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El año por venir/Agenda ciudadana

Lorenzo Meyer

La Idea del Tiempo y del Cambio.- En cualquier tipo de vida civilizada es un imperativo tener conciencia clara del paso del tiempo. Medir de manera precisa el transcurrir del tiempo es elemento indispensable para regular las actividades productivas -empezando por la agricultura-, así como las civiles, religiosas y, desde luego, las científicas. Es verdad que hay algo de artificial en ciertas unidades de medida, pero finalmente su base es objetiva: el día, el mes y el año están ligados a la rotación de la Tierra, al ciclo lunar y al recorrido del planeta alrededor del Sol. Fue una decisión política de Julio César la que estableció el calendario juliano de 365 días y cuarto, y en 1572 otra decisión de igual naturaleza lo perfeccionó: la del papa Gregorio XIII. Ahora bien, todo inicio de un nuevo ciclo anual implica algo más que una medida de tiempo: también alienta la idea o la esperanza colectiva del cambio, de la cuenta nueva, del renacimiento de oportunidades. Y esa sensación es más aguda cuando coincide con un hecho objetivo. Para los mexicanos, ese hecho es que nos encontramos en los inicios de una nueva fase de nuestro desarrollo político y nos sentimos urgidos de cambios e insatisfechos con la velocidad y la envergadura de las transformaciones que hasta el momento se han dado. En cualquier caso, a causa del paso del tiempo, de fechas donde es necesario cumplir con compromisos u obligaciones, que desde ahora dan forma a la agenda política del 2003.

La Agricultura y un Problema Social que se Agudiza.- México busca el cambio, pero a veces es el cambio el que busca y alcanza a México. En el 2003 nos vamos a topar con un gran problema justamente porque el tiempo se vino encima y no logramos transformar aquello que era necesario. En el corazón del viejo problema social mexicano está el campo. Y este año que se inicia, las cosas en esa zona de desastre de nuestra economía se van a poner peor antes de que, esperemos, puedan ponerse mejor.

En el 2003, México está obligado a dar un paso más en su dolorosa integración económica con Estados Unidos. En efecto, es en este año cuando se inicia la segunda etapa del proceso que eliminará la protección de uno de nuestros talones de Aquiles económicos y sociales: la agricultura. A partir de ahora, cuarenta productos agrícolas y derivados importados de Estados Unidos y Canadá, entrarán con arancel cero; la dura competencia externa agudizará el desastre de nuestra agricultura. En efecto, mientras en Estados Unidos poco más de 3.3 millones de agricultores bien subsidiados (2.4 por ciento de su fuerza de trabajo) producen el equivalente a 126 mil millones de dólares anuales, en México 8.4 millones de campesinos (21 por ciento de nuestra fuerza de trabajo) producen apenas el equivalente a unos 22 mil millones de dólares anuales. Con una fuerza de trabajo dos y medias veces la del vecino del norte en términos absolutos, el campo mexicano produce menos de la quinta parte. No se necesita bola de cristal para predecir que el conflicto social se va a agudizar en México.

Las Elecciones de Mediados de Sexenio.- El 2003 es un año de elecciones nacionales (renovación de los 500 miembros de la Cámara de Diputados) y de seis estatales. En estos comicios no está en juego la naturaleza misma del gobierno -eso ocurrirá en el 2006- ni menos del régimen, pero sí un reacomodo importante de las grandes fuerzas políticas y la viabilidad misma de los partidos políticos pequeños. En el año que despunta, el PRI va a enfrentarse a una circunstancia que, para él, tiene algo de nuevo: se trata de su primera competencia de carácter nacional donde ya no puede contar con la ventaja que da tener el control del Gobierno Federal, aunque también es cierto que en un buen número de estados ese partido aún podrá recibir el apoyo del gobernador. Sin embargo, es un hecho importante que por primera vez el antiguo partido de Estado deba atenerse a sus propias fuerzas y medios para luchar por el voto. Esta vez tampoco tendrá de su lado la enorme fuerza de la inercia y de la costumbre, pues la victoria de Vicente Fox en el 2000, acabó con ellas. En suma, la auténtica incertidumbre democrática será el factor que enmarque la acción de todos los partidos en este año. Hasta donde las varias encuestas que se hicieron en el 2002 permiten otear el horizonte, existe la posibilidad de que este año el PRI vea reducida de manera significativa su presencia en la Cámara de Diputados. En efecto, una encuesta sobre la intención de voto por diputados hecha sobre una muestra representativa nacional y publicada por un diario capitalino (15 de diciembre, 2002), dio el siguiente resultado: el 42 por ciento favoreció al PAN, el 33 por ciento al PRI y sólo el núcleo duro del 16 por ciento dijo que apoyaría a los candidatos del PRD; de los partidos marginales únicamente dos tuvieron resultados significativos: el PVEM con el cinco por ciento y el PT con dos por ciento. El significado de las cifras anteriores se hace más evidente cuando se les compara con los resultados de una encuesta similar hecha en 1999; entonces la intención del voto para diputados favorecía al PRI con el 52 por ciento, al PAN con el 33 por ciento y apenas el 12 por ciento al PRD.

