Dice Gabriel García Márquez -periodista, escritor y Premio Nobel de Literatura- que el periodismo es el mejor oficio del mundo. Dice también que ya no es lo que era en sus tiempos; es decir, en los tiempos en los que él aprendió a ser periodista. Y habla más desde la experiencia y el compromiso que desde la nostalgia. Dice lo que a mí me parece son unas cuantas verdades, de ésas que molestan, especialmente a quienes ejercemos el periodismo o a quienes están vinculados/as de distintas maneras a los medios de comunicación. Y, ustedes perdonarán la molestia, pero les voy a decir lo que dice y dice bien García Márquez.
Dice que en sus tiempos el periodista se formaba en la sala de redacción, en los talleres de imprenta, en el café de enfrente. Dice que el periódico era una fábrica que formaba e informaba. Dice que el editor era una especie de padre sabio y compasivo. Y dice que la lectura era una adicción laboral porque la práctica del oficio imponía la necesidad de formarse una base cultural. Dice que entonces, claro, no estaban de moda las escuelas de periodismo.
Dice que la expansión de escuelas de periodismo comenzó por llevarse de calle el humilde nombre que tuvo el oficio desde el siglo XV y ahora ya no se llama periodismo sino Ciencias de la Comunicación. Dice que lo peor es que los estudiantes salen de la academia desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales y se privilegia el protagonismo sobre la vocación, la creatividad y la práctica, condiciones fundamentales en un aspirante a periodista. Dice que las escuelas siguen la línea viciada de lo informativo en vez de lo formativo y que dejan de fomentar la curiosidad por la vida. Dice bien.
Dice que el resultado, en general, no es alentador: “La mayoría de los graduados llegan con deficiencias flagrantes, tienen graves problemas de gramática y ortografía (en otro párrafo dice genialmente: “tropiezan con la semántica, naufragan en la ortografía y mueren por el infarto de la sintaxis”) y dificultades para una comprensión reflexiva de textos. Algunos se precian que pueden leer al revés un documento secreto sobre el escritorio de un ministro, grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial. Lo más grave es que estos atentados éticos obedecen a una noción intrépida del oficio asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo”. Dice bien.
Dice que las empresas se han empeñado en una competencia feroz por la modernización tecnológica y han dejado para después la formación de su infantería. “Las alas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante”. Dice bien.
Dice que en este drama hay otro gran culpable: la grabadora. “Antes de que se inventara, el oficio se hacía bien con tres recursos de trabajo: la libreta de notas, una ética a toda prueba y un par de oídos que los reporteros usábamos para oír lo que nos decían… La grabadora oye pero no escucha, repite pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón y a fin de cuentas su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas del interlocutor, las valora con su inteligencia y las califica con su moral”. Dice bien.
Finalmente apunta tres pilares en los que debe estar sustentada la formación de periodistas: la prioridad de las aptitudes y vocaciones, la certidumbre de que la investigación no es accesoria sino que el periodismo es investigativo por definición y la conciencia de que la ética no es condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón. Dice bien.
Todo eso dijo Gabriel García Márquez en un discurso ante la 52 asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa celebrada en Los Ángeles, California, el siete de octubre de 1996. Todo eso dijo ante colegas, algunos de ellos seguramente egresados de escuelas de Comunicación. Todo eso me dijo a mí hace poco cuando leí el texto que me enviara mi amiga la periodista guatemalteca Laura Asturias. Todo eso espero que a ustedes también les diga algo, especialmente a quienes estudian periodismo o ya egresaron o ejercen el mejor oficio del mundo. Y lo comparto ahora porque reflexionar es la mejor manera de conmemorar el Día de la Libertad de Expresión, celebrado en nuestro país el siete de junio. Y lo comparto porque dice mucho y dice bien.
P.D. Con gusto puedo enviar a quien me lo solicite el texto íntegro.
Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com