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Días de poder

Patricio de la Fuente González-Karg

Primera de dos partes

Lo tengo muy presente, extremadamente fresco en la memoria. El Nueva York de julio de 2001 –dos meses antes del fatídico atentado terrorista- me seguía encantando por caótico, disímbolo, cosmopolita y visceral. Sus habitantes –fríos e impersonales- coexistían dentro de un espacio y tiempo determinado, en apariencia proclive a la admisión de diferentes culturas pero en el fondo apegado a un silencioso racismo que evita las altas esferas se mezclen más allá del trato cotidiano. Sociedad metalizada en pos de cánones de libre mercado, suelen tener un conocimiento integral de la política y no tan fácilmente compran postulados de un sueño americano arcaico que se sigue fundamentando en la existencia de una clase media; si bien con acceso a un importante cúmulo de bienes y servicios, en el fondo dormida, fácilmente manipulable, inculta a morir, sí, ésa que sigue creyendo en las barbaridades del “establishment” .

Julio de 2001: Bush no se ha parado por la ciudad de los rascacielos desde su campaña a la presidencia. Nada tonto, en el fondo domina que el estado representa un buen número de votos, poderío económico incuestionable y es centro neurálgico de las operaciones financieras. Llega la hora en que debe acudir a la cita, se sabe tremendamente impopular entre una ciudadanía que lo percibe como fruto de un fraude electoral como símbolo, desgarrador ejemplo de una democracia imperfecta, rebasada por la historia. Aterriza en el Aeropuerto Kennedy en medio de un impresionante dispositivo de seguridad, vienen los insultos abiertos, la explícita invitación a que se largue. También a bordo del avión Hillary Clinton, senadora que cosecha porras y aplausos, vivo recuerdo de una era diferente, hombres diferentes al mando de la nación más poderosa del mundo.

Sorpresa, secreto a media voz. Y es que la comitiva presidencial llegará al hotel donde me hospedo y para acabarla de amolar la suite del mandatario se encuentra en el mismo piso que nuestras tremendamente más modestas habitaciones. Hombres de negro por el pasillo, Park Avenue acordonada, ostentoso despliegue del servicio secreto, más temeroso que nunca. Si hoy el miedo es hacia los terroristas, ayer lo era hacia una sociedad defraudada.

No pensamos quedarnos en estado de reclusión, inmediatamente caminamos hacia conocida calle sin escaparnos del destino: George W. Bush va a pasar por ahí y por ello ya se encuentran apostados cientos de manifestantes con pancartas que a veces rayan en la ofensa. Nunca gris, jamás las medias tintas, mejor la abierta confrontación, plena antipatía hacia un personaje ilegítimo que hace el futuro se vislumbre gris. El tiempo otorgaría la razón a los habitantes de la isla y las comunidades vecinas pues la economía se desmoronó a pasos agigantados, el Presidente hacía –y sigue haciendo- erráticas declaraciones (en México no pasa eso) que respondían a la víscera del clásico cowboy texano circunscrito a su realidad y por ende en desconocimiento de los acontecimientos mundiales. Del dominio público su incapacidad para nombrar países de África, nada atípico en una nación cuyos adolescentes con enorme esfuerzo pueden localizar a su propia tierra en el mapa, turistas aborrecidos especialmente en la inigualable París gracias a la absurda pretensión de que todo el mundo se dirija a ellos en la lengua de Shakespeare, la necedad de encontrar el Mc Donald´s en cada esquina y creer que Holiday Inn o el Hilton son ejemplos mundiales de hotelería refinada.

La historia es cíclica, casi predecible, repetitiva. Bush tiene enormes deficiencias, carece de los tamaños que lo sitúen como estadista, tiene poco control político en asuntos interiores y de alguna manera debe ganar credibilidad. No quiere repetir el cuento, un padre disminuido ante Clinton y por ello busca afanosamente distraer la atención sobre asuntos de importancia real. Osama bin Laden vendría a ser la perfecta oportunidad de darle un giro radical a la diplomacia, convertirse en un presidente de guerra, el Richard Nixon indispensable, la figura necesaria sin el cual los destinos de la patria se tornarían inciertos.

Continuará ...

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