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Devoradores

Federico Reyes Heroles

“Pues todo poder estatal debe su formación y conservación a la voluntad humana, demasiado humana”.

Hermann Heller ¡Viiiva México! se escucha mientras alguien lanza un ¡ajuua! provocador y exagerado. ¡Vivan los héroes que nos dieron patria! es el llamado popular que anualmente nos recuerda la gesta de nuestros “padres fundadores”. El tequila corre. Los humores festivos lo invaden todo, las banderas ondean. En el imaginario colectivo los mariachis tocan y las cazuelas están repletas de nuestros manjares. Ya entrados en gastos los mismos mexicanos que horas antes trinaban contra su país caen presas de una poderosa melancolía: a pesar de todo este es un país fantástico, yo no lo cambiaba por nada, como México no hay dos. Al día siguiente todos de regreso a una dolorosa realidad: los mexicanos son los peores enemigos de los propios mexicanos. Nadie ha dañado más a México que nosotros mismos.

Año con año el “grito de independencia” es uno de los momentos culminantes de nuestra esquizofrenia nacional. Por un lado camina el mundo de nuestra retórica nacionalista, por el otro una identidad nacional quebrada, sangrante. El nacionalismo siempre será una enfermedad, ha dicho Hobsbawm, pero una enfermedad necesaria. Como el colesterol, el bueno y el malo, uno nos puede matar, el otro salvar la vida. Hay así un nacionalismo pernicioso, perverso, ese que nos cierra a los otros, el que nos hace creer nuestra superioridad, el que nos impide aprender de los otros, el que busca la pureza de lo que sea, el que inventa enemigos externos para evadir las carencias internas, el que controla al arte o lo intenta, todo en aras de “conservar lo propio”, el que se siente amedrentado si las costumbres cambian. Ese es un nacionalismo enfermo, producto de una debilidad íntima, de un complejo de inferioridad incontrolado. México ha padecido y padece de todos estos síndromes.

Mueran los “gachupines” gritamos, porque todavía somos incapaces de digerir adecuadamente la Conquista y la Colonia. El monumento a Hernán Cortés está pendiente. Los “gringos” son el enemigo retórico favorito, pero jamás se menciona que el país que más admiran los mexicanos son los Estados Unidos. En ese país “abierto y hospitalario”, sólo se acepta a la inmigración cuando es europea, ni siquiera los “hermanos” latinoamericanos pasan la prueba. Ese país nacionalista le cerró las puertas a Rufino Tamayo y a otros, porque su arte no era una expresión de “lo nuestro”.

Ese mismo nacionalismo es el que se rasgaba las vestimentas porque las hamburgueserías y la comida japonesa amenazaban nuestra identidad nacional. También es el que persigue a las “nuevas religiones”, porque fracturan a las comunidades, como si estuvieran unidas, y además responden a “intereses externos”, como si las creencias religiosas debieran tener fronteras.

Los “feroces lobos malos” que podrían atentar contra los mexicanos cambian de disfraz, según los miedos e intereses de quienes se encuentran en el poder. Pero las víctimas de la cerrazón siempre son los ciudadanos mexicanos.

Pero hay otro nacionalismo, el positivo, el que fortalece un grado de solidaridad mínima entre los ciudadanos, el que fomenta un respeto básico para lograr una convivencia armónica, el que antepone los intereses comunes a los individuales, de grupo o gremiales o lo que sea.

De ese nacionalismo andamos muy bajos. Por ejemplo 77 por ciento de los mexicanos opinan que sus conciudadanos sólo se ocupan de sí mismos. ( Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas, Encup 2001, este país, #137. En ese país carente de un mínimo nacionalismo entendido como preocupación por los otros y en algún sentido por lo propio, el 54 pro cciento de los mexicanos no consideran que en su comunidad existan problemas que les interese solucionar. ¿En qué comunidades vivirán que no hay problemas? En ese mismo país que no ha logrado afianzar los cimientos de una verdadera nación, el 82 por ciento de la población acepta nunca haber trabajado para resolver algún problema común. Lo comunitario, lo de todos, no pareciera interesar demasiado, por eso sólo un 15 por ciento pertenece a algún tipo de organización, la gran mayoría religiosas y además el 56 por ciento (Encup-2003, este país #150) consideran muy difícil organizarse con otros ciudadanos.

Se abre la ventanilla y una mano arroja una lata, acto cotidiano por medio del cual los mexicanos desprecian a su país y a sus conciudadanos. La fila para comprar boletos está formándose cuando llega el “abusadillo” y pisotea los derechos de todos sus conciudadanos allí presentes y se los salta. Esos que parecen asuntos menores van escalando y complicando la vida de los mexicanos, como por ejemplo el altísimo número de conciudadanos que miente por que no lo consideran perjudicial, nos mentimos en nuestras relaciones interpersonales, pero también le mentimos a la autoridad en porcentajes significativos. Por supuesto la autoridad reacciona y complica los tramites, lo cuál genera corrupción.

Es notable el número de mexicanos que ha decidido que la mejor estrategia de sobrevivencia es no pagar impuestos. El cinismo no podría ser mayor: “si logro escaparme de mis obligaciones o simplemente timar a la autoridad soy un “fregón”, expresión que alude a un reconocimiento por saber cómo hacer las cosas en México.

Normalmente cuando platicamos de estas cosas los mexicanos reímos con cierto nerviosismo y movemos la cabeza de un lado al otro como resignados a esa “peculiar forma de ser”. Pero es justamente esa “peculiar forma de ser” la que ha facilitado algunos de nuestros peores vicios como la corrupción, la ineficiencia por desorden o simplemente el robo de tiempo ajeno por vía de la impuntualidad, que al final del día es robo de vida.

Este México injusto, con decenas de millones de pobres, corrupto y que no termina por establecerse como una nación seria, no se puede explicar solamente por la degradación priista y ahora por las carencias del foxismo. ¡Qué fácil sería! Mientras el pacto nacional básico esté podrido los mexicanos estarán mirando al exterior para conseguir empleo y migrar (casi mil diariamente) o para ir de compras y gastar allá sus centavos o para llevar sus capitales por miedo. ¿Debilidad del estado o debilidad de los ciudadanos que lo constituyen? Si así nos miramos a nosotros mismos, qué esperar de los ciudadanos de otras naciones bien establecidas que siempre cuidarán primero lo suyo -o nos queda alguna duda después de Cancún- sólo para entonces contemplar la posibilidad de hacer un buen negocio con los otros. Mientras tanto aquí seguiremos gritando enardecidos ¡Viiiva México! para salir de inmediato a devorarnos a nosotros mismos.

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