En la misma encuesta citada, es importante notar que el 65 por ciento de quienes respondieron asociaron al PAN con el término “cambio” en tanto que el 52 por ciento identificó al PRI con el de “corrupción” y el 50 por ciento con “experiencia”. En contraste, al PRD no se le identificó tan claramente con algo específico y sólo una minoría lo ligó con la idea de “izquierda” y con “democracia”. Y es justamente esa falta de definición uno de los síntomas del mal de fondo que aqueja al perredismo desde hace tiempo.

Existe, pues, la posibilidad de que en el 2003 el PAN sea el gran ganador de las elecciones intermedias y se fortalezca en el Congreso Federal, que el PRD siga estancado y que el PRI continúe en su proceso de decadencia. Pero también es posible que en el ámbito estatal el electorado del PRI o del PRD -en combinación con votantes independientes, es decir, los que no sienten identificación o compromiso permanente con ningún partido- le dé algunas victorias a esos partidos, pues un mal candidato del PAN combinado con errores o casos notorios de corrupción administrativa de ese partido, lo mismo que un buen desempeño de una administración local priista o perredista, puede arrojar un resultado positivo para quienes en el ámbito nacional no parecen ir bien encaminados. Si en el ámbito nacional el PRD se mantiene en un distante tercer lugar, en el Distrito Federal las encuestas muestran lo contrario: una popularidad muy alta del jefe de gobierno perredista, Andrés Manuel López Obrador, lo que puede beneficiar a los candidatos capitalinos del partido del sol azteca. Como sea, el voto independiente, fluctuante y pragmático es el decisivo en las elecciones por venir. Y en ese aspecto el electorado mexicano no es distinto del resto de los sistemas políticos modernos, lo que introduce de manera definitiva en nuestro país a la famosa “incertidumbre democrática”.

El resultado de las elecciones de mediados de sexenio, sea cual sea, fijará dos elementos decisivos. En primer lugar, la relación del Presidente con los diputados, nexo que necesariamente va a influir en la que ambos, presidentes y diputados, podrán tejer con lo que no va a cambiar: el Senado. En segundo lugar, la composición de la Cámara Baja determinará uno de los contornos o líneas de batalla de las fuerzas políticas de cara a su enfrentamiento decisivo: el de la sucesión presidencial del 2006.

De Nuevo, el Problema Social.- Uno de los clásicos de la sociología del siglo XX, el profesor de Harvard, Barrington Moore, Jr., señaló hace tiempo que a lo largo de la historia cuatro son las grandes causas del sufrimiento humano colectivo: a) la guerra, b) la pobreza, el hambre y la enfermedad, c) la injusticia y la opresión y, finalmente, d) la persecución motivada por ideas o creencias políticas o religiosas, (Reflections on the Causes of Human Misery and Upon Certain Proposals to Eliminate Them, Boston, 1973, p. 2). De esos cuatro jinetes del Apocalipsis, el grueso de los mexicanos hoy ya no tenemos que preocuparnos del primero, salvo los miembros de ciertas comunidades indígenas de Chiapas. Por lo que hace al último, a la persecución política o religiosa, todo indica que tampoco es ya causa de sufrimiento colectivo salvo, también, en casos aislados. Sin embargo, los dos de en medio, vaya que sí están presentes entre nosotros, y vaya que sí su galope es motivo de infelicidad colectiva. Es los campos de la pobreza, la enfermedad, el hambre y la injusticia, donde en este nuevo año y en muchos más por venir, se encuentra el meollo de la problemática mexicana.

La Clase Política.- En nuestro país, el grueso de la clase política -su reclutamiento, actividad y razón real de ser-, se centra en los partidos políticos. Y resulta que esas instituciones, todas, han fallado miserablemente en su papel de agregadoras, transmisoras, procesadoras y solucionadoras de las demandas de las mayorías, que son donde se concentran las condiciones que provocan los grandes males colectivos, aunque resulta que las fallas de la justicia también afectan, y mucho, a miembros de las clases medias e inclusive de las altas. Encuestas de opinión recientes muestran de manera clara, que el público mexicano tiene en muy baja estima a todos los partidos políticos (ya en la encuesta de María de las Heras publicada por un periódico de la capital el seis de diciembre del 2001, los partidos políticos resultaron ser la ¡última institución en que confiaba el público, menos que en la policía! Y esa situación no ha cambiado).

En Suma.- En política es muy difícil predecir el curso de los acontecimientos, pero no hay duda que en las actuales condiciones de México, el problema de fondo que se va reflejar en multitud de acontecimientos en el 2003, va a ser la contradicción entre las ineficientes instituciones políticas con que se intenta arraigar la recién ganada democracia y los enormes problemas sociales que se vienen arrastrando desde hace mucho, sobre todo, en el México campesino, la raíz histórica olvidada (¿despreciada?), del México urbano.

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