Las elecciones del seis de julio ofrecen materia de reflexión, si bien es muy temprano para llegar a conclusiones definitivas, en la medida en que aún no concluye el cómputo de la votación y algunos resultados pueden ser objeto de impugnación ante los tribunales.
Es válido sin embargo reconocer que contrario a lo que planteaban algunas expectativas, la elección no ha sido un parteaguas de nuestra evolución política, sino un paso más, dentro del esquema gradual de cambio en cámara lenta y juego a las vencidas, en que se encuentra inmerso nuestro país.
El panorama nacional no se afecta de manera radical como resultado de las presentes elecciones, si bien se aprecian avances y retrocesos para cada partido de acuerdo a los aciertos y desaciertos en que incurrieron, que pueden ser analizados mediante enfoques regionales o de alcance nacional según corresponda.
El carácter gradual y lento del tránsito hacia la democracia plena es un hecho, con independencia de que nos guste o no. La responsabilidad de la lentitud no incumbe a uno solo de los protagonistas políticos sino a la resultante de conjunto, lo que obliga a asumir culpas de manera compartida entre sociedad, gobierno y fuerzas políticas.
Lo cierto es que se produjeron elecciones pacíficas y razonablemente confiables, sin que falten los prietos en el arroz. El más preocupante es el abstencionismo que subió a niveles del sesenta por ciento, lo que desde luego es un retroceso. Lo anterior con mayor razón, si consideramos que el abstencionismo de antaño tenía como causa y fundamento la deserción cívica a que orilló el régimen hegemónico de partido de Estado, que hacía de las elecciones una mascarada y un fraude.
La abstención de ahora, es una respuesta al bajo desempeño de los políticos y en ese sentido no es meramente pasiva. El nivel del abstencionismo enciende focos de emergencia en el tablero de control de la vida pública nacional, sin que por ello se justifique hablar de un desencanto general de la sociedad respecto al sistema democrático.
Otro de los aspectos negativos, lo ofrece la asimetría que se advierte entre las leyes electorales a nivel federal, en comparación con las de algunos estados. Es cierto que el proceso en el que coincidieron elecciones a los diversos niveles de gobierno se desarrolló en las mismas casillas; sin embargo, el acopio y cómputo de los votos se realiza en comités federales, estatales o municipales que ofrecen una dinámica y una certidumbre de distinto grado, según la calidad de cada ley electoral, la independencia de cada órgano rector y la actitud de cada gobernador.
A ello obedece que los procesos electorales locales en los estados de Campeche, Colima y Sonora, amenacen con derivar en conflictos que habrán de resolverse en los tribunales. Lo anterior no es un acabose porque para eso existen tales instancias jurisdiccionales que son salvaguarda de la transparencia electoral, aunque lo óptimo sería que el proceso electoral concluyera en los órganos administrativos de cómputo.
No ocurre algo así en el caso de Nuevo León, donde Acción Nacional paga el precio de ofrecer un mal candidato, lo que obliga a dicho partido a revisar sus métodos de elección interna. En Nuevo León la sociedad civil da y quita el apoyo a los partidos a conveniencia, como corresponde al carácter instrumental de las organizaciones políticas y a la función de la democracia como arte de elegir a la opción menos mala.
Por lo que hace a la relación entre el Gobierno Federal y las fuerzas políticas nacionales, el resultado de las elecciones demanda una mayor disposición de las partes para concertar los acuerdos que nos lleven a una reforma estructural y del poder que garantice la viabilidad del país. Falta que Presidente y partidos encuentren formas de entendimiento que permitan llenar los espacios políticos, que deja vacíos el acotamiento del poder presidencial.
Una sana conclusión de lo recién acontecido, ratifica la exigencia de reducir los recursos públicos destinados al sostenimiento de los partidos y a los gastos de campaña. Un avance positivo, apunta hacia el desvanecimiento de los mesianismos y la toma de conciencia respecto a que, la responsabilidad de la conformación del poder es tarea de todos.