Hoy quiero ponerme de pie para aplaudir a rabiar al Presidente de la República quien, sin falsas petulancias, en su última participación ante las cámaras de televisión, suponemos que en un mensaje grabado antes de que fuera internado en un hospital, dejó constancia de que trae bien fajados los pantalones para decirle al presidente de los Estados Unidos de América que no está de acuerdo con la guerra que ha iniciado en contra del gobierno Iraquí. Era necesario que el gobierno mexicano dijera una cosa u otra a pesar de que en el momento en que se hizo el anuncio ya no era importante. Los EU habían decidido ir a la guerra sin interesarles un comino la opinión de los 15 países que, contándolo a él, forman el Consejo de Seguridad de la ONU. Más bien, dio la impresión, dicen los malpensados, de que Vicente Fox hablaba condenando la actitud del texano sólo para consumo doméstico.
En este contexto, explican que había desagrado y enfado. La irritación de los pueblos podía olerse en el medio ambiente, los seres humanos se preocupaban de su especie, no importando la raza, lo que trajo como consecuencia que los encargados de los gobiernos involucrados se vieran en apuros para explicar el por qué estaban en favor de la guerra. El inglés Tony Blair y el español José María Aznar se encontraron, por su puritito gusto, entre la espada y la pared; sus liderazgos estuvieron a punto de ser derribados por las protestas que se estaban convirtiendo en un peligro para la estabilidad política de sus partidos. Hubo renuncias de altos funcionarios y manifestaciones populares de repudio al apoyo que estos dirigentes otorgaban a lo que Estados Unidos estaría haciendo sin el respaldo moral y legal de la Organización de las Naciones Unidas. Lo que ahora hace no puede calificarse como una guerra, que es la lucha pareja entre dos rivales en la que cualquiera puede resultar vencedor. Aquí en México excepto el grupo de empresarios que poseen todo el capital económico del país, viendo por sus propios intereses, el grueso de la población demostraba públicamente su oposición a que se aprobara el uso de la fuerza.
El gobierno de Washington cuenta con los analistas más prestigiados que llegaron a la conclusión de que lo de Iraq, ya con una ONU rebasada, era un problema que podía resolver por sí mismo. No necesitaba apoyo de nadie para enrolarse en una contienda ganada de antemano. Lo que tenía que cuidar era a sus incondicionales que podían serles útiles en el futuro. No había por que sacrificarlos en aras de una votación que no se daría y que, en tal caso, en nada influiría sobre las decisiones ya tomadas por la superpotencia. Los designios del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional en materia económica no tendrían obstáculos con un régimen de suyo obsecuente. Había que apuntalar a esos gobiernos mediante la faramalla de una aparente disensión. Constituiría una locura dejar que los líderes siguieran desgastándose con el rechazo que recibían día con día y que amenazaba con seguir creciendo al paso del tiempo. No correrá mucha agua por debajo del puente, dicen, cuando los amigos se junten a carcajearse de su travesura. Es el juego de Juan Pirulero, que cada quien atienda a su juego, agrega la maledicencia.
La estrategia, si tal fuera, ha dado un resultado político en el interior de nuestro país, que ha llevado a los dirigentes de los distintos partidos, aun a los más recalcitrantes, a la casa de Los Pinos a rendirle pleitesía al señor de Guanajuato convencidos de que ha recuperado nuestra soberanía, sustentada en las tradicionales doctrinas que reprueban el uso de la fuerza, rescatado el principio de la no intervención y reafirmado la posición pacifista de México. En la reunión se habló de que había que unirse a las voces que dicen no a la guerra si a la diplomacia, cerrando filas en torno al presidente Fox. De ser cierto que la postura de nuestro gobierno ha sido parte de un embeleco, para satisfacer los reclamos populares, en un bien concertado camelo, se sabrá tarde o temprano sino por las palabras si por los hechos. La verdad, según dicen, tarde o temprano sale a flote. Bien, no cabe decir otra cosa más, lo que deben meterse en la cabeza los de lengua larga, que la discrepancia con Estados Unidos, acerca de como manejar el desarme de los iraquíes, honra a nuestro gobierno. Los malquerientes, que donde quiera ven moros con tranchete, aprendan a aceptar que este gobierno sabe decir no a las iniquidades.