mi amigo, el filósofo de la plaza San Francisco, interrumpió el lunes pasado mi reconstructiva siesta vespertina para preguntar cuándo y dónde podríamos comentar algunos asuntos urgentes. No sé cuáles, respondí malhumorado a la inquisición telefónica. La verdad yo no quería entrevistarme con tan deplorable individuo, me chocan sus impertinencias y me desespera su forma “cool” de ver las cosas. “Cool” dicen los gringos, es un adjetivo que se aplica a las personalidades desenfadadas, ligeras, superficiales.
Pero mi amigo además de “cool” es terco y si mucho me apuran también tozudo. Imaginé que si no le daba alguna esperanza iba a estar molestándome a cada rato a través del invento del señor Edison, ahora tan modernizado que si el filósofo marca el teléfono de mi casa y aprieta el botón “localizar” la compañía telefónica me va a perseguir por toda la ciudad hasta ponerme al aparato...
La tecnología actual es como la que usaban las telefonistas de Parras en los años cuarenta. Usted pedía comunicar a equis número de teléfono para buscar a su doctor pero si éste no respondía, ellas deducían ipso-facto dónde podría estar, por qué causa había ido a ese lugar, cuánto tiempo tardaría en regresar y además, si ya había salido de ese sitio, en cuáles otros era posible localizarlo. Por ejemplo: “Oye Beto, dile a tu mamá que para qué necesita al doctor Iduñate. Él no está en su casa: Fíjate que le habló doña Emilia Marcos porque Richito pasó muy mala noche, estuvo a puro vómito, dicen que de color amarillo, así se habrá portado en La Linterna Verde. ¿Y allí a quien tienen malito? ¿que tú tienes qué? Así no se dice, muchacho malcriado: Se dice diarrea o deposiciones, Bueno, si doy con el doctor ái se los paso al rato. Dile a tu mamá que te haga un té de manzanilla a ver si te detiene eso”.
Como verán la localización no es nueva; pero sí incómoda y hasta ominosa para acabarla de amolar. Perder la privacidad es sufrir la peste en los viejos tiempos, el costo de estar al día en el consumismo de los artilugios tecnológicos. No habrá rincón dónde ocultarse del asedio de Papá Bush y de sus beibis. Como en la pesadilla orwelliana pronto tendremos al big-brother asomado tras las paredes y los techos de las casas fisgando nuestros actos, hasta los más íntimos; interrumpiendo nuestras más placenteras sensaciones y fotografiando cualquier gesto, movimiento o posición que indiquen que hemos leído El Arte de la Guerra o El Arte del Amor. Luego pondrán nuestras fotos en los naipes de los terroristas más buscados por la Casa Blanca. No habrá manera ni lugar dónde esconderse. “Bush te observa” dirá la voz. “Bush registra tus pensamientos. Si quieres ser feliz, no pienses, no hables, no rezongues y trabaja calladito”.
¿Y nosotros por qué? preguntaremos si no somos ciudadanos de los Estados Unidos; si somos mexicanos, “si nuestra tierra es bravía y palabra de macho que no hay mejor tierra que la tierra mía”. Ya lo ha dicho el presidente Fox: Nuestra patria es independiente, libre y soberana y la prueba es el voto contrario a la declaración de guerra unilateral que hizo Estados Unidos contra Iraq. ¿Y qué jáis de represalias? Ninguna, cuáles, dónde. ¿A poco creen que el escaneo de pasaportes, el registro electrónico de la mugrita de las uñas en las manos de los migrantes y el encajonamiento de ilegales constituyen una represalia? No hombre: Represalias, las que sufrió Santa Anna de parte del presidente Woodrod Wilson; éstas son boberías. Ya veremos cómo, al rato, contentaremos a George W. Bush y familia Chenney que le acompaña con unos cuantos kilómetros cuadrados de tierra petrolífera, algunas concesiones de gas natural y dos o tres compañías generadoras de electricidad; claro, siempre bajo la expresa condición de que seamos mano para comprar sus productos... Eso sí va a ser un logro patriótico de nuestro supremo gobierno.
“Señor, señor, le hablan por teléfono” Desperté asustado. ¿Qué, quién, quién? contesté. “Es el señor de la plaza San Francisco, que qué le dice”. Dile que por su culpa me dieron pesadillas y que salude mucho a su mamacita...