“Se habla mucho en la actualidad del abuso de las drogas, pero existe también el uso de las drogas - una actitud utilitaria respecto a la química de nuestros cuerpos para la cual las drogas son simplemente una ayuda para la productividad” (The New Yorker, enero 6, 2003).
Cito y traduzco lo más pertinente del artículo “High Style” de John Lanchester sobre el libro “The Road to Excess” de Marcus Boon. Este es el estudio sobre el uso y abuso de drogas entre escritores serios desde la publicación en 1821 de las “Confesiones de un Opiómano” de Thomas de Quincy, a quien se le considera como el “descubridor del uso recreativo de las drogas”. “Recreativo” se convierte aquí en la palabra clave puesto que sirvió para recrear las energías de un sinnúmero de escritores ahora consagrados en sus respectivas literaturas, la mayoría de las cuales dedican algunas páginas a expresar implícita o explícitamente su agradecimiento a su droga preferida.
Desde mis años de universitario yo he sido admirador de la obra del poeta inglés W. H Auden, trasplantado a Nueva York desde antes de la II Guerra Mundial. Hará unos 30 años que traduje al español su elegía a W. B. Yeats, el poeta irlandés que había sido en mis años de idólatra uno de los principales objetos de mi idolatría literaria. Años después, por motivos que ya no recuerdo, alguien me dio su domicilio en St. Mark’s Place, en el extremo sur de Manhattan y en uno de mis viajes a Nueva York le mandé una copia de mi traducción y él me respondió con una invitación a tomar un café en su casa. Era de fama la confusión libresca en que vivía, sin embargo mi imaginación se había quedado corta: la realidad excedía mis expectativas. Él se sentó entre libros y manuscritos en un sofá asaz vencido y manchado de alcoholes. Para empezar, me dijo que estaba preparando su regreso a Inglaterra después de sus 30 o más años. Me sorprendió el carácter confesional que desde un principio le dio a nuestra conversación, comenzando por decirme que él bebía mucho (“I’m a heavy drinker”, fue su frase exacta), y a renglón seguido me informó que desde su llegada a Nueva York había conocido a un farmacéutico complaciente, y que acostumbraba tomar diario una Benzedrina en la mañana para sentarse a escribir, agregando que hacía poco las había dejado de tomar porque ya no le hacían efecto.
Este dato está incluido en el artículo de Lanchester, con el agregado que tomaba Seconal para dormir y dormía con un vaso de vodka en su buró por si despertaba en la noche. Esto lo llama “pragmatismo” el autor, puesto que Auden veía las anfetaminas como un útil “en la cocina mental”. “Auden parece haber sido el único autor indiscutiblemente de primer rango que usó drogas así, como fuente directa de energía para su trabajo”.
Sin embargo, la mayoría de los escritores adictos a alguna droga no tenían esta actitud utilitaria de Auden. Tan sólo hay que recordar a Rimbaud, que buscaba precisamente lo contrario: “el desarreglo sistemático de los sentidos” para lograr así los efectos que él deseaba en su poesía. En cambio Sartre, que era adicto a la anfetamina Corydrane, le dijo a Simone de Beauvoir que “en la filosofía, el escribir consiste en analizar mis ideas; y un tubo de corydrane significa que esas ideas quedarán analizadas en los dos días próximos”. O sea que la historia no ha cambiado desde la antigüedad bíblica hasta el presente.
Si todo lo anterior suena a una defensa de las drogas y su uso, suena así porque lo es. Y hablo con el derecho que me dan mis 80 años de edad, cuando lo que más extraño y más necesito es la energía mental que tanto me falta para poder llevar a cabo los dos libros que estoy escribiendo más o menos en tandem, uno en español, otro en inglés. Antes, suplía esa falta con un descongestionante nasal que tenía pseudoefedrina entre sus componentes. Ahora resulta que ya entró en el índice de medicamentos prohibidos porque los jóvenes abusaban de él. Pero entonces a los rucos que lo necesitamos, ¿qué nos lleve el tren? No parece justo.