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El desorden del día

René Delgado

Si de pronto se pusieran sobre la mesa los debates y expedientes abiertos, cualquier político sensato y responsable se iría de espaldas. Todos los expedientes están abiertos sin ningún orden y sin que ningún actor consiga privilegiar alguno de ellos y, así, la República se desarticula y desmadeja.

Hundido en sus contradicciones el gobierno naufraga y los partidos políticos le dejan sentir a la ciudadanía que la elección intermedia no fue una decisión sino una simple aproximación a lo que se podría hacer durante el resto del sexenio. En la lógica de los partidos, los comicios sólo sirvieron para determinar quiénes deberían ocupar una curul y, ahora, se verá para qué se colocó a esos hombres y mujeres.

Desde luego, todos los días hay prometedoras declaraciones pero lo cierto es que no hay políticas establecidas y mucho menos acuerdos firmes. La disputa por el poder sigue sin saber para qué se quiere el poder y, en ese pleito, se entremezclan intereses nacionales con grupales.

El orden del día es simple, es el desorden del día.

*** Sin el menor concierto, cada día se abre un debate nuevo o se repone uno viejo y ninguno se cierra ni se concluye. Sencillamente, se abre, se juega con él un rato y, luego, ahí, se deja.

Al menos, estos últimos días se perdieron, colocando en la mesa del debate un buen número de grandes temas: el déficit educativo, la reforma fiscal, la falta de compromiso de la administración con los derechos humanos, el creciente problema del desempleo versus la changarrización de la economía, la posibilidad de auditar a los bancos que traspasaron créditos irregulares al Fobaproa y el anuncio de las agendas legislativas que no logran cuadrarse.

Seis grandes debates se abrieron o reabrieron y, desde luego, ninguno concluyó.

*** En torno al primer debate, el relativo al déficit educativo, dos fueron las sólidas posturas. El rector de la Universidad Nacional, Juan Ramón de la Fuente, señaló la responsabilidad del Estado en dar respuesta a la sobredemanda de cupo que hay en la educación superior y denunció que la Secretaría de Educación Pública maquilla cifras. La respuesta no se hizo esperar. La SEP dijo no es cierto y, luego, en aras de la armonía y la conciliación, se estableció una mesa de trabajo.

La gran conclusión fue la de siempre: intégrese e instálese de inmediato una comisión, ya después se verá qué hacer con el problema. La viejísima fórmula de inventar comisiones sirve todavía al flamante nuevo régimen.

*** La suerte del segundo debate de la semana, no fue mejor. La tasa de empleo volvió a revelar una realidad cada vez más inquietante pero, a pesar de esa circunstancia, el optimismo del jefe del Ejecutivo se mantuvo arriba.

El mandatario ve signos de mejoría en la economía y el secretario de Economía, Fernando Canales, aprovechó el problema para tratar de restañar su insostenible imagen. Declaraciones y más declaraciones generó el problema del empleo pero más no hubo.

Si por cada declaración se generara un empleo, en cuestión de días quedaría resuelto ese problema.

*** El debate en relación con la reforma fiscal fue, sin duda, el más interesante. Todos los actores dijeron sí a la reforma hacendaria, nomás falta ponerse de acuerdo en sus términos.

No está claro, desde luego, si el secretario de Hacienda, Francisco Gil, tiene interés de articular ese debate que, según dice, es central en el porvenir inmediato. Como quiera, hasta ahora todos los actores han manifestado su interés por sacar adelante esa reforma, aunque también algunos de ellos ya señalaron qué no incluirá la reestructuración del sistema fiscal.

Legisladores, gobernadores, empresarios y funcionarios tienen su respectivo proyecto pero todavía no se ve quién va a articular tanta disposición y tantas y tan brillantes ideas. Así, ese debate que lleva la friolera de algo así como seis años de haberse abierto, ahí está de nuevo.

*** El debate en torno al incumplimiento del Gobierno Federal con los derechos humanos fue un tanto sordo pero, acaso, fue el más contundente.

Justo cuando Amnistía Internacional cuestionaba el desinterés y la indiferencia oficial -federal, estatal y municipal- por acabar con la impunidad de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, fino como es el canciller Luis Ernesto Derbez desapareció la subsecretaría del ramo. Con esa actitud, el canciller logró algo: establecer claramente que la política exterior es de él y no del presidente Vicente Fox. Ahora queda claro que el compromiso del Gobierno por fortalecer el respeto a los derechos humanos, no comprende a la cancillería.

Cabe la posibilidad, desde luego, de que la actitud de Luis Ernesto Derbez sólo tenga por justificante el afán de borrar cualquier huella del paso de Jorge Castañeda por esa dependencia, si es así lo está haciendo muy bien el nuevo canciller. Qué importa la congruencia y la consonancia entre la política interior y exterior, si en el pleito personal se gana un asalto.

*** El viejísimo debate en torno a la auditoría a los bancos reapareció. Otra vez, se colocó ese asunto sobre la mesa frente al cual la banca se manifiesta decidida a ponerle punto final a ese problema que, aparte de desgastar a las finanzas públicas, ha resultado muy oneroso a la política.

Amparo de por medio, los bancos involucrados ya reiteraron su disposición a que se les audite pero ya dejaron también bien claro que, cualquiera que fuera el resultado, no cuentan con fondos para encarar el problema. Como quien dice, se está en las de siempre: ni se abre ni se cierra el debate, ni se toma una acción clara para en verdad concluir ese debate, que aparece y desaparece, de manera intermitente.

*** A esa desordenada agenda, donde el Gobierno se comporta de manera reactiva y no proactiva, se agregan los escándalos políticos y los pleitos al interior de los partidos políticos que desfiguran la posibilidad de cualquier diálogo fructífero y hacen de la mezquindad el recurso predilecto de la élite política.

Hubo elección interna en el PRI para determinar si Elba Esther Gordillo o Manlio Fabio Beltrones deberían coordinar a la próxima diputación tricolor y, aun cuando el resultado favoreció a la profesora, la consecuencia política es otra. Otra que, por lo demás sin elección de por medio, ya se sabía: las pugnas al interior se transforman pero no se acaban. Por más que Elba Esther pretenda colocarse al centro del escenario como la próxima coordinadora parlamentaria, lo cierto es que la incertidumbre prevalece. No está claro, a fin de cuentas, si la profesora es una interlocutora válida para llegar acuerdos y, así, se pierde la certeza política.

En el caso de Acción Nacional, las cosas no son muy distintas. Ese partido sigue operando sin dirección y, antes de replantearse y definir su relación con el Gobierno, el pleito entre prodieguistas y antidieguistas arrecia o se afloja. Podrá el próximo coordinador de los diputados, Francisco Barrio, tratar de ordenar el trabajo y la agenda de los parlamentarios pero, en el partido, la atención está puesta en el otro pleito. Y si ése es el proceder del partido en el Gobierno, ¿qué puede esperarse de las otras fuerzas?

A su vez, en el Partido de la Revolución Democrática, la guerra civil continúa. Leonel Godoy parece más bien un enviado de Naciones Unidas a Iraq, que el dirigente de una fuerza política destinada a reagruparse y reorganizarse para contender por el poder presidencial en la próxima elección. En esa guerra, es claro que Rosario Robles ya volvió con todo y su dignidad al redil de Cuauhtémoc Cárdenas quien, a su vez, se quedó con la dirección del partido. Andrés Manuel López Obrador tiene bien claro que los tambores de guerra no dejan de sonar.

Frente a esa situación de los partidos, el Gobierno no logra salir de los escándalos, las estridencias y contradicciones que pronostican su naufragio. De los escándalos de la semana, Guido Belsasso se lleva las palmas siguiéndole de cerca Marta Sahagún que, enternecedoramente, deja saber que sólo si un hombre le pide ser candidata presidencial lo consideraría. Y compitiendo también por la corona del absurdo, está el caso de Atenco donde en la mesa de las negociaciones se coloca nada más y nada menos que al Estado de Derecho. En el colmo del absurdo, funcionarios federales y estatales enderezan discursos ensalzando la importancia del diálogo aunque dejan en la piedra de los sacrificios, justamente, el Estado de Derecho.

*** Pese a la evidencia de que el desorden es el orden del día, sin llamarla por su nombre, los Gobiernos y los partidos piden otra oportunidad, quieren que se les otorgue de nuevo el beneficio de la duda.

Viendo la entremezcla de los asuntos nacionales con los asuntos grupales, la indiferencia y la irresponsabilidad con que se abren viejos y nuevos expedientes, así como la incapacidad para coordinar y articular el debate, francamente es difícil creer que en la segunda mitad del sexenio las cosas van a cambiar. La realidad, aunque así no la vean el Gobierno y los partidos políticos, es menos complicada de lo que parece: tienen escasos ocho meses, esto es, hasta el segundo período ordinario de sesiones de la próxima legislatura, para demostrar si, en medio del escenario que han creado, pueden verdaderamente arrojar resultados a favor del país. No es mucho tiempo, pero ése es el que les fija el calendario político y electoral.

Hasta ahora, el Gobierno y los partidos han demostrado que la consolidación de la democracia no está en el horizonte de sus preocupaciones y ocupaciones, peor todavía, han empezado a jugar con la estabilidad.

En todo caso, median ocho meses antes de que la temperatura electoral vuelva a elevarse y el descreimiento a coronar su conducta. Ese es el nuevo plazo. A ver si consiguen armar un orden del día, que no sea el desorden de cada día.

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