Quienes no la conocen porque no la practican, desdeñan el valor de la dignidad. Dice que eso no se come. Otros, menos burdos, y quizá fundados en el ejemplo bíblico del plato de lentejas, no vacilan en proponer la venta de la primogenitura por ese precio feble. Mas no se trata de una posición generalizada. Por fortuna todavía hay espacio para ejercer aquella actitud, aun frente a la insolencia del poderoso. Estados Unidos, por ejemplo, pidió el jueves pasado a 70 países, México incluido, que expulsen de su territorio a los diplomáticos iraquíes. La cancillería mexicana contestó ya en sentido negativo. No se trata de oponer pueriles desafíos al principal socio y vecino de nuestro país.
Pero la decisión es plausible sencillamente porque corresponde a nuestra soberanía. Ha sido escasa e irregular la relación entre Bagdad y México. El vínculo se inició en 1950 por acuerdo mutuo sólo puesto en práctica por nuestro país, que acreditó ante Iraq un representante con residencia en Beirut. Bagdad en cambio no envió a nadie, por lo que la cancillería mexicana se abstuvo, a partir de 1959 de mantener aquella simbólica representación. Tras quince años de relaciones virtuales, el tercermundismo de Echeverría lo condujo a activar ese nexo y por primera vez, aunque sólo durante un corto tiempo, ambos países acreditaron embajadores. Pero México cerró en 1986 la embajada en aquel país, de modo que se ha vuelto a la unilateralidad.
Aunque permanece abierta la embajada iraquí en México, no la ocupa un titular sino un encargado de negocios. Lo acompañan sólo dos funcionarios más de menor jerarquía. No estaba en juego, por lo tanto, un valor trascendente para la diplomacia mexicana. No hay intercambios bilaterales significativos entre los dos países, no actúan de manera concertada en los foros internacionales. No tienen una política petrolera que los aproxime. Y México se sumó a la condena general que siguió a la invasión de Kuwait por Saddam Hussein, que concluyó con la guerra del Golfo hace doce años.
De manera que si por fuera la calidad y la intensidad del vínculo con Bagdad, no habría razones para empecinarnos en mantenerla. Pero Washington se propasó al demandar a los países que mantienen relaciones con Iraq que las pongan en riesgo expulsando a los diplomáticos de ese país. Casi nadie incurrió en la debilidad de acatar el pedido. Hasta ahora, sólo Jordania lo ha hecho. El gobierno de Ammán imputó acciones de espionaje a los ahora expulsados, lo que podría tener fundamento dada la situación geopolítica del reino hachemita. De paso el gobierno jordano negoció un aplazamiento de pago en la deuda.
El lunes, el subsecretario Gerónimo Gutiérrez (que acompañó al canciller Derbez de la secretaría de Economía a la de Relaciones Exteriores, donde se ocupa de los asuntos de América del Norte) precisó que México “no tiene ninguna controversia bilateral con Iraq”. Se abstuvo, por lo tanto, de satisfacer el pedido norteamericano, que incluye acciones impracticables entre países que no tienen conflicto directo, como impedir la destrucción de documentos oficiales de la embajada en el caso de que se hiciera salir a los diplomáticos iraquíes.
La solicitud norteamericana se completaba pidiendo acreditar, “una vez que una autoridad iraquí esté instaurada”, a “representantes diplomáticos de reemplazo”. No en todos los casos en la presente coyuntura el gobierno mexicano ha respondido con la misma prestancia. En algunos ha elegido callar, diríase que con prudencia. Por eso no hay congruencia entre proclamar el multilateralismo y la admisión resignada de la acción unilateral norteamericana. México no la comparte y aun la lamenta, pero no la condena. El secretario de Estado norteamericano Colin Powell pidió expresamente que así fuera. En una carta no oficial remitida a las cancillerías de los países miembros del Consejo de Seguridad el mismo lunes 17 en que el presidente Bush anunció la guerra, Powell no dejó lugar a dudas: “Les demandamos que se concentren en los reales desafíos que vienen y evitar pasos provocativos dentro del Consejo, tales como resoluciones condenatorias o llamados para una sesión de emergencia de la Asamblea General. Tales medidas no cambiarán el curso en el que estamos, pero aumentarán las tensiones, profundizarán las divisiones y proporcionarán (sic) más daño a Naciones Unidas y al Consejo de Seguridad”.
Otros párrafos contienen reproches y pedidos específicos en tono tan perentorio que parecen instrucciones: “Lamentamos que algunos miembros que habían indicado claramente que se opondrían bajo cualquier circunstancia a tal resolución (la que Washington, Londres y Madrid resolvieron no presentar) hayan buscado no obstante retrasar una decisión en vez de enfrentar las responsabilidades que les cabe como miembros del Consejo... Esperamos que usted instruya a su delegación en Naciones Unidas para trabajar con nosotros, no contra nosotros, en orden a enfrentar los desafíos que vienen... Les demandamos que desalienten a otros en el Consejo de tomar pasos provocativos en vista (sic) de prolongar las inspecciones o apoyar el programa de los inspectores, a lo que nosotros tendríamos que oponernos”.
El mensaje fue reproducido originalmente por un diario chileno, La tercera, y después en México por una revista capitalina. Aunque no admitió de modo expreso su autenticidad, tampoco la negó el embajador norteamericano en Santiago, William Brownfield.