En las últimas semanas ha crecido la ola de rumores optimistas acerca de que la Reforma Eléctrica será aprobada con notables beneficios, dicen, para los mexicanos. Hay quienes se oponen con pertinacia indicando que es una industria que no debe ser entregada a inversionistas extranjeros. Otros, los que están a favor, indican que, de no hacerse los ajustes necesarios en nuestra legislación, tendremos que enfrentarnos en el mañana a una gran debacle que traería como consecuencia no pudiera cubrirse el abasto de energía que se requerirá, trayendo como consecuencia se frene el desarrollo del país, el crecimiento de la economía, así como el de los empleos. La cuestión es que se están moviendo sectores de la sociedad que están plenamente identificados con los intereses que desde luego no son los de todos. Los cambios estructurales no se concretan al ámbito eléctrico ya que comprenden además la reforma fiscal, la laboral y la de Estado. La publicidad nos está bombardeando con tal intensidad que la población está siendo preparada para aceptar lo que al parecer ya se aprobó en las altas esferas del poder.
El que esté en contra de la participación foránea de capitales casi casi está siendo motejado de traidor a la patria. Por ahora se está satanizando al actual senador Manuel Bartlett. El poblano se opone a que haya cambios a los documentos básicos en materia energética aprobados por una Asamblea Nacional priista. La dirigencia nacional del PRI al parecer tiene acuerdos pactados con el Gobierno Federal. Indudablemente que es un tema escabroso, difícil, áspero que ya está provocando la discordia interna en esa organización. Por un lado Bartlett dice que la mayoría de los senadores tricolores están en contra de los planteamientos para hacer reformas a la industria eléctrica, llamando blandengues, cobardes y traidores a mandatarios estatales. Estos le responden diciendo que Bartlett es un iconoclasta, un herético que debe ser quemado con leña verde, un dinosaurio que representa otros tiempos, desesperado por continuar en la política. Lo cierto es que como lógica consecuencia de este debate, el PRI se está fragmentando. El Gobierno Federal está creando un cisma. En el edificio que ocupa el PRI nomás los catorrazos se oyen.
Lo que me llama poderosamente la atención es que el secretario de Gobernación, Santiago Creel Miranda, sostenga que la tesis de negociación comienza a prosperar en el país. Y lo dice muy contento. No sabemos si midió el sentido de sus palabras. No satisface que se use un término que habla de componenda, de compromisos y de intercambio. Más adelante agregó Creel que la locución concertar debe ser el nuevo término en el vocabulario de la democracia mexicana. En lo personal me hubiera gustado que se hubiera referido a la voz convencer, pues en el concertar está imbíbito un arreglo que supone supeditar a un convenio en el que se crean o transfieren derechos y obligaciones, sobretodo por que dijo que se desechaban de antemano que pudiera haber imposiciones, chantajes o presiones. Bueno, no seré tan intransigente para no darme cuenta de que es del todo posible que se haya conseguido un acuerdo que hubiera tenido como referencia únicamente la persuasión. Es del todo posible. Lo que no me pareció correcto es que diga que la razón empieza a asentarse en el territorio de la política. Se olvida acaso de que ¿en este mundo nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira? ¿Querrá decir que el actual Gobierno es el sanctasanctórum del discernimiento, de la perspicacia y del intelecto y que los demás actores que protagonizan este encuentro carecen de un cabal raciocinio?
Lo que sacamos en conclusión de este asunto es que la Presidencia de la República tiene de su lado a los que cuentan con el dinero en este país, quienes influyen en las decisiones de más de una docena de mandatarios locales a los que sin mucho esfuerzo podría colocárseles el gafete de prósperos empresarios. La mayoría dispone de ilimitados recursos económicos. Todo indica que los que están en contra de la privatización tendrán que apechugar. Es el destino el que les juega una mala pasada. A menos que se presente un imponderable. En política, a lo que es seguro, le sigue el recelo.