“El destino abre su propia ruta” Virgilio Período de excepción en la continuidad guerrera, tregua entre dos guerras, todos dicen amarla, pocos la procuran. Llegamos al final de camino. Hace semanas que venimos diciendo adiós a la paz. Todo indica que estamos en el umbral de la guerra. Para varias generaciones el suceso dejará de ser ajeno, remoto, de enciclopedia.
La globalización es un ingrediente sorpresivo. Podremos saber cómo llegamos a esta guerra, difícil imaginar el fin. ¿Qué tan sólidos serán los lazos del Islam? ¿Hasta dónde las diferencias internas se someterán a una gran unión panarabe? ¿Y el petróleo? Los expertos afirman que primero subirá hasta el cielo para desplomarse en beneficio de la economía mundial. ¿Será? Pocas expresiones con tantos vericuetos como destino. ¿Acaso lo construimos como sugieren algunos? ¿O quizá somos sus víctimas, llegamos a él sin desearlo? Algo queda claro: hay quien reniega inútilmente del rumbo que la vida nos impone. Hay también quien acepta y revira, hace suya la nueva condición, la usa y se apodera de ella. Queda claro que Vicente Fox no quería llegar aquí. Como casi todos los mortales jamás imaginó el giro del mundo en los últimos 18 meses.
De pronto aquí estamos con la principal potencia, nuestros vecinos del norte, decidida a atacar, el mundo dividido y nosotros sentados en el Consejo de Seguridad. Más vale que Fox asuma sus tiempos. La economía no ha crecido ni crecerá a los ritmos que se deseaba. La relación tersa con los EU es asunto del pasado. ¿Qué hacer? Lo primero es pensar en función de la guerra.
Una estrategia de emergencia para crecer en este nuevo entorno. El gabinete debe lanzar escenarios alternativos: guerra corta, larga, con incertidumbre prolongada en el consumidor estadounidense, en los inversionistas, con un precio del petróleo oscilante, muy alto lo cual genera oportunidades y riesgos y bajo, muy bajo, con sus conocidas consecuencias. Cómo aminorar el inevitable impacto es el objetivo. Pero no podemos sentarnos con los brazos cruzados a esperar el retorno de los “buenos tiempos”.
Esos, tal cual, no van a regresar. Tercer año de gobierno con bajo crecimiento, alto desempleo, incertidumbre y una tensión excepcional entre México y Estados Unidos, esa es la realidad.
El 11 de septiembre y el conflicto con Iraq ya marcaron irremediablemente la gestión de Fox. Ese fue su destino. Lo notable es la negación sistemática del hecho. Mientras Fox y su señora siguen empeñados en hacer campaña para ganar la mayoría en la Cámara de Diputados —¿¿??— la historia del mundo cambia su trama.
Estamos en una gran emergencia. La pequeñez de miras históricas no sólo es muestra de miopía, es algo peor aun, es señal de egoísmo. Qué importa la mayoría en la Cámara cuando México se está jugando su inserción en el nuevo mundo que se está pariendo y con ello el empleo de cientos de miles de conciudadanos. ¿Dónde está la cacareada perspectiva de largo plazo? ¿Dónde los razonamientos en función del estado? Bush el guerrero, en su imaginación inquieta, tiene el 2003 para ir a esta guerra, ganarla, imponer un gobierno, pacificar la zona, acabar con la incertidumbre interna, reanimar la economía, ganarle simbólicamente la batalla al terrorismo y amanecer así en el 2004 como candidato lógico a la reelección que sólo esta a 18 meses de distancia. De allí la prisa. Así de superficiales las motivaciones.
Pero si algo falla en el camino, supongamos que la guerra se prolonga, que hay otro atentado menor, que el mundo del Islam se sacude y sale de control, que la producción petrolera de Venezuela se desploma, que el precio del petróleo rebota, que abultado déficit de EU empieza a cobrar facturas en la economía como es previsible, lo que sea, si alguno de los múltiples imponderables que están enfrente se atraviesa que no es descabellado, la esperada bonanza no llegará y nosotros seguiremos esperando. Es momento de cambiar de estrategia y mirar hacia adentro.
Con la nueva propuesta de resolución lanzada ayer por EU, Gran Bretaña y España y la contrapropuesta de Francia, Alemania, Rusia y China el escenario final en el Consejo no cambia demasiado: a favor de la intervención legal están EU y Gran Bretaña enfrentados con Francia, Rusia y China, de los permanentes, con veto. De los no permanentes España y Bulgaria a favor y Alemania y Siria en contra, cuatro contra cinco, hasta ahora. La unanimidad se mira casi imposible.
Los EU tendrán que buscar, entre los otros seis miembros, una mayoría simple, llegar a los nueve votos.
Esa guerra, en varios actos no tan diplomáticos, ya comenzó: Bush insinuando que un acuerdo migratorio con México no está del todo descartado —¿de qué depende?— una inesperada visita de Kissinger advirtiendo sobre el previsible enojo estadounidense ante la ausencia de solidaridad mexicana, dos declaraciones del nuevo embajador sobre la prueba de la calidad de los amigos y por supuesto la impertinente visita de Aznar.
Hasta ahora Vicente Fox ha reaccionado con altura. Viene sin embargo el episodio final y nada indica que será amable.
México peleó por un sitial en el Consejo de Seguridad ahora debemos asumir los costos. México deberá presentar una posición doctrinal sólida: por qué apoyar a Naciones Unidas hasta el final; por qué desarmar a Irak; por qué no aprobar una acción unilateral; por qué no sumarse al derrocamiento del dictador; porqué subsumir la defensa de los derechos humanos a otras consideraciones; dónde colocar a la opinión pública internacional en este nuevo escenario; cuál es la paz deseable frente a un tirano como Hussein; qué posiciones asumir frente a otros tiranos; qué decir de las otras potencias nucleares en ciernes incluido el misil coreano de ayer; hasta dónde puede ir el papel de la llamada “nación imprescindible”; qué pueden los EU esperar de México. Más allá de la voluntad de Fox, están los principios y visión de los mexicanos.
La abstención como salida cómoda a lo único que conduce es a quedar mal con todos. Ha llegado el momento de las definiciones siempre incómodas. Tan volcado hacia el exterior, a Fox le toca, si quiere mayor crecimiento, mirar hacia adentro. Tan notoriamente simpatizante de nuestros vecinos, al ex gerente de Coca Cola le toca una redefinición crucial de nuestro ser nacional. Tan proclive a fomentar las relaciones personales —recuérdese la reunión en el rancho San Cristóbal— a Fox le toca el distanciamiento. Ese es el destino que la vida le arrojó. ¿Lo hará suyo o lo dejará pasar de largo? Veremos.