Babalucas conoció a un irlandés. Le pregunta: "-¿Cómo te llamas?". Responde el hijo de Eire: "-Patrick O'Sullivan". Y dice muy molesto Babalucas: "-¿Por fin? ¿En qué quedamos?"... Corneliano trabajaba en una dependencia burocrática. Todos los días el jefe salía de la oficina a las 12 del mediodía en punto, y no regresaba sino hasta cerca de las 2. Los empleados no tardaron en darse cuenta de eso, y tan pronto salía el hombre se iban a un bar que estaba en la esquina a tomarse un copetín, y volvían a su trabajo poco antes del regreso del jefe. Cierto día Corneliano decidió ir a su casa en vez de ir a la cantina con sus compañeros. Cuando llegó al domicilio conyugal vio algo que lo dejó sin habla: su mujer estaba en la alcoba refocilándose cumplidamente con un hombre. ¡Y el hombre era su jefe! Corneliano cerró muy despacito la puerta de la alcoba, de puntillas bajó por la escalera y regresó veloz a la oficina. Al día siguiente sale el jefe, como de costumbre, y los compañeros de Corneliano se disponen a salir también. Le preguntan a Corneliano, que seguía trabajando en su escritorio: "-¿Hoy no vas con nosotros?". "-¡Ni de broma! -responde él-. ¡Ayer por poco me pesca el jefe!"... Apenas hace tres años vivíamos en la época del presidencialismo. Ahora vivimos en la era del diputadísimo. En el antiguo régimen dependíamos de la firme voluntad de un solo hombre. Hoy dependemos de la torcida voluntad de muchos. Antes sabíamos quién era el Presidente. Ahora la mayoría de los mexicanos ignora quién es el que se dice su representante. ¿Representantes nuestros esos diputados? Ni por asomo. En la inmensa mayoría de los casos representan sólo su propio interés, y el de su partido. Difícilmente podrá encontrarse alguno que tome en cuenta el bien de sus representados, o el de la Nación. Esto que digo de ninguna manera implica un sentimiento de nostalgia, esa "íntima tristeza reaccionaria" que alguna vez sintió López Velarde: pese a todo vivimos mejores tiempos que aquellos de la dominación priista, y vamos por un camino mejor. Sólo que estamos pagando muy caro el noviciado democrático. Quisiéramos que nuestros diputados recordaran la clásica definición de Lincoln y pensaran que la democracia no sólo es del pueblo y por el pueblo: es, sobre todo, para el pueblo. Si los diputados no toman en cuenta el interés general por encima de la propia conveniencia y de la de su partido, entonces caeremos en la demagogia, corrupción torpe de la democracia. Y ni siquiera gozaremos las ventajas que teníamos en los tiempos de aquella dictadura atemperada por la benevolencia de los detentadores del poder, y por su corrupción... Sigue ahora un cuento desaconsejable. Las personas pudibundas no deben leerlo. Hagan que alguien lo lea en alta voz y limítense ellas a escucharlo... Bucolio, rupestre mocetón que vivía en una granja, llegó a la edad del urticante instinto natural. Un cierto amigo suyo lo llevó a una casa de mala nota en la ciudad a fin de que se estrenara en las cosas de la sexualidad. El inductor le dijo a la madame que Bucolio era novato en esos menesteres. "-No tendrás ningún problema -tranquiliza ella al principiante-. La Naturaleza te guiará. Pero asegúrate bien de usar condón". "-¿Qué es eso?" -pregunta Bucolio. La madame le muestra uno y le enseña: "-Mira: así se usa". Y a modo de ejemplo se lo pone ella misma en el dedo pulgar. Luego le da otro a Bucolio. Terminado aquel trance inicial comenta la pareja de Bucolio, preocupada: "-Creo que se rompió el condón". "-No -le contesta Bucolio-. Está como nuevo". Y le muestra el artilugio, que llevaba enrollado en el pulgar... FIN.