Luis Maeda Villalobos
Sequía, población y hambre
No existen datos que mencionen períodos de sequía en los escritos o anuas del siglo XVI, sino hasta mediados del siglo XIX, siendo más notorios desde principios del siglo veinte, aunque en forma no muy clara, pero sí en los cinco últimos años. Al parecer tienen una periodicidad de once años por cuatro de lluvias normales y la observancia del fenómeno es cada vez más frecuente, lo que tiene seguramente alguna explicación científica por las consecuencias graves que conlleva.
Localmente desde el año de 1991 a la fecha, las lluvias son insuficientes y se considera un período de sequía de trece años, que obliga a una meditación, al observar que la presa El Palmito o Lázaro Cárdenas, está casi vacía, con un volumen de tan sólo 311 millones de metros cúbicos, para una capacidad de cerca de los cuatro mil millones. Esto quiere decir que contiene sólo un 14 por ciento. Por su parte, la presa Francisco Zarco o de Las Tórtolas, con una capacidad volumétrica de 380 millones de metros cúbicos, ha captado 142 millones, es decir, contiene un 49 por ciento de agua, cosa preocupante, en virtud de la demanda creciente del recurso agua para las necesidades domésticas y el desarrollo sustentable de La Laguna. Sin duda se agotan las reservas subterráneas, contenidas en un acuífero principal dentro del polígono administrativo del agua buena y si continúa la sequía, nos veremos inmersos en una grave escasez y sin fácil solución.
El panorama de las sequías graves, no solamente es local sino mundial, en contraste con sitios, en algunas naciones, con lluvias torrenciales e inundaciones, fenómeno inexplicable hasta el momento; eventos que afectan a la población mundial, ahora de cerca de los siete mil millones de habitantes y su mantenimiento.
Esto nos hace recordar las palabras del economista inglés Thomas Maltus: “las poblaciones humanas están limitadas por sus recursos alimenticios, puesto que mientras la población crece en proporción geométrica, la producción de alimentos sólo lo hace aritméticamente”. De ello se deduce que al menos que se limite el crecimiento humano, dado el caso del estado de los recursos naturales, se provocará un aumento del hambre y la miseria mundial, mayormente en las naciones pobres o en desarrollo, a causa de los cambios climáticos, por la tala de los bosques y selvas húmedas, la erosión de las tierras de cultivo –que ya han sobrepasado su capacidad productiva- y la escasez de agua entre otras cosas.
Las políticas erráticas en el mundo y nacionales, en la conservación de la naturaleza y sus recursos, ha sido una de las causas de llegar al extremo de poner en juego el destino de la humanidad y la biodiversidad, en cuyas cadenas se encuentra el mismo hombre que ya está sufriendo los efectos del equívoco, en su bienestar y supervivencia.
El esfuerzo de los países líderes en producción y exportación de alimentos, se incrementa cada año para poder alimentar al mundo hambriento, mientras la ingeniería genética crea distintas variedades de plantas, altamente productivas y resistentes a plagas y a la sequía. Los laguneros estamos en el limbo, esperando, en la Divina Providencia, que no pase nada, sin preocuparnos que se agote el acuífero principal, que llueva o no llueva, se construyan o no las presas sobre el río Aguanaval, que al cabo, cuando se acabe el agua, bebemos refrescos y cerveza, a un lado los juegos y diversiones que distraen la mente de todo mundo, ante una crisis cierta, que sólo preocupa a los puritanos paranoicos de poca fe.