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El epitafio

Gilberto Serna

Apenas hace unos cuantos días atrás, dije de Elba Esther Gordillo Morales, en resumen, que es una mexicana que piensa por sí misma, que de seguro es una consejera áulica, queriendo indicar que es una mujer que se distingue por su elegancia tanto como por su talento, sintiéndose como en su casa dentro de la residencia de la pareja presidencial, a la que bien podía decirse puede, en un dado caso, aconsejar, dada su experiencia en esos tejemanejes de la política. Hice la observación de que Elba Esther es una mujer como cualquiera, con aciertos y desaciertos. Uno de esos desaciertos lo acaba de cometer la profesora según la versión proporcionada por el diputado federal Emilio Chauyffet Chamor a sus compañeros de bancada.

Lo que de ser cierto obscurecería el panorama político mexicano, retornando a días infaustos en que las diferencias políticas en México tenían consecuencias luctuosas. Esto, a propósito de eso que supuestamente habría dicho la maestra Gordillo a Emilio, en encuentro privado que sostuvieron en un merendero del hotel Presidente Chapultepec, la tarde del miercoles pasado, diez de diciembre. Ambos personajes, ninguno es una perita en dulce, trabaron una conversación con matices ríspidos. En el lenguaje del ex embajador en la ONU, Adolfo Aguilar Zinser, las dos figuras políticas del momento tragaron camote. Imaginemos el diálogo del que no dio cuenta el diputado mexiquense. Eres el mismo de siempre -dijo Elba Esther mientras lo miraba fijamente con centelleantes ojos- antes lamías las botas de Hank González, ahora lo haces con Madrazo. No empecemos, si de lengüetear se trata tú también tienes tu historia, -reviró Emilio- pero concretémonos a lo que nos trajo aquí. Debes saber que nada puedes hacer, soy el nuevo coordinador, te cuadre o no te cuadre, no puedes desconocer la voluntad mayoritaria de los compañeros diputados. Déjate de cuentos, -añadió la chiapaneca- los dos sabemos como se mueve el pandero, dile a tu papá Roberto que es un maricón, que no tiene palabra, que es un rajón. Díselo tú, -ripostó, con el ceño fruncido, Chuayffet- no soy tu mandadero.

Así, estuvieron en ese forcejeo verbal que duró un largo rato, sin que hubieran llegado a acuerdo alguno. Afuera permanecían callados los acompañantes de uno y otro, volteando a verse a hurtadillas, que si las miradas mataran, los dos bandos estarían muertos. La tarde se iba yendo lentamente volviendo sombrío el lugar extrañamente vacío. Los personajes habían callado pues habían dicho lo que tenían que decir. Los dos se pusieron de pie. No se estrecharon la mano como es de cortesía en las despedidas. Se disponían a alejarse cuando de repente la profesora le soltó “ya pensaste en tu epitafio, Emilio” y siguió su camino sin dar tiempo a que el mexiquense se repusiera de la sorpresa que le causó la insólita pregunta. Por poco y le da un soponcio. Quizá era una broma macabra o ¿descarada amenaza? recordó a Misael Núñez, profesor, también mexiquense, que hace décadas fue abruptamente enviado al otro mundo sin boleto de regreso. Los maestros disidentes culpan a la líder moral del SNTE. No, se dijo mientras movía la cabeza, como cuando era secretario de Gobernación, estos tiempos son otros tiempos, son otras las circunstancias, no creo que se atreva, menos a mi que no le he hecho nada, lo cual se dijo atropelladamente, buscando tranquilizarse.

Leyó el diccionario, -no olvidemos que es diputado- epitafio: inscripción que se pone sobre una sepultura. No, no es por ahí. Seguramente se refería a que estaré muerto, sí, pero políticamente hablando, repudiado por una elite social que quería la Reforma Fiscal. No me da la gana pensar. A lo mejor se trató de una broma de mal gusto, puede ser sólo eso, se consoló. Es posible haya sido una bravata. Sí, sí eso no fue otra cosa que una baladronada, se repitió, buscando sentirse bien. Lo cierto es que su cabello se volvió más blanco, como si cada pelo, estuviera preocupado por su propia cuenta. Por la noche, cuando logra conciliar el sueño, le asedia una pesadilla, en la que ve como una figura siniestra se acerca a su lecho blandiendo en su manita un enorme cuchillo cebollero. La aparición onírica tiene un asombroso parecido con Chucky, el muñeco asesino: pelos alborotados, mirada diabólica, labios entreabiertos, ocultando apenas diminutos dientecillos, que le dan un aspecto repulsivo.

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