Coincide el tercer aniversario del Gobierno probablemente con la circunstancia más difícil que ha vivido el país desde que se dio la alternancia en el poder presidencial: se está dejando de correr un riesgo para entrar, de lleno, a correr un peligro.
El asunto puede parecer una mera cuestión de matiz. Es algo más que eso. El peligro entraña invariablemente la inminencia de algo malo. El riesgo, aun cuando también supone la probabilidad de un daño, se vincula a la vez con un beneficio.
Cuando se corre un peligro, nada bueno deriva. Cuando se corre un riesgo y se sabe sortear, por lo general, se logra algo bueno. Quizá por eso el índice riesgo-país se denomina así y no peligro-país. Se corren riesgos invirtiendo en función del probable beneficio, pero ningún inversor corre peligros. El riesgo, por lo demás, apunta hacia el futuro; el peligro no.
Entendida, así, la diferencia entre el peligro y el riesgo, lo delicado de estos días es que el país se está deslizando del riesgo al peligro. La política, o la ausencia de ésta -según se quiera ver-, amenaza con colapsar a la economía y el contexto internacional poco ayuda.
Y conviene apuntarlo desde ahora, en ese deslizamiento del riesgo al peligro, la responsabilidad es compartida por el Gobierno y los partidos, así como por los poderes Ejecutivo y Legislativo.
*** Hace tres años, a nadie escapaba que la alternancia suponía un riesgo pero, justamente, se quería correr porque tenía, por acicate y atractivo, un anhelo: hacer de la alternancia una alternativa. Desde el arranque mismo de la actual administración se sabía que el presidente Vicente Fox afrontaba varios problemas y desafíos.
Los partidos, incluido el suyo, no habían logrado redefinir el rol que les tocaba jugar en la alternancia y, en un primer efecto, esa incapacidad vulneró la posibilidad de integrar un gobierno de coalición.
El propósito presidencial de integrar en su gabinete a cuadros de partidos distintos al suyo y, por esa vía, comprometer desde la acción misma del Gobierno la construcción de acuerdos se frustró. Sin perspectiva de la oportunidad que se presentaba al país y a las mismas fuerzas políticas, la oposición vio la idea de un Gobierno de coalición como un imposible.
Se refugió en el nicho de la pureza ideológica y política para rechazar esa posibilidad y hacer de la resistencia al Gobierno su más sólida bandera. El PRI y el PRD pusieron en práctica un absurdo político: resistir sin apoyar, practicar una oposición dura y sin propuesta. El PAN, a su vez, sintiéndose disminuido en lo que entendía como el paraíso de la administración, jugó a hacerle el vacío al hombre que, por error o descuido, había colocado en el Palacio Nacional.
Jugaba Acción Nacional a reconocer a Fox como uno de los suyos pero no a asumirse como un partido en el Gobierno. Ese primer problema derivó en otro. El mandatario integró un gabinete de personalidades del mundo empresarial, ciudadano, político e intelectual que, por su origen y naturaleza, llegaban al gabinete sin experiencia política, sin representar fuerza alguna y, por consecuencia, sin posibilidad de darle solidez al propio Gobierno.
Un equipo, por lo demás, donde el peso de la vanidad y el afán protagónico de algunos de sus integrantes terminó por vulnerar la posibilidad de hacer del conjunto de personalidades un auténtico equipo de trabajo. Se integró, pues, un Gobierno de personalidades contrastantes. En esa condición, desde el primer momento, el jefe del Ejecutivo comenzó a vivir la soledad derivada de un triunfo amparado en la popularidad, la audacia y la mercadotecnia pero carente del necesario respaldo político. Carecía de fuerza, inteligencia, experiencia y organización para consolidarse en el poder presidencial. Esa circunstancia y un mal equipo de asesores, donde hay que incluir a la hoy primera dama, hicieron caer al mandatario en otro error: hacer de su popularidad el instrumento del avasallamiento de los otros poderes políticos, formales e informales.
La operación no prosperó y, en la desesperación, se buscó mantener la popularidad a toda costa haciendo de la acción de Gobierno un espectáculo que, al paso de su repetición, terminó por constituir una aburrida rutina: la gracejada como recurso, las contradicciones como costumbre, el resbalamiento de la responsabilidad como salida, el anuncio de programas como obras concluidas, la evasión como realidad.
*** De ese modo, de la oportunidad se hizo un problema, de la alternancia un ejercicio de turnos, del riesgo un peligro. Sin capacidad, madurez, ni sensatez para entender el momento, los partidos políticos comenzaron a desarrollar una política de viudas: pretender sustraer dividendos del ahorro del desgaste político. El error del contrario, en esa lógica, era su ganancia. Como si los grandes políticos hubieran hecho del cruzarse de brazos el mejor monumento de su trayectoria.
