La depresión es un típico mal contemporáneo que está dejando secuelas muy difíciles de superar en infinidad de personas, por la complejidad de los orígenes fisiológicos, metabólicos, glandulares, psicológicos y sociales que pudieran estar en la causa de esta enfermedad: la cual afecta no sólo al cuerpo, sino sobre todo a la psique de muchas mujeres y hombres de nuestro tiempo.
El incremento que se está dando en el mundo más desarrollado de cuadros patológicos ligados con estados depresivos motivó que el pasado 13 de noviembre Juan Pablo II dedicara su alocución en el seno de la 18º Conferencia Internacional del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud a contemplar la complejidad de este mal, que puede derivar hasta en enfermedad profunda, más o menos duradera, destrozadora anímica a quien la padece, provocándole inclusive propensiones a conductas suicidas, aunque también estados pasajeros, menos alarmantes pero que provocan en quien los sufre, tensiones constantes, tristezas inexplicables, súbitos cambios de ánimo ligados a acontecimientos difíciles, conflictos conyugales y familiares; problemas laborales, financieros o profesionales; estados de soledad, incomprensiones, etc., que comportan una fisura o una ruptura en las relaciones sociales, profesionales, familiares por las que puede atravesar una persona.
El Papa en la referida Conferencia comentaba que esta “enfermedad es acompañada con frecuencia por una crisis existencial y espiritual, que lleva a dejar de percibir el sentido de la vida”. “La difusión de los estados depresivos es preocupante. Se manifiestan fragilidades humanas, psicológicas y espirituales, que al menos en parte son inducidas por la sociedad. Es importante ser conscientes de las repercusiones que tienen los mensajes transmitidos por los medios de comunicación sobre las personas, al exaltar el consumismo, la satisfacción inmediata de los deseos, la carrera hacia un bienestar material cada vez mayor. Es necesario proponer nuevos caminos para que cada uno pueda construir la propia personalidad, cultivando la vida espiritual, fundamento de una existencia madura. La participación entusiasta en las Jornadas Mundiales de la Juventud demuestra que las nuevas generaciones buscan a Alguien que pueda iluminar su camino cotidiano, dándoles razones de vida y ayudándoles a afrontar las dificultades.
“Ustedes lo han subrayado: la depresión es siempre una prueba espiritual. El papel de quienes atienden a una persona deprimida sin una función específicamente terapéutica consiste sobre todo en ayudarla a recuperar la propia estima, la confianza en sus capacidades, el interés por el futuro, las ganas de vivir. Por eso, es importante tender la mano a los enfermos, hacerles percibir la ternura de Dios, integrarlos en una comunidad de fe y de vida en la que se sientan acogidos, comprendidos, sostenidos, en una palabra, dignos de amar y de ser amados”.
Así pues, sin dejar de considerar motivos de orden estrictamente fisiológico como razón de ser de muchísimos casos depresivos, no podemos soslayar razones de tipo psicológico y sociológico que provocan esas ansiedades, insatisfacciones, miedos y perturbaciones que a muchos contemporáneos les llevan a la famosa “depre”.
La creación de necesidades económicas fincadas en el consumismo y la ambición desmedida por lo que la mercadotecnia nos presenta como apetecible. El ruido frenético externo que nos impide conocernos a fondo y medir nuestras auténticas fuerzas y debilidades. El materialismo agobiante inhibidor del desarrollo espiritual de las personas, son también motivos muy directos del incremento de tantos estados depresivos.