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Doña Goya, don david.../Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Sería feliz si ésta colaboración se leyera como un humilde canto a la vida.

Dedicamos tantas horas-sentadera a cuestiones intrascendentes, sucesos políticos banales, guerras absurdas y genocidas, que sólo una vez, allá cada y cuando, logramos experimentar la posibilidad de comunicarnos positivamente ante personas como usted, querido lector, que ahora mismo tiene entre sus manos y ante sus ojos estas páginas.

Evocaré a dos personas diferentes, quizás extrañas entre si, que impactaron gratamente mi existencia: a una la conocí en Parras, siendo yo muy corto de edad y entendederas cuando ella, gran señora cuatro lustros mayor, evidenciaba la sencilla sabiduría de vivir que luego le ha ganado conquistado la simpatía popular en su noble vida: doña Gregoria Zamora de Flores.

Muchos años después, en otras circunstancias y en otra ciudad, conocí al padre David Hernández, sacerdote jesuita, y pude conocer su dedicado trabajo educativo y social en la comarca lagunera de Coahuila, a través de personas cercanas a su amistad. Estos dos seres humanos han dado ejemplo de humildad y servicio.

Primero las damas: el viernes pasado cumplió 100 años de edad doña Goya Zamora. Ese día fue objeto de un merecido reconocimiento de las autoridades de Coahuila, del Ayuntamiento de Parras y de sus mismos vecinos y coterráneos. Los aniversarios resultan un motivo de alegría, pero cuando alguien como doña Goyita cumple cien de existencia laboriosa y feliz, se acredita el homenaje de la comunidad donde ha servido.

Doña Goya Zamora de Flores vivió como siempre solía decirme cuando de adulto la visitaba: “al amparo de la iglesia de Dios nuestro señor”. Luego se me quedaba viendo, a ver que cara ponía, y agregaba en tono regañón: “no como tú, que le prendes una vela a Dios y otra al Diablo” Yo me reía de buena gana. Sin embargo Goyita me había conocido, de chamaco, como monaguillo en la parroquia de Parras y sobrino de Concha Orozco, católica de verdad, lo cual debería haber sido suficiente para acreditar mis servicios a la Santa Iglesia. Goyita era, al igual que mi madre y mi tía, socia de la Acción Católica y de la Congregación de la Buena Muerte. Muchos domingos desayunábamos en nuestra casa el riquísimo menudo que vendía Goyita como medio de subsistencia, en su hogar del barrio de Lontanaza, al poniente de Parras. Nacho Flores, uno de sus hijos, era amigo mío y miembro de la ANAC, como yo; luego coincidiríamos en la Academia Luisiana, dirigida por José Natividad Rosales, quien más tarde devino gran ateo (gracias a Dios, solía decir él mismo) después de haber estado en Roma como periodista de Siempre!, el hebdomadario de José Pagés Llergo donde aquel escribía.

Goyita creó el finísimo arte de la dulcería parreña: la pasta de higo, el queso de nuez, las marinas de leche coronadas con un corazón de nuez, el jamocillo, etc. y su delicada industria dio popularidad a Parras y al barrio donde vivía, pues en los días de vacaciones se llenaba de automóviles lujosos de Monterrey, de Torreón, de Saltillo y de otras poblaciones cuyos propietarios iban con doña Goya a comprar dulces. Y no sólo eso llevaban: también un regaño en broma, buenos consejos y una pequeña bolsa con sus “pilones”, el extra de toda compra. Encantadora Goyita, a quien Dios guarde buena y sana.

A don David Hernández lo conocí en Torreón con motivo de la presentación de mi libro “De carne y huesos” que editó la Universidad Iberoamericana, de la cual él fue atingente Director de Relaciones Públicas. Tenía entonces diez años de haber retornado de la capital de la República donde había sido el responsable de construir el edificio de la unidad Santa Fe de la misma Universidad. Acá se haría cargo de la parroquia de San José, que ocuparon los jesuitas después de haberse constituido la Diócesis de Torreón y declarado Catedral su antiguo templo del Carmen. Otra ausencia, esta vez a Brasil para actualizarse en formación religiosa y pastoral, y regresó a Torreón en 1991 al cargo en la UIA, plantel Laguna, que desempeñó en sus últimos años con gran entrega.

El sábado diez de mayo murió en Torreón el padre David Hernández; contando con menos años que doña Goyita, pero con una trayectoria semejante, intensa y fructífera. Sintió el llamado religioso desde muy joven y por tener, seguramente, la influencia de uno de sus 14 hermanos que ya era sacerdote.

Ordenado como tal, no fue sino hasta los años 1973 a 1981 cuando el padre David empezó su trabajo de orden social en los ejidos de Torreón al introducir diversos talleres de maquila y mejorar las condiciones urbanas de las comunidades con el drenaje, el pavimento, los centros de recreación infantil y la promoción de las actividades rurales.

El viernes nueve de mayo fue homenajeada Goyita por su centenario vital; el sábado diez sería llorado don David y exaltada su intensa obra pastoral y humana. A los dos les une la fe y el profundo sentido social de sus vidas.

Ignoro si alguna vez se conocieron, o si nunca supieron una del otro en sus paralelas existencias; pero consideré correcto reunirlas en esta nota periodística, ya que me parecen ser iguales en persistencia, pertinencia y humildad de conducta. Además, hoy en día tenemos tan pocos paradigmas del bien... Confucio decía: “La humildad es lo que más se acerca a la ley moral. La sencillez de carácter está próxima al mejor concepto de humanidad. Y la lealtad se halla próxima a la sinceridad de corazón”.

Doña Goya Zamora va a seguir apoyando, a sus cien años, todas las buenas causas en las que ha creído de corazón; el padre David murió agotado, pues se dedicó hasta el último día de su vida a servir su magisterio pastoral y humano. Dos personas distintas, y sin embargo, tan cercanas en sus formas de ser y de hacer, a las que rindo mi modesto homenaje....

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