Y, aunado a eso, la oposición entró en un juego todavía más absurdo: cuanto peor le fuera al Gobierno, mejor les iría a ellos y, entonces, lo importante resultaba dilucidar quién de los cuadros opositores debería recoger el cetro y la corona que le ven caer al presidente de la República.
Hasta algunos secretarios de Estado entraron a jugar esa ruleta rusa. Esa lógica llevó a la oposición -en particular al PRI- a otro agujero. En la disputa anticipada y precipitada por un poder no escriturado y que, ahora, está en peligro de diluirse, lo llevó a una guerra intestina que ya no distingue cuándo responde hacia problemas externos y cuándo responde hacia problemas internos.
En la loca ambición de asegurar y construir su propia candidatura a la Presidencia de la República, Roberto Madrazo no deja de dispararse a los pies y en el afán de aniquilar a todo aquel o aquella que obstaculice su ambición está agrandando las grietas que, desde hace años, advierten la fractura de la fuerza tricolor.
Roberto Madrazo vive de prestado y, aun así, piensa que son suyos los restos del naufragio al que conduce a su partido. Del perredismo no se puede decir lo mismo porque, desde tiempo atrás, esa fuerza privilegia la lucha hacia dentro de sí misma más que hacia fuera.
Al menos en lo que va de la actual legislatura, el perredismo ha logrado demostrar que su propuesta es la de la automarginación, amparada en el determinismo de que la razón histórica siempre ha sido suya. Pese al hecho de llevar seis años en el Gobierno de la capital de la República, el perredismo no ha logrado construir un discurso y una propuesta política seria.
Sigue trabajando en los básicos: ajustarse o no al Estado de Derecho, reconocerse como movimiento o como partido, hacer de la resistencia el nicho seguro de su sobrevivencia eterna, explotar la crítica y la denuncia ante la ausencia de una propuesta.
Ante ese cuadro, donde los partidos se destrozan desde dentro; donde los amigos se alejan; donde los colaboradores miran por su propio interés o actúan con sorna ante los proyectos que dicen proponer; donde, en el afán de apoyarlo, su esposa lo vulnera; donde algunos colaboradores dejan el barco asegurando que, si bien nunca dejaron de remar, prefieren buscar otro barco, la desesperación del mandatario es cada vez más notoria.
Si antes el mandatario tomaba como ofensa la recomendación de operar cambios en el gabinete, ahora opera cambios sin decidirlos. El gabinete Pinos es ya un mero recuerdo y el gabinete legal es el espacio donde opera cambios, impuestos por circunstancias ajenas a su decisión. Mueve y remueve pero, en el fondo, no elabora una estrategia que permita pensar en un segundo Gobierno.
El mandatario resolvió echarse en los brazos de su partido sin darse cuenta de que Acción Nacional sigue instalado en la política de brazos cruzados.
*** El saldo que arroja esa circunstancia es el paso del riesgo al peligro. Si en tres años el Gobierno no consiguió asentarse en el poder, los partidos no lograron replantearse su rol y no se reconoció que hay asuntos que no pueden sujetarse al litigio partidista, considerar la posibilidad de una rectificación por parte de los actores políticos es difícil. Si esto no se hizo en los tres primeros años que marcan el lapso donde un Gobierno sexenal puede proyectar y arrancar sus planes de fondo, es francamente difícil que lo haga en los últimos tres años.
Desde esa perspectiva, el afán de correr el riesgo de hacer de la alternancia una alternativa se ha perdido. Enfrente está el peligro. El peligro de sufrir una regresión a un pasado que, aun cuando algunos todavía lo dudan, ya no existe. Los viejos referentes políticos desaparecieron en el propósito de construir unos nuevos que, lamentablemente, no se consolidaron.
Regresar a ese pasado, puede llevar al país a una espiral de conflictos donde se va a colapsar la economía y lastimar todavía más la tensa situación social de los más desfavorecidos. Si no hay capacidad del Gobierno y los partidos políticos para suscribir acuerdos mínimos que le den viabilidad al país por los tres años que le restan a la administración, lo que la clase política está proponiendo es una crisis combinada de la peor catadura.
Si no hay esa mínima capacidad, cuando menos se tiene que administrar el tiempo, reconociendo que muchas otras veces el tiempo se despilfarró de manera infame.
Los actores políticos que juegan a precipitar el vencimiento del Gobierno no advierten que, en ese juego, ellos también perderían hasta la posibilidad de sacar de los escombros la ganancia de su pepena. El país se está deslizando del riesgo al peligro. Si ya no se quiere correr el riesgo, al menos hay que conjurar el peligro.