De poco valdrán tanta destrucción y muerte en Iraq si las fuerzas militares de la Coalición no encuentran pronto –vivo o muerto—al enemigo número uno de Estados Unidos.
Saddam Hussein, el depuesto dictador iraquí, a sus casi 66 años y una fortuna calculada en cinco mil millones de dólares, tendrá edad y recursos suficientes para patrocinar cuanta acción terrorista se le antoje en contra de sus acérrimos adversarios.
La combinación Hussein-Bin Laden se presenta por demás peligrosa y explosiva para la lucha mundial en contra del terrorismo, especialmente para los Estados Unidos.
Es difícil creer que la guerra de Iraq “creará 100 bin Ladens” como dijo el presidente egipcio Hosni Mubarak, tampoco como lo señala el Wall Street Journal en un editorial, que este conflicto “nos ayudará a encontrar a 100 o más terroristas” alrededor del mundo.
Los cien, quinientos o mil terroristas potenciales ya existen, están en Afganistán, Iraq, Siria, Irán o escondidos en Norteamérica, pero difícilmente ejecutarán un ataque si no cuentan con los recursos y la tutoría de un Hussein o un Osama bin Laden.
De ahí que la prioridad número uno del gobierno estadounidense en estos momentos tendrá que ser la captura o la eliminación de Hussein y sus principales colaboradores. Por algo anunciaron que contaban con muestras de DNA para identificar sus restos en cualquier momento.
Luego de una guerra corta y aparentemente exitosa el régimen de George Bush no puede darse el lujo de repetir la historia de Afganistán y decirle a los norteamericanos que Hussein está sano, salvo y que en cualquier momento puede atacarlos como ocurre hoy en día con el dirigente de Al Qaeda, Osama bin Laden.
La liberación de Iraq del dominio del régimen opresor fue aplaudida y gozada por millones de norteamericanos la semana pasada, pero los sectores políticos están conscientes de que el costo de esta victoria militar tanto en imagen pública como en recursos económicos ha sido muy cuantiosa.
Porque el saldo de tres semanas de combates es impresionante: 1,500 civiles muertos, varios miles de heridos, 117 soldados americanos fallecidos, otros 400 lesionados, amén de los militares iraquíes caídos que podrían ser varios miles más.
A ello hay que añadir el gasto militar de Estados Unidos estimado en 90 mil millones de dólares desde que se inició la movilización militar hacia el Golfo Pérsico, además de lo que costará mantener a los soldados que permanecerán en suelo iraquí durante por lo menos otro año.
Los daños materiales son incalculables, los bombardeos intensos de tres semanas dejaron cientos de construcciones inservibles y una buena parte de ellas sin la menor posibilidad de ser reconstruidas.
Queda pendiente de ser cuantificado el daño cultural y arquitectónico que representará la inminente demolición de algunos palacios, museos y edificios antiguos que se conservaron durante siglos a pesar de la larga historia de ocupaciones y destrucción en Bagdad. Y ni que decir del saqueo inmisericorde del que fue víctima el Museo Nacional de Iraq.
Vale mencionar que en las tres semanas murieron catorce periodistas, algunos de ellos en circunstancias por demás extrañas que merecen una investigación profunda, en especial el disparo de un tanque americano en contra el hotel Palestina, en Bagdad. Dos periodistas más están desaparecidos desde el 22 de marzo.
Es falso, pues, que la guerra haya logrado los objetivos establecidos en cuanto a rapidez y efectividad. Tampoco es cierto que los ataques militares fueron quirúrgicos.
Por lo anterior no se podrá proclamar una victoria completa si no aparece el principal enemigo de los estadounidenses e ingleses. De ahí que la pregunta que sigue en el aire y que seguirá por mucho tiempo es: ¿dónde diablos se encuentra Hussein?
Podría estar en cualquier parte del mundo o sepultado en el último ataque contra una de sus residencias sin que jamás se confirme su desaparición.
Saddam como pudo haber escapado a Siria, puede estar confundido entre los turistas árabes de París gracias a una cirugía facial, descansando en algún lujoso hotel del lejano oriente o en la embajada de Rusia en Bagdad como se rumoró en los últimos días.
También podría estar decenas de metros bajo tierra en algún refugio de Bagdad o de su natal Tikrit, construido especialmente para encerrarse durante meses con sus familiares.
Su situación me recuerda al jefe de la Organización de Liberación Palestina, Yasser Arafat, quien fue en los setenta el terrorista más buscado del mundo y que hoy despacha como presidente de su país.
No quedará más remedio para la Coalición que encontrar a Hussein caiga quien caiga y cueste lo que cueste. De lo contrario Estados Unidos habrá dejado vivo y sediento de venganza a un segundo y peligroso enemigo.
* Licenciado en Comunicación por la Universidad Iberoamericana con Maestría en Administración de Empresas en la Universidad Estatal de San Diego. Comentarios a josahealy@hotmail.com