la geografía es destino. Desmenuzar este enunciado permitirá demostrar que, en el debate sobre el voto de México en el Consejo de Seguridad, es posible estar en desacuerdo con las tesis de la Casa Blanca sobre el conflicto en Iraq. Vicente Fox podrá decirle tranquilamente a José María Aznar, Jefe de Gobierno español, que los costos de disentir son manejables.
La vecindad con Estados Unidos nos ha influido profundamente sin que exista un consenso definitivo de si ello es positivo o negativo. Durante muchas, muchas décadas, la versión oficial dictaba que la vecindad era una desgracia capturada en el archiconocido refrán atribuido a Porfirio Díaz (“Pobre de México, tan lejos de Dios... etcétera). Llegó Carlos Salinas de Gortari a Los Pinos y, con el desenfado del gobernante fuerte, nos informó que el refrán estaba equivocado y que compartir frontera con Estados Unidos era una bendición que la geografía nos dio, y para demostrarlo firmó un Tratado de Libre Comercio. La realidad está, por supuesto, en algún lugar intermedio porque tener una potencia al lado no es una tragedia griega, pero tampoco una comedia hollywoodense.
Es una increpación geopolítica que impone, a sociedad y gobierno, la necesidad de embarcarse en un ejercicio permanente de reflexión informada y crítica. La relación de México y Estados Unidos es, al mismo tiempo, pragmática y llena de pasiones que nos llegan desde un pasado cargado de brumas y mitos. Es también un edificio de muchos pisos y dimensiones temáticas, cada una de las cuales se maneja con reglas propias y con una multiplicidad de actores. Entre las reglas del juego hay un principio clave: apoyarse mutuamente tolerando el derecho a disentir que, es obvio, se modifica dependiendo de las condiciones.
La economía mixta, la Revolución Cubana, el narcotráfico y las guerras centroamericanas nos ofrecen un repertorio de ejemplos que ilustran las múltiples modalidades que tiene el consenso y la divergencia entre los dos países. En la Casa Blanca hay un presidente, George W. Bush, que presiona al mundo para que lo respalde en su intención de aniquilar militarmente al régimen de Saddam Hussein. Buena parte de la humanidad se opone gestando un fenómeno de opinión pública extraordinario. México se ha unido a la exigencia de una solución multilateral, pero hay quienes proponen respaldar -o cuando menos no oponerse- a Washington advirtiendo de los costos asociados a la independencia.
¿Hasta dónde puede la Casa Blanca torcernos el brazo o apretarnos el pescuezo? Sin pretender una respuesta definitiva, la tienen difícil porque la vecindad y la interrelación significa que cualquier presión contra nosotros termina afectando intereses estadounidenses. Tomemos la migración que frecuentemente se menciona como un área en la que somos vulnerables. Uno de los aciertos del gobierno de Vicente Fox ha sido el impulso a la Matrícula Consular, una credencial con foto que nuestros consulados entregan a mexicanos indocumentados en Estados Unidos. El documento les permite identificarse y abrir una cuenta bancaria y protegerse de empresas abusivas que cobran porcentajes excesivos en los dólares enviados a sus hogares. Gracias a un excelente trabajo diplomático, el documento ya es aceptado por 800 ciudades y condados. El éxito ha provocado que algunos políticos y funcionarios estadounidenses critiquen a la Matrícula porque, dicen, alienta la migración indocumentada. Disentir de Washington sobre Iraq provocará, según algunos, que nos aprieten por ese lado. El razonamiento ignora varios factores. Si nuestros paisanos se van a trabajar al otro lado, es porque sectores económicos de ese país los necesitan y va a defender su estadía. Además de ello, la Matrícula se ha convertido en un negocio extraordinariamente rentable para los bancos estadounidenses (74 bancos de todo Estados Unidos aceptan la matrícula aunque los principales son tres: Bank of America, Citibank y Wells Fargo) que van a pelear contra cualquier interferencia gubernamental (Business is Business). Se estima en 50 mil millones de dólares anuales lo que manejan los mexicanos, un 20 por ciento de lo cual (10 mil millones) es enviado a México. El Cónsul General en San José California, Marco Antonio Alcázar, incorpora otra dimensión en una conversación telefónica. Las corporaciones policíacas (que deben diferenciarse de la Patrulla Fronteriza del Servicio de Inmigración y Naturalización) ven con profunda simpatía la Matrícula porque cuando detienen a algún mexicano por cualquier falta administrativa ello resuelve el problema de la falta de identificación. El embajador de México ante el Consejo de Seguridad, Adolfo Aguilar Zínser, añade que el debate sobre la Matrícula seguirá su propio destino, independientemente de que votemos a favor o en contra de Estados Unidos en alguna resolución futura sobre Iraq.
Hay, pues, una autonomía relativa en las diferentes dimensiones de la relación lo que hace más difícil que una presión estadounidense sea inmediata o eficaz. La transición democrática mexicana es otro ángulo. Un excelente científico político, Robert Putnam, habla de que en las relaciones internacionales entre países democráticos se “juega a dos niveles” porque cualquier gobierno debe negociar, al mismo tiempo, con funcionarios de otros países y con las estructuras políticas de sus propias naciones. Eso reduce la capacidad para hacer concesiones y satisfacer demandas. Un resultado es que, mientras más limitado esté un negociador, más creíbles serán sus alegatos de que no puede ceder ante las demandas de su contraparte.
En el antiguo régimen, el presidente tenía un poder extraordinario para gobernar y obtener lo que quería del Congreso, el poder Judicial y los partidos políticos. Paradójicamente, eso debilitaba la capacidad negociadora de México frente a Estados Unidos. En un régimen democrático, el presidente tiene mayor fuerza en la negociación porque Vicente Fox puede usar los factores internos como instrumento de política exterior. Si más del 80 por ciento de los habitantes de México estamos contra la guerra eso le permitirá aparecer ante la Casa Blanca como un jefe de Estado sensible ante la opinión pública.
No estamos en tiempos normales y lo que se juega no es solamente el destino de un dictador sangriento. En el tapete de la discusión está la forma como un mundo cada vez más interrelacionado resolverá sus conflictos. Hay, por supuesto, riesgos asociados a la postura que tome México en el Consejo de Seguridad. Sin embargo, ante la magnitud de la decisión -lo que está en disputa es la gobernabilidad mundial-¿vale la pena asumir los costos que tiene una decisión de ser independientes que ya tomamos la mayoría de mexicanas y mexicanos.
La miscelánea
Tres Secretarías presididas por funcionarios inteligentes, democráticos y sensatos compiten por el poco apreciado galardón de “La decisión más aberrante del mes”. En las praderas de Víctor Lichtinger (Semarnat) se despidió al delegado de la Profepa, Inocente León Pineda, que tuvo la osadía de informar sobre la contaminación de las playas de Guerrero. Como el Archivo General de la Nación es la sede para las pláticas con las organizaciones campesinas, Santiago Creel (Gobernación) aceptó que el principal Archivo de la nación cerrara sus puertas durante todo un mes. Finalmente, Reyes Tamez (SEP) permite que se oculte la información que evalúa la calidad de la educación impartida por nuestras escuelas. Difícil decir cuál es el hecho más absurdo.
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