Washington (EFE).- Ni el automóvil, ni el computador, ni el teléfono móvil resultaron tan indispensables, pues el invento sin el cual los estadounidenses no pueden vivir es el humilde cepillo de dientes, según el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT).
Los investigadores de la prestigiosa universidad, que elaboran su índice de inventos Lemelson-MIT anualmente, preguntaron en una encuesta a 1.042 adultos y 400 adolescentes cuál de cinco inventos era indispensable en sus vidas.
El cepillo de dientes, un utensilio que data del siglo XV, salió ganador con un 42 por ciento de los votos entre los adultos y un 34 por ciento entre los adolescentes, seguido de cerca por el automóvil, que fue votado por un 37 por ciento de los adultos y el 31 por ciento de los adolescentes.
El computador, el teléfono móvil y el horno microondas, en ese orden, fueron considerados de menor importancia por los encuestados.
Un 60 por ciento de los adultos y un 56 por ciento de los adolescentes también afirmaron que creen que se encontrará una cura para el cáncer durante su vida.
Además, un 35 por ciento de los adultos y un 29 por ciento de los adolescentes dijeron que los automóviles movidos con energía solar reemplazarán totalmente a los vehículos a gasolina.
En el estudio de 1998, más encuestados dijeron que preferirían soportar una subida de impuestos para encontrar una cura contra el cáncer más que contra el sida.
En 2001, los adolescentes indicaron que los inventores son los profesionales que menos les interesa conocer.
El cepillo de dientes es un aparato antiguo. Se cree que fue inventado por los chinos, que usaban las cerdas del cuello de los puercos. Europa lo adoptó en el siglo XVII.
El primer cepillo de dientes producido en serie fue un modelo de William Addis, cuya fábrica se ubicaba en Clerkenwald, en el Reino Unido.
Las primeras cerdas de nailon se produjeron en 1938 y el cepillo eléctrico fue diseñado en Suiza tras la II Guerra Mundial.
No obstante, la mayoría de los estadounidenses no se cepillaba los dientes hasta que la costumbre fue diseminada por los soldados al volver de la II Guerra Mundial, ya que el ejército les obligaba a hacerlo.