Himenia Camafría, madura señorita soltera, célibe de las de antaño, tenía un loro. A eso quizá debía su doncellez, pues según la tradición de aquellos tiempos en la casa donde había cotorro las muchachas se quedaban cotorronas. Aun así la señorita Himenia amaba con dilección a su perico. Lo llenaba de tiernas atenciones, una de las cuales consistía en sacarlo todos los días a la ventana de la calle a fin de que tomara el sol y viera el paso de los convecinos. Frente a la plaza del pueblo estaba la casa de la señorita Himenia, y en la plaza se celebraban los mítines políticos. Una vez hizo el suyo un aspirante a alcalde. Empezó a perorar el candidato: “-¡Les prometo que voy a poner focos!”. “-¡Hablador!” -se oyó una voz. Prosiguió el orador: “-¡Y les prometo que taparé todos los baches!”. “-¡Demagogo!” -gritó la voz de nuevo. Y el candidato: “-¡Les prometo que haré construir un kiosko!”. “-¡Mentiras!” -se oyó otra vez el grito. Los guardaespaldas del político buscaron al gritón. Los asistentes, llenos de temor, señalaron al culpable: era el perico de la señorita Himenia. El pajarraco era el que había estado gritando aquellas demasías. Llamaron los guaruras a la puerta y le dijeron a la señorita Himenia: “-Su loro está molestando al candidato. Quítelo de ahí o lo quitaremos nosotros”. La señorita Himenia, asustada, llevó al perico al corral. Ahí lo dejó, entre las gallinas. Sucedió entonces algo que la señorita Himenia, en su inocencia, no pudo prever. Tan pronto el gallo vio al perico se dirigió a él con aviesas intenciones de erotismo. Ya llegaba cuando el cotorro lo detuvo con imperioso ademán. “-Exijo respeto -dijo al gallo-. Soy un preso político”... Difícilmente podrá encontrarse en el planeta un país que use tanta madera como Estados Unidos. Millones de pies cúbicos se aplican ahí cada año en tareas que van desde la construcción de casas hasta la fabricación de palillos de dientes. La explotación de los bosques es intensiva y permanente. Y sin embargo los norteamericanos tienen hoy más árboles que a principios del pasado siglo. Por qué? Porque los árboles que cortan los reponen de inmediato. Las mismas compañías madereras, por exigencia de la ley -y por instinto de conservación-, han plantado millones de arbolitos, reponiendo así los que talaron. ¿Y en México? Me entristezco al ver en las carreteras camiones cargados de madera. Eso, que debería alegrar por ser indicio de trabajo y de aprovechamien-to de los dones de la naturaleza, es motivo de preocupación porque sólo en mínimas proporciones los árboles que se talan son sustituidos por otros de nueva plantación. Se van acabando los bosques mexicanos. Nuestro país se está convirtiendo en un inmenso erial... El tímido galán llegó con un ramo de flores al departamento de la chica alegre. Ella, acostumbrada a tratar con otro tipo de hombres, se conmovió tanto por el detalle, que sin darle tiempo de nada tomó en sus brazos al cándido muchacho y comenzó a besarlo al tiempo que lo llevaba hasta la alcoba. Al terminar el repentino trance de amor el ingenuo galán se lanza hacia la puerta. "-¡Simplicio! -le suplica la muchacha-. ¡Si ofendí tu honestidad perdóname! ¡No te vayas, por favor!". “-No –contesta él-. Voy por otro ramo de flores"... Le cuenta con aflicción un tipo a otro: “-Mi mujer y yo llevábamos 20 años de casados y no habíamos encargado familia. Por fin una vez creímos que estaba embarazada. El vientre le iba creciendo cada día. Pero el médico dictaminó que no había embarazo: aquello era puro aire. "-Bueno, hombre -lo tranquiliza el otro-. Eso ya pasó. Quizá más adelante...", "-Sí -replica muy mohíno el individuo-. Pero ahora todos los niños de la colonia me buscan para que les infle los globos de la Navidad"... FIN.