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El día más largo del año/Actitudes

José Santiago Healy

Por razones familiares emprendimos el viernes pasado un viaje a la ciudad de México que duró casi las 24 horas y que sirvió para comprobar que este país no puede funcionar adecuadamente en tanto no se resuelvan los gravísimos problemas de su capital.

La salida fue a las 8 de la mañana de Tijuana para arribar a la una y media de la tarde al Distrito Federal. Ahí comenzaron las complicaciones.

A sabiendas de que regresaríamos por la noche nos dimos a la tarea de documentar nuestro vuelo en las ventanillas de la aerolínea. La cola era interminable y luego de una hora logramos nuestro propósito no sin antes tragarnos el disgusto por la serie de influyentes que sin hacer fila lograban ser atendidos ipso facto.

La cita era en Santa Fe así que tomamos un taxi y comenzamos la travesía que se convertiría en un vía crucis. Tráfico y más tráfico, la contaminación y el calor eran insoportables. El taxista trataba de ganar tiempo, frenaba, aceleraba, se montaba sobre los camellones hasta que en un acelerón que nos dolió hasta la nuca le pedimos que se fuera tranquilo, finalmente lo importante era llegar a nuestro destino sanos y salvos.

Su molestia fue evidente y no lo culpamos. Imagínese para un taxista del aeropuerto demorar tres o más horas por una sola dejada cuando tienen que realizar de ocho a diez al día para que salga el negocio.

Gracias a la estoicidad de nuestro hijo de once años que se comportó como un compañero de viaje ejemplar, contuvimos el deseo de bajarnos del taxi para lanzar un grito de desesperación por el ruido y la angustia de avanzar a paso de rueda.

Tomamos Constituyentes y pasamos muy cerca de Los Pinos. Imaginamos al presidente Vicente Fox reposado en medio del verdor y la tranquilidad de la residencia oficial, pero agobiado por los problemas nacionales y la contaminación que penetra a cualquier punto de la ciudad.

Luego caímos en cuenta que Fox estaría en el vuelo de regreso de Cancún en donde inauguró la cumbre de la Organización Mundial del Comercio. Vendría arrepentido por el desastre de la reunión, una vez más México hacía el ridículo internacional y para colmo el bello Cancún será recordado durante años por el infeliz coreano que se suicidó públicamente.

¿A quién se le ocurrió organizar esta reunión en el principal centro turístico mexicano? ¿Por qué no realizaron la cumbre en alguna isla lejana o en el desierto de Sonora para que no se acercaran los globalifóbicos? La Laguna Salada de Mexicali hubiera sido otra buena opción y habría servido para probar el foro en donde cantará Pavarotti el próximo 18 de octubre.

Las que estará pasando Alfonso Durazo en Los Pinos, pensamos con preocupación. Además de coordinar la agenda de un Presidente tan dinámico e imprevisible ahora tiene la misión de cuidar la imagen de su Gobierno, de la familia presidencial y de México ante el exterior. ¡Vaya tareón que le han encomendado!

Por fin llegamos a Santa Fe y lo primero que salta a la vista son los enormes y modernos edificios de bancos, empresas y hoteles. Salvo el inmueble de la Universidad Iberoamericana que guarda un aspecto colonial mexicano, el resto de las construcciones desentonan con la geografía. ¿Por qué un Nueva York en el Distrito Federal cuando tenemos tanta riqueza y tradición arquitectónica?

En un par de horas cumplimos con el propósito de nuestra travesía y alrededor de las seis de la tarde emprendimos el turbulento regreso al aeropuerto. Pronto caímos en cuenta de la desafortunada fecha: era viernes, fin de quincena y el inicio del puente septembrino, uno de los más añorados por la población capitalina.

Si usted conoce un manicomio, pues haga de cuenta que así estaba el Distrito Federal en esa tarde. El taxista insistió en tomar Paseo de la Reforma con la intención de realizar una escala en la Basílica de Guadalupe.

Sufrimos por la Diana la Cazadora, por el Ángel de la Independencia, por Cuitláhuac y por Cristóbal Colón. Cuánta tristeza deben tener de vivir en carne propia el deterioro paulatino de la ciudad de México.

Cruzamos cerca del Palacio de Bucareli, sede de la secretaría de Gobernación, de donde todavía no pueden salir los acuerdos políticos. ¿Pero cómo lograrlos si al llegar ahí los políticos llegan intoxicados, exhaustos y estresados por el entorno capitalino?

Sorpresivamente en la Basílica de Guadalupe encontramos el remanso de paz que no habíamos tenido en toda la jornada. Contra lo esperado había muy pocos feligreses, buena vigilancia y cero vendedores en el atrio.

De ahí al Benito Juárez. Otra vez la turbamulta. El aeropuerto era otro manicomio pero en esta ocasión de capitalinos eufóricos porque dejarían la ciudad al menos por cuatro días. Colas interminables en las ventanillas, en los arcos de seguridad, en las puertas para abordar.

Nadie reclamaba, todos sentían la felicidad anticipada de abandonar la ezquizofrénica capital para disfrutar del puente patrio.

Nuestro avión se retrasó una hora, demasiado poco para el caos humano. Hicimos una escala en León y un letrero en el edificio nos llamó la atención: Aeropuerto Internacional de Guanajuato. Sí de la entidad donde procede Vicente Fox, muy cerca del rancho al que cada fin de semana se escapa la familia presidencial.

Y vino a nuestra mente una idea loca. ¿Por qué no cambiar la capital mexicana a la ciudad de Guanajuato o a León que cuenta con mayor infraestructura? Muchos guanajuatenses intentarán inmolarse al oír esta idea, pero estamos seguros que Fox podría convencerlos del proyecto.

Sería una fórmula ideal para salvar al Distrito Federal, a sus veinte millones de habitantes, al Gobierno de Fox y a México.

El autor es licenciado en Comunicación por la Universidad Iberoamericana con maestría en Administración de Empresas en la Universidad Estatal de San Diego. Comentarios a josahealy@hotmail.com

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