La depreciación de nuestra moneda alcanzó en los últimos días una cotización superior a los 11 pesos por dólar. La pérdida de la confianza en una pronta recuperación de la economía norteamericana, o en el mejor de los casos la firme tendencia a un escaso crecimiento ha provocado que muchos inversionistas internacionales, aquellos que representan la inversión extranjera que necesitamos para disponer de los dólares necesarios para satisfacer nuestra excesiva demanda, se refugien en la compra de oro y reduzcan significativamente los flujos de inversión a los mercados emergentes, entre ellos el nuestro. Por otra parte, la crisis política venezolana, en donde a pesar del paulatino desgaste y fracaso del paro nacional, la producción petrolera ha descendido drásticamente, han provocado una elevación de los precios internacionales del petróleo, que ha sido anticipada por los especuladores, y han desviado muchos flujos hacia la compra de contratos a futuro de esta materia prima. El resultado ha sido que no pudimos disponer de los suficientes flujos de capital extranjero que puedan financiar el déficit en cuenta corriente y, en consecuencia, la depreciación del peso mexicano.
Esta situación ha dado pie para que se ponga un mayor énfasis en la aprobación de las reformas estructurales que permitirían mayor inversión extranjera en los sectores energéticos del país. Con estos nuevos flujos de capital se podría financiar el déficit y evitar la depreciación de la moneda. En teoría esto es cierto, pero debemos insistir, no significa una solución al problema de fondo, que es el propio déficit, sino un nuevo ?mejoralito? para calmar el dolor, sin solucionar el mal. Además, significaría el último jalón a una política de desmantelamiento de la capacidad financiera del Estado y, la próxima vez que nos enfrentáramos a un problema de financiamiento del déficit, no habría ya nada más que rematar, nada más que vender en el extranjero.
Muchas personas entienden esto y se oponen, o no ven ningún sentido al menos, en el remate de los últimos activos que dispone la nación a manos extranjeras. El desastroso estado que guarda el futuro del país, se muestra ya en el trato que ha recibido nuestro gobierno en distintos foros internacionales. El menosprecio de los norteamericanos a la posición de nuestro gobierno en las Naciones Unidas se explica, al menos parcialmente, por el hecho innegable de que ya saben que estamos dispuestos a entregar todo a cambio de nada, ¿para qué, entonces, tomarnos en cuenta?. En Alemania, por ejemplo, donde ?nuestro? presidente ha estado ofreciendo los bienes nacionales a los inversionistas extranjeros, a pesar de la oposición del Congreso, ha sufrido un revés más, producto de su alineamiento a la política norteamericana en el pasado (¿Recuerdan a Fidel?), además de que allá no se chupan el dedo tan fácilmente y saben perfectamente que, de no conseguir una mayoría abrumadora en la Cámara de Diputados, cosa improbable en sí misma, no se podrán llevar a cabo las reformas constitucionales prometidas. Además, es fácil suponer que para que el PAN obtenga un triunfo como el que necesita en julio, deberán hacer uso de todo el poder de los medios de comunicación, deberán pasar por encima y enfrentarse a otros partidos de oposición, generando fricciones y enfrentamientos, que en caso de un triunfo les cobrarían en la movilización de amplios sectores de la población. El enrarecimiento político del país supondría un riesgo que los inversionistas no estarán dispuestos a correr. Así las cosas, solo una dictadura o un gobierno de facto de Fox podrían asegurar las cosas. Un triunfo absoluto del PAN significaría una vuelta al partido de Estado y una vuelta a presenciar el clásico levanta dedos en las Cámara de diputados. Y por si esto fuera poco, tenemos la composición de la Cámara de Senadores, que no se modificará, así que bien puede el presidente confiar en las elecciones de julio para ganar la Cámara de diputados, que si lo hace basado en una política de enfrentamiento con otras fuerzas políticas, no ganará nada porque se lo cobrarán en la Cámara de Senadores.
Como podemos ver, las cosas no pintan bien para las iniciativas presidenciales, apuestan a debilitar las fuerzas opositoras hasta rendirlas a sus designios y eso es sumamente peligroso para el futuro del país. Nada prosperará mientras no se practique una política de consensos y mientras no modifiquemos de raíz, las condiciones estructurales que realmente nos mantienen permanentemente en una posición internacional deudora. Pero creen que lo que los convertirá en buen gobierno es el poder financiar el crecimiento sólo con la participación del sector privado y con la inversión extranjera. Desde el estrepitoso fracaso del gobierno de Salinas para llevarnos al primer mundo, desde el fracaso de Zedillo para garantizar el bienestar de nuestras familiar, los mexicanos sabemos bien que el modelo neoliberal no resolvió los problemas del país, antes bien, los agudizó. ¿Estará el gobierno de Fox todavía en condiciones de modificar esto, o apostará a continuar por el mismo camino?. Ese es el gran dilema que se resolverá a lo largo de este año.
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