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El dilema de Fox/El año electoral

Sergio Aguayo Quezada

En las últimas semanas una pregunta ha ocupado a selectas tertulias políticas: ¿debe, puede, hacer campaña Vicente Fox a favor de su partido? Las opiniones llegan divididas al señor de Los Pinos que las escucha, sabedor de que la forma en que resuelva ese dilema definirá, o al menos tiene el potencial de hacerlo, el resto de su mandato.

Quienes argumentan a favor de que despliegue sus formidables dotes de agitador político esgrimen un razonamiento con tres elementos: a) el Presidente tiene una gran popularidad pero está maniatado por un Congreso controlado por las oposiciones; b) el Partido Acción Nacional tiene intenciones de voto lo suficientemente altos como para soñar con una mayoría simple en la Cámara que, de entrada, les daría el control de la aprobación del Presupuesto de Egresos de la Federación lo que, definitivamente, no es poca cosa; y, c) en las democracias consolidadas se acepta que el jefe de gobierno promueva activa y explícitamente a su organización de origen. Vistas así las cosas, Fox en campaña puede redefinir la balanza de poder y permitirle al PAN y al Presidente hacer las reformas estructurales que desean. Eso explica una declaración recuperada de la bruma vacacional. El estratega de la campaña panista, Carlos Medina Plascencia, no dejó lugar a dudas cuando dijo que “tenemos como principal valor a Vicente Fox, es el principal activo de Acción Nacional” y lo “vamos a utilizar” (nota aparecida en un diario capitalino el 23 de diciembre del 2002). Considero un error que Fox regrese a cazar votos. Los problemas nacionales tienen tal magnitud que sería mejor que se concentrara en atenderlos desechando al máximo todo aquello que lo distraiga. En el 2001 el Presidente se engolosinó con las giras por el extranjero y los resultados no fueron buenos. En el 2002 corrigió la distorsión lo que le permitió equilibrar mejor la distribución de su tiempo. Sería lamentable que en el año que empieza se lance a las agotadoras jornadas que impone cualquier campaña. Una complicación adicional es que exhibirse abiertamente a favor de su partido podría contribuir a una posible polarización ideológica y política, riesgosa ahora que se acumulan los nubarrones de conflictividad social.

Estaría, luego, lo inédito del momento. Durante mucho tiempo se cultivó la idea de que el Presidente antepone los intereses de la patria a los de su partido o grupo. Durante el siglo XX un buen número de presidentes priistas demostraron con su parcialidad a la hora de las urnas que se trataba de una fábula. Llegó la alternancia pero se mantiene firme esa idea porque el Presidente ha insistido en que preside un gobierno plural, adecuado para la transición. Por otro lado, la legislación existente es imprecisa e insuficiente para aclarar hasta dónde pueden llegar los servidores públicos. Felipe Calderón Hinojosa, dirigente panista en la Cámara, lo reconoció así en una columna navideña: “¿qué está permitido y qué no al Presidente de la República en una campaña electoral? ¿puede participar en eventos políticos de su partido? ¿cuáles son para un Presidente o para un gobernador los días inhábiles?”. La indefinición puede significar que el Presidente tenga ataduras legales que saldrán a perseguirlo en una etapa caracterizada por una ciudadanía fisgona que se alimenta de medios criticones.

En este terreno quisiera recordar que las confusiones sobre los límites también involucran a otras profesiones. Es el caso de quienes tenemos un pie en la comunicación y ejercemos el derecho de participar en un partido político; es evidente que debemos evitar posibles conflictos de interés lo que no siempre es automático o sencillo. A este asunto regresaré en otra ocasión; por ahora regreso al dilema de Fox.

En la enumeración de objeciones estaría, finalmente, la necesidad de distinguir entre Vicente Fox y su partido. No son lo mismo. Con todas las críticas que se le puedan hacer, el Presidente tiene entre sus haberes el haber intentado conformar un gobierno plural que sirva de puente en la jornada de un régimen a otro. El PAN es un partido que tiende a lo conservador y que es bastante heterogéneo en la calidad de sus integrantes. Frecuentemente se lee o escucha que después de la caída del Muro de Berlín las diferencias ideológicas son inexistentes y que los partidos se amontonan en un amorfo centro en el que sólo se distinguen por las personalidades que los integran. El deslizamiento ha existido, pero subsisten las diferencias ideológicas entre partidos y para recordarlo estarían los derechos laborales o los reproductivos. A ello debemos agregar la distancia que hay entre el PAN del Congreso y el de los niveles locales. El profesionalismo de buena parte de las bancadas panistas en el Legislativo federal, contrasta con gobiernos locales en donde el PAN decepciona. Ahí está el gobernador de Querétaro, Ignacio Loyola, que no entiende que el servicio público impone cierta mesura en el salario, o una colección de alcaldes en Jalisco o el cinturón azul del Valle de México. Al PAN le falta madurar y, tal vez por ello, el voto del 2000 y las encuestas presentes confirman la preferencia por un Presidente equilibrado por el Congreso. Tal vez sea más lento, pero es ciertamente más seguro.

Me da la impresión que Vicente Fox no quiere regresar a la senda del mitin y tal vez por ello el dirigente panista, Luis Felipe Bravo Mena, precisó en la entrevista previamente citada que utilizarán el prestigio de Fox pero no “en la forma como se hizo en el pasado, donde el Presidente se ponía a hacer campaña o se metía a hacer trabajo por su partido, sino que nosotros podemos utilizar muy bien esa imagen”. Lo más probable es que veamos al PAN lanzando un mensaje de que ellos son el partido al que pertenece quien abanderó la transformación de México (de acuerdo a algunas encuestas alrededor del 60 por ciento de mexicanos consideran que sí se está dando el cambio prometido por el Presidente en su campaña del 2000).

Puestos a elegir, creo que los mexicanos nos veríamos más beneficiados con un Presidente concentrado en atender las muchas urgencias y carencias nacionales y en impulsar la inconclusa reforma del Estado. Es sin embargo posible que triunfe la tentación del PAN y de Fox de buscar una victoria total. Ahí está el dilema.

La miscelánea

En su número del cinco de enero, una revista capitalina publicó un documento excepcionalmente importante obtenido por Antonio Jáquez. Se trata del plan de operaciones para el Valle de México de la “Brigada Blanca”, grupo especial creado para combatir a la guerrilla urbana y a la que se responsabiliza de torturas, ejecuciones y desapariciones. En ese texto de mayo o junio de 1976 se asegura que “se ha dispuesto la integración de un grupo con miembros del Ejército Mexicano, Dirección Federal de Seguridad, Procuraduría General de la República, Procuraduría del Distrito Federal, Dirección General de Policía y Tránsito del Departamento del Distrito Federal y la Procuraduría General del Estado de México”. ¿Qué personajes de aquella época tuvieron la autoridad para lograr que trabajaran armoniosamente dependencias federales y locales durante los sexenios de Luis Echeverría y José López Portillo? Esclarecerlo permitirá dar un salto enorme en la determinación de las responsabilidades individuales e institucionales.

Comentarios: Fax (5) 683 93 75; e-mail: sergioaguayo@infosel.net.mx

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