Tercera y última parte
Existimos dentro de un entorno distinto con fronteras reales e ideológicas desaparecidas hace mucho para dar paso a una posmodernidad donde todos los actores se encuentran ligados. Lo sucedido en lejanas latitudes hoy tiene una repercusión directa sobre nuestras vidas; la economía está ligada y por ello nos preocupa todo. Muy en especial el caso de México: al ser vecino nuestras ligas trascienden los intereses diplomáticos comunes, tenemos una identificación histórica y cultural muy fuerte, en gran medida muchas de nuestras desgracias se las atribuimos a los yanquis. No podemos permanecer callados o con poco interés hacia las locuras que cometan al norte del Río Bravo. Bien lo dijo Don Porfirio, “pobre México, tan lejos de Dios, tan cerca de Estados Unidos”.
Ya había mencionado algo sobre los ciclos de la historia. Parece que nada hemos aprendido sobre el particular, seguimos viendo con desconfianza todo aquello que no esté sujeto a los estrictos postulados de nuestra forma de vida. Olvidamos la guerra es una situación que nunca termina, deja hondas heridas en el existir de un pueblo, generalmente viene acompañada de futuros conflictos en potencia y su alcance no está delimitado por un período determinado sino que al pasar del mismo sigue repercutiendo, vuelve a brotar como metástasis cancerígena imposible de controlar.
Es muy positivo que los países defiendan su individualidad y puedan escoger lo más conveniente, a pesar de ello sigue imperando un grado de fanatismo peligroso, el cual no está únicamente relacionado con el Oriente Medio sino que florece aun en las naciones industrializadas de occidente. George W. Bush padece un proceso cognitivo y de raciocinio en respuesta directa a un McCartismo o idiosincrasia yanqui obtusa, tremendamente selectiva y muy dada a considerar como interlocutor válido sólo aquel que opere en directa empatía con las ideas propias. Bush es poco proclive al diálogo, es más, sus palabras están plagadas de un daltonismo que no va acorde a su investidura y al enorme juicio que requiere quien ocupe la silla presidencial.
Persigo ir más allá, cambiar la óptica para con ello entender mejor. Saddam Hussein es un criminal que mató sin discreción pero también Bush puede caer en esta categoría ya que sus acciones bélicas se llevan entre las patas a millones de seres inocentes. En nuestro país realmente no hemos padecido la humillación, el dolor, los resabios dañinos que cualquier conflicto bélico acaba por dejar. Ojalá las acciones de terceros no traigan como consecuencia el vernos involucrados en un problema mayor gracias a una política exterior débil, incongruente y muy propia de los tropiezos verbales de Vicente Fox. Digo, en México todo puede suceder, y si no me lo creen vayan y pregúntenle a los priistas. Eso sí, cuando ellos gobernaban había mucho más certidumbre en cuanto a las relaciones internacionales se refiere.
Un mundo moderno exige que todas las partes se sienten a dialogar. Van a decir que cómo friego con Nixon pero si hacemos una revisión del pretérito podremos darnos cuenta que el éxito de su labor recayó en la diplomacia triangular, el sentarse a la mesa con acérrimos enemigos para encontrar puntos en común. El polémico republicano entendió muy bien la importancia de dividir. Bush no ve las cosas de la misma forma –lógico, los tiempos cambian y las circunstancias son otras, no podemos comparar- y ha logrado echarse a la comunidad internacional encima.
Empecé hablando sobre un viaje a Nueva York pues hoy las circunstancias se parecen un poco, es decir, ya sin guerras abiertas o convencionales se ha podido ver a Bush con meridiana claridad y valorarlo en su justa dimensión. Los manifestantes durante el viaje a Gran Bretaña vuelven a ver al mismo tipo torpe de hace dos años, ese que sin un programa de guerra pierde valor y simplemente no tiene razón de ser. Para consuelo de algunos, el vulgo hacia el cual va dirigido el marketing político no tiene retrospectiva histórica -¡Y cómo la va a tener si piensan que México son puros mariachis y cantinas!- y fácilmente compra cualquier quimera. Las campañas se ganan diciéndole al electorado lo que está mal y para Bush todo lo que no se vea o huela como él sencillamente está podrido.
Cada loco con su tema. ¿Para qué me desgasto durante tres días tratando de remediar lo irremediable? Bueno, es que los brutos con iniciativa son de dar miedo.