política y Cosas Peores

Por Armando Camorra

Llegó un sujeto a confesarse con el padre Arsilio: "-Señor cura –le dice con acento de contrición-, me acuso de que en el café, en la oficina, en todas partes he andado diciendo que los diputados del PRI están actuando como idiotas”. "-Hijo mío -replica el confesor-, estoy aquí para oír pecados, no verdades”... ¡Pésimo principio para tu columneja, inane columnista! Seguramente tu mamotreto de hoy acabará peor. Diré en descargo tuyo, sin embargo, que nunca habíamos visto un espectáculo tan bochornoso como el que la bancada priista está ofreciendo. Nada importarían sus pugnas interiores –tan exteriores- si se redujeran a meros pleitos de facciones. A tales manipuleos se podría aplicar la frase del Tenorio: “Son pláticas de familia de las que nunca hice caso”. Lo malo es que esas disensiones alejan más la posibilidad de que el Congreso pueda hacer las reformas que tanto necesita este país para modernizarse. Si antes México estaba en manos de un solo hombre ahora está bajo el arbitrio de grupos anárquicos y sin sentido alguno del bien común. Por ganar un adarme de poder, por salir adelante con su pretensión esos bandos sacrifican el interés nacional. A causa de ello no sólo no avanzamos: aun retrocedemos cada día. El licenciado Valeriano Valdez Valdez, un buen amigo, me hizo recordar ayer a Felipe Gámez y Ríos, galano personaje de mi amadísima ciudad, Saltillo. Era abogado este señor, y era poeta. (No están reñidas las dos condiciones, según lo demostró López Velarde. Si para muestra no basta ese botón, no sé qué mercería podría bastar). El Abate Gámez, que tal era su nombre de pluma, tendía a la grandilocuencia. Cuando le preguntaban por su salud –“¿Cómo está usted, querido Abate?”- él no daba cuenta de la suya: aludía a la salud de la República. Alzaba la diestra mano, erguido el dedo índice, y decía con ademán y voz ciceronianos: “-La Patria se está desangrando, compañero”. Y luego añadía el bardo: “-Por no decir que se la está llevando la ingada”. En esas vecindades andamos hoy por hoy, queridos cuatro lectores míos... El optometrista examinaba a una paciente. Le dice: "-Señora: tiene usted una mirada maternal”. "-¿De veras, doctor?” -pregunta ella halagada. "-Sí -confirma el profesional-. Ve pura madre”... Dos amigos bebían en una cantina. Después de muy copiosas libaciones le dice de pronto el uno al otro: "-Quiero que sepas que te odio con todas mis fuerzas”. "-¿Por qué?” -se sorprende el amigo. Responde el otro: "-Sé que hace años cortejaste a mi esposa, y hasta le propusiste que se fugara contigo”. "-No puedo negar eso -confiesa avergonzado el tipo-. Es cierto lo que dices. Pero debes tomar en cuenta que al final me arrepentí”. "-¡Por eso te odio, maldito!” -estalla el otro lleno de rencor... El político se subió a un cajón de madera y empezó a decir su discurso. A los tres minutos la mitad del público se marchó; a los cinco minutos se retiró el resto de la gente. Sólo quedó un sujeto que escuchó hasta el final la perorata del político, que duró tres cuartos de hora. Al terminar su discurso el orador estrecha con emoción la mano de su solitario oyente. "-¡Gracias, amigo mío! -le dice conmovido-. ¿Es usted mi partidario?”. "-No, -contesta el hombre-. Soy el dueño del cajón”... Don Astasio les cuenta a sus amigos: "-No puede uno salir de su casa. Fui a un viaje de negocios. Cuando regresé encontré a mi mujer muy agitada en la recámara. Inmediatamente me expliqué la causa de su agitación: en mi ausencia había agarrado el feo vicio de fumar. Me dí cuenta de eso por un puro que estaba en el buró”... FIN.

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