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Días de poder

Patricio de la Fuente González-Karg

Segunda de tres partes

Horrible el 11 de septiembre, a todas luces acto vil de un fanático incapaz para dialogar, cerrado a la razón y con un odio desmedido hacia todo lo que huela a capitalismo protestante. El mundo se alía, comprende el dolor, vacío, la pérdida irrecuperable de vidas inocentes que no tienen la culpa de que siguiendo la francamente burda idea del “Destino Manifiesto” Estados Unidos haya sido gandalla, abusivo y ahora de alguna manera esté pagando sus culpas frente a un grupo que se siente traicionado. George W. Bush da cátedra de ingenuidad al no entender cómo son tan odiados, también da clases de tacto y comprensión integral cuando pide a los países amigos apoyo.

Fiasco: Bin Laden sigue sin aparecer. Ya encandilado, soberbio al fin, el norteamericano presidente sufre de acrecentación desmedida del núcleo paranoide, comienza a ver moros con tranchetes donde no los hay, emprende una batalla épica hacia enemigos inexistentes, cambia su discurso, lo hace bélico, barroco cuando asevera sin tapujos “están conmigo o contra mí”. “El “eje del mal” es enorme, debe eliminarse caiga quien caiga. Aunado a lo anterior, Bush tiene vendettas personales, cuentas por cobrar, saldo vencido por parte de Saddam Hussein, némesis de su papá, el hombre que lo quiso matar y es la estulticia a eliminar rápidamente.

Muy preocupante es el terrorismo, no avisa, es un enemigo silencioso que no respeta y por ello se debe combatir sin tregua. Bush está en lo cierto cuando va tras ellos, erra cuando se sigue de largo y en todos ve cara sospechosa. A la fregada lo que piensen los demás, me salto la opinión de la ONU y me alío con peleles que en mí creen ciegamente, que al fin y al cabo el fin justifica los medios. Si de inventar armas de destrucción masiva se trata, lo hacemos; justificamos el absurdo sin importar el enojo de Oriente Medio, tantas veces subestimado pero en realidad tremendamente poderoso y capaz de darnos un nuevo susto.

Ya sabemos que el ejército norteamericano no se caracteriza por el pensamiento individual y el raciocinio. Acostumbrado a obedecer, el soldado yanqui es mandado al matadero sin chistar y no cuestiona las razones de fondo, vive en la creencia de que está defendiendo los más altos intereses. Por ello Vietnam les duele tanto: es una estocada al orgullo, sapiencia plena de que la mayoría de las veces las guerras responden a pretensiones cuestionables de una élite, a intereses oscuros. A la larga los conflictos de dicha índole se le salen de las manos hasta al mismo mandatario en turno. Richard Nixon quería acabar con Vietnam y sacar a las tropas desde los inicios de su primer período; tristemente la inercia política le impidió darle celeridad al asunto.

George W. Bush se ha metido en un embrollo del que difícilmente podrá salir con facilidad. Estábamos en la espera del paradero de un sanguinario dictador y acabamos por encontrarnos a un Hussein temeroso y dominable. Cierto que el mundo definitivamente será un mejor lugar sin él, incuestionables los abusos y crímenes que cometió, sin embargo importante preguntarnos si el planeta estaría mejor sin Bush. Para mi gusto el siguiente paso a dar es sacar de la Casa Blanca a un individuo que si bien es un buen hombre, en el fondo está pésimamente asesorado por un equipo que data desde los tiempos de su padre y desde entonces estaba sediento de venganza. Muchos norteamericanos no pueden sacarse de la cabeza la imagen de un junior débil, borrachote y bueno para nada que nunca debió haber salido de Texas.

Con todo y sus líos de faldas, el haberle mentido a la nación, hoy se extraña enormemente a Bill Clinton. Época de superávit financiero, eficiente geopolítica, diplomacia triangular infalible, retórica y discurso simplemente maravilloso que hacían hasta sus acérrimos enemigos sintieran identificación y simpatía. No está de más mencionar que durante una cumbre el mismísimo Fidel Castro quería acercarse a saludar a Hillary: la sabía sagaz y pensante.

¿Y quién sigue en la lista? Parece el costo humano no importa demasiado y las pérdidas valen sorbete. Es muy difícil acceder a Oriente Medio por eficiente que sean los gobiernos de transición. Se hace francamente imposible romper con creencias mal enfocadas, un Corán interpretado al revés, fanatismo y la inexplicable degradación hacia las mujeres como pan de todos los días. La imposición de modos y costumbres occidentales hiere cualquier orgullo independiente que percibe la intromisión como ofensa, el cambiar ritos e ideología milenarios como castración de la conciencia.

Se alude mucho al concepto injusticia y a tratar de modificarlo. Estados Unidos debería empezar por barrer su casa, dejar atrás la soberbia o imposibilidad de ver que en su propia nación existen focos rojos sin atender todavía. Sólo después de ello habría que voltear hacia China, Corea del Norte y otros países que sí representan una amenaza real pero que dudosamente serán tocados pues ello alteraría el orden mundial. Con los cubanos poco pasará ya que las sanciones económicas siguen siendo un pretexto, una situación conveniente para Washington. Además, sea dicho, la comunidad residente en Miami quiere una isla libre del régimen de Fidel Castro pero con la independencia necesaria para dictaminar su futuro sin convertirse en otro Puerto Rico.

Hussein está detenido, Bush no cabe de alegría y de nueva cuenta muestra signos de diarrea o incontinencia verbal al pedir la pena de muerte para el dictador. Olvida el yanqui que ya no está en Texas, el juicio debe ser en todo momento apegado a derecho internacional y estar supervisado por expertos en la materia. Aquí no cabe la revancha absurda, aquella molesta y constante intromisión del Gobierno norteamericano convertido en paladín de nuestros valores, regidor de la conciencia y fiel de la balanza. Urgente que el pueblo iraquí se involucre en el proceso y tenga una activa participación, se le otorgue la legítima libertad para decidir de propia mano qué tipo de Gobierno y sociedad pretende a largo plazo.

Con la reciente acción los bonos de Bush subirán estrepitosamente. Hoy no existe un candidato demócrata con el suficiente peso y cartel; Hillary Clinton –natural aspirante- ha declinado la invitación, ahorra capital político previsiblemente hacia el 2008. Dado lo anterior es probable que el actual mandatario consiga el tan anhelado segundo período y nos deje un amargo sabor de boca o esa incertidumbre al no tener cierto cuál será la próxima batalla en su agenda, el nuevo centro de sus odios o la siguiente estupidez a cometer, sin embargo, los tiempos cambian, los días de poder se agotan y también cabe la posibilidad que tras un juicio más crítico sobre diversos acontecimientos el electorado lo saque a patadas de la oficina oval.

Continuará...

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