Gómez Palacio

Día Mundial del Sida | La muerte no debe llegar todavía...

Pese a la discriminación, Cristina Morales decide salir del anonimato.

Una lucha por su vida y por la de su hijo

GÓMEZ PALACIO, DGO.- El tiempo transcurre y la lucha por la vida continúa. La motivación está en sus cuatro hijas adolescentes y el pequeño Martín de dos años. La muerte no puede llegar todavía... no debe llegar.

El estigma y la discriminación van en aumento... después de dos años, Cristina Morales de 31 años, decide salir del anonimato. “Quisiera darme a conocer, que comprendan mi problema, no somos bichos raros”, dice la joven madre, quien en dos reportajes anteriores (2001, 2002), fue identificada como Carla Mora.

Sentada en un viejo colchón cubierto por un cobertor sucio, Cristina es rodeada por sus cuatro hijas dentro de un cuarto de adobe que ya no aguantará otra lluvia antes de venirse abajo. “Dios me está dando la oportunidad de cuidar a mis niñas, por eso todavía no me voy”. El caso de Cristina es complicado. Cristina es seropositivo desde 1990.

En el marco de la celebración del Día Internacional de la Lucha Contra el Sida, hace tres años, Cristina dio a conocer su experiencia oculta en el anonimato. Hace 13 años se aplicó la primera prueba del Sida. “Fue positiva pero como no sentía nada no creí en el resultado”. Al año siguiente su marido murió de esta enfermedad, la cual contrajo luego de sostener relaciones con un hombre en la antigua zona de tolerancia de Torreón.

El bebé ya tiene dos años tres meses. El pequeño corre y juega en el piso de tierra de su casa; su mayor diversión: un triciclo de colores que domina llanamente. Después de su embarazo, los doctores del Hospital General le detectaron Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) al niño. Hoy recibe un tratamiento especial.

Hace un año Cristina se dio a conocer en la televisión. La necesidad de contar con apoyos para atender a su hijo la obligaron. Sí hubo respuesta de la gente, pero también de personas que la empezaron a señalar y a murmurar siempre a su paso.

La discriminación se presenta con frecuencia. En el verano, Cristina acudió con su familia a la alberca del parque Morelos. Una vecina también disfrutaba del paseo público, vio a Cristina y se salió del agua, se acercó a una mujer policía y le habló al oído.

Con paso veloz, la uniformada se acercó a Cristina y le pidió que saliera de la alberca un momento.

—Oiga, usted tiene VIH.

—Sí.

—Entonces sálgase del agua pero ya.

—Oiga, pero qué no sabe que el Sida no se contagia...

—Que se salga y no haga escándalo.

Humillada ante sus hijas y algunos curiosos, Cristina obedeció la orden.

Ahora la preocupación de Cristina se basa en el distanciamiento que siente por parte del personal del Hospital General que antes le ayudaba. La pediatra del nosocomio es la madrina de Martín, pero desde hace un par de meses el trato cambió.

“Lo que pasa es que por la necesidad económica me junté con un señor grande, él sabía de mi caso, me dijo que también estaba enfermo, pero la doctora lo vio mal, se molestó y me retiraron la ayudita que me daban”, dice Cristina.

La mala fortuna sigue. En agosto, la hermana mayor de Cristina murió de cáncer cervicouterino a los 39 años. En su última voluntad, Dora Morales le pidió a su hermana que se hiciera cargo de sus dos hijas, que no las dejara solas.

La petición fue cumplida. Ahora, en la casa viven sus dos hijas de 13 y 14 años, junto con sus sobrinas de 14 y 16 años. “Para mí son como mis hijas, mi hermana las registró a su nombre, entonces todos somos familia”, comenta Cristina mientras abraza a una de las niñas y al pequeño Martín.

Consciente de su enfermedad, Cristina sigue con la firme idea de difundir información en donde sea. Primero en el hogar. Las cuatro jovencitas conocen ya sobre sexualidad, saben los riesgos en las relaciones sexuales y también de la complicación del embarazo no deseado.

El único ingreso de la familia es el pago que recibe Cristina como empleada doméstica. Sus hijas todavía no pueden trabajar, la edad es un obstáculo, pero también es la falta de estudio. Las cuatro toman clases de primaria en una iglesia evangelista, dos están por graduarse.

Cristina se siente cansada, dice que ya no rinde como antes: “Ya no quiero que me ayuden a mí, busco que ayuden a mis hijas, que cuando falte no me las vayan a separar, ellas quieren estar juntas”.

El llanto de Martín inquieta a su madre, quiere atención, la charla termina y Cristina sigue con su idea de difundir el problema del VIH. “También los padres deben primero informarse, para luego enseñar a sus hijos, yo nunca puse un pie en la escuela, pero viví la experiencia de esta enfermedad, los jóvenes deben cuidarse, que no piensen que nada les va a pasar”.

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