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Diálogo/Encuentro de generaciones

Yamil Darwich

Este es el mes dedicado a atender, recordar y hasta escribir sobre los ancianos de México, como si sólo bastaran 30 días al año para mantener presentes en nuestra memoria a los más viejos.

En días pasados pude ver algunas escenas de una película mexicana de los años cincuenta, de las últimas de aquel cine que se extinguió (como muchas otras cosas), cuando el desarrollo de la industria cinematográfica extranjera absorbió a la nuestra, a aquélla que generara la llamada época de oro, que implementó modas y estilos en el medio internacional (hecho que muchos jóvenes no conocen).

Y en esa película aparecía un anciano disfrutando de una comida abundante con un enorme pavo en el centro de la mesa, al que ya le había arrancado una jugosa pierna, la que disfrutaba plenamente acompañándola de un buen vino.

El sacerdote de la película vieja, imagen antigua de las que seguido veíamos hace muchos años cuando se insistía en darle presencia a los personajes de nuestra cultura latina y fortalecía con ello nuestra identidad cultural y nacional, reprochaba la actitud del goloso, que enfermo de obesidad desobedecía las órdenes médicas:

-¿ Y qué le queda a un viejo en la vida?- contestaba al reproche hecho por el cura.

- A esta edad -continuaba el diálogo- sólo nos resta: comer fuerte, beber mucho y esperar la muerte. Sin duda que esa frase encierra una triste verdad:

¿Qué le queda a nuestros viejos luego de una vida de arduo trabajo y esfuerzo; cuando los hijos crecen y se dispersan abandonando el hogar?

La ciencia y la tecnología han permitido que la vida (para los que pueden pagar) sea cada día mejor. Las comodidades del hogar, del trabajo, transporte y de lo cotidiano son mejores; la salud y su cuidado se ha incrementado de igual forma, de tal suerte que esas personas a las que definimos como ancianos, que incluyen a aquellos de 60 años o más, son ahora seres humanos que no encuentran acomodo en el mundo de la productividad; quizá algunos jubilados, otros simplemente desempleados, muchos en condiciones físicas tales que aún pueden ejecutar trabajos de todo tipo, inclusive empleos que requieren esfuerzo regular o moderado.

En México somos casi 100,000,000 de mexicanos (el INEGI dice que 97,483,412, según su último censo) y de ellos 13,752,569 son mayores a los 60 años, contando a un poco más de 2,000,000 de personas que no recuerdan la fecha exacta de su nacimiento.

Esto representa en cifras frías, que casi el 14% de los mexicanos son ancianos y que requieren atenciones especiales a través de organismos preparados para ello, incluyendo personal capacitado, necesidad para la que no estamos listos. Le ofrezco ejemplos sencillos: en toda la Comarca Lagunera sólo existen tres asilos para mexicanos en la tercera edad y no hay suficientes médicos especializados para atenderlos. Seguramente Usted conoce algunos o a muchos galenos, pero ... ¿cuántos de ellos son geriatras?; y... ¿a cuántos especialistas en enfermedades de los viejos conoce en la Laguna?

Si esto no le parece grave le ofrezco más datos: en los próximos 10 años, otros 5,917,184 mexicanos habrán alcanzado los sesenta años y con ello el calificativo de anciano, palabra que viene de “arcano”, “viejo”, pero que en sus raíces incluye entre muchas de sus acepciones la de “sabio”, “jefe”, “archeo”; o del griego Arjé (apxé) que significa principio, tomado en referencia a que ellos son la base de la sabiduría y experiencia de los pueblos. ¡Qué pocas veces recordamos estos conceptos!, ¿verdad? En números redondos, casi 20,000,000 de mexicanos necesitarán atenciones adecuadas y no estaremos preparados para dárselas.

Si no contamos con las organizaciones y personal capacitado para tal fin, mucho menos tenemos la cultura del cuidado al viejo, como existe en otras partes del mundo, donde cuentan con programas de atención, capacitación y productividad especialmente diseñados para que ellos se sientan y sean útiles, generadores de los recursos que puedan cubrir sus propias necesidades personales, parte de la sociedad activa y no una carga para sus familias. Y poco sabemos aprovechar su experiencia, su sabiduría, su conocimiento. Recuerde que: “sabe más el diablo por viejo que por diablo”.

Nuestra cultura mexicana tradicionalmente ha conservado a sus viejos atendidos en el propio hogar, pocos son los que llegan a un asilo de ancianos o a una casa de salud para personas mayores, pero la influencia de otras culturas nos va llevando a modificar la nuestra, de tal suerte que, de nueva cuenta, aparece la importancia de prepararnos para atenderlos adecuadamente. Hoy los jóvenes no tienen la misma disposición de antaño para entenderse de los mayores.

La sistematización y robotización de la productividad mundial va haciendo, a cada día, más grave el problema del desempleo. Esto lleva a una nueva visión del reto social: ¿qué vamos a hacer para encontrar ocupación (aspectos meramente humanos y de calidad de vida) para tantos mexicanos; seguramente los jóvenes desplazarán a los viejos, quienes aún estarán en plena capacidad y potencialidad para la productividad? Qué desperdicio, ¿verdad?

Recuerde que luego de la Segunda Guerra Mundial apareció una nueva generación a la que los sociólogos llamaron “Baby Boomer” y entre otras cosas fueron los impulsores del desarrollo económico y social del occidente durante la segunda mitad del siglo anterior y se caracterizaron por ser apegados a costumbres sociales, impulsaron el apego a sus centros de trabajo, cuidaron y promovieron las tradiciones familiares y la vida de convivencia.

Treinta años después, a mediados de los setenta y principios de los ochenta, apareció una nueva generación a la que denominaron “X”, que rompió las viejas reglas dejando atrás el concepto de tradición familiar (tal vez porque muchos de ellos vivieron tortuosos procesos de divorcio de sus padres) y cambiaron las bases de relación laboral. Impulsaron el valor del individualismo, rompieron con el compromiso con sus empresas al largo plazo, no aceptaron las tradiciones de vida en familia y empezaron la carrera del consumismo que ahora padecemos.

El resultado fue el choque intracultural, donde la nueva generación desplazó a la vieja y rompió con todos los paradigmas que habían construido. Éste es un antecedente social de advertencia, que no hemos atendido.

Es clara la propuesta de este Diálogo: que tomemos conciencia social del envejecimiento de nuestra población y la obligación moral y hasta legal que tenemos por cuidar la calidad de vida de todos, especialmente de los ancianos; de lo poco que hemos hecho para prepararnos para el futuro. Es importante prevenir los acontecimientos que pronto habrán de venir a ser un factor más en la vida familiar que aún disfrutamos intensamente los latinos y que debemos seguir defendiendo. ¿se está preparando para ello?

ydarwich@ual.mx